_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La nostalgia

La última vez que vimos torear a José Tomás, se nos hizo de noche en Braulio, la pequeña taberna que en la avenida de los Toreros, una de las calles que rodean la madrileña plaza de Las Ventas, es refugio, consuelo y tertulia para los aficionados que salen de la corrida. José Tomás, como tantas veces, había desafiado el peligro desde una inquietante verticalidad, desde una quietud que sembraba la incertidumbre, tensaba los nervios en los tendidos y, tras imponer el silencio, estallaban en oles, y otras exclamaciones de admiración. Entre los "entendidos" y asistentes de diverso pelaje, se buscaba la palabra, el término exacto que definiera su particular y personalísimo toreo. Recuerdo bien que se barajaron términos como hondo, estático, despreciativo, concentrado, silencioso, desmayado, auténtico, clásico, solemne... Todos ellos son comunes al lenguaje taurómaco, todos ciertos, pero ninguno completo y definitorio. En el toreo de Tomás había algo más, algo -como en todo arte auténtico- fácil a la vista, irresistible a la emoción, y escurridizo a la definición. La técnica, incluso el estilo a cuyo servicio se pone, está clara, pero la emoción desbordante siempre hay que buscarla en otro lugar. El toreo de Tomás no era sólo colocarse en el lugar que quiere el toro para él, el lugar que conquistó Belmonte y asentó definitivamente Manolete -torero al que rinde obsesiva admiración-; citarlo impávido y sacarlo limpio, templado y detrás, sin enmendar un músculo, sin mover una pestaña.

Más información
José Tomás vuelve a los ruedos en su plaza talismán

El misterio va más allá, hay que buscarlo en otro sitio. Y yo creí vislumbrarlo cuando, poco tiempo después, ya los pases y lances revueltos y desbaratados de la inmediatez de la memoria, leí un escrito del filósofo Víctor Gómez Pin titulado: Andreia: La tauromaquia como exigencia ética. Se publicaba, junto a otras colaboraciones, a propósito de unas reflexiones sobre José Tomás. Y la esencia del texto es que la andreia -hombría, que no virilidad- "consiste en mantener la entereza ante algo susceptible de provocar miedo". Está Gómez Pin comentando la Ética a Nicómano y prosigue: "Aristóteles precisa, sin embargo, que, en estos casos, se trata de una hombría por semejanza (kath'homoioteta) o derivación (katá metaphorán) y como resultado o corolario de una hombría primordial: en primer lugar debería atribuirse la hombría al que no es presa del miedo ante la hipótesis de una muerte noble".

Y ahí encontré la clave que nos emociona en el toreo de José Tomás. Nos emociona porque en él se hace presencia el primordial sentido de la hombría, de la exposición pública, mediante un toreo claro que no excusa el riesgo, de un hacer vital noble, sin trampa ni cartón, del que se deriva, obligatoriamente, la entereza ante la posibilidad de una muerte noble. El toreo de Tomás nos emociona porque nos recuerda que somos humanos, porque es un reflejo de la vida noble, percibido, sentido, no explicado, en cada pase, en cada movimiento, en la quietud serena ante el peligro. Por eso su retirada nos dejó nostálgicos. A nosotros y a él. Porque propiamente la nostalgia no es más que el "deseo doloroso de regresar".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_