Modelos flexibles para una sociedad compleja
Argumenta el autor que un modelo B aplicado de forma flexible es el que mejor se adapta a la naturaleza plural del País Vasco.
No es fácil definir la política educativa en relación a las lenguas oficiales en una sociedad que no es monolingüe como la vasca. La apuesta que en su día se realizó desde el Gobierno Vasco fue la de respetar el derecho de los padres -alternativamente, el derecho de los alumnos- a elegir la lengua vehicular para la transimisión de los conocimientos: el euskera (D) o el español (A), u optar por ambas lenguas como vehiculares distinguiendo su uso según los contenidos (B).
Es cierto que ha existido una presión generalizada a favor del modelo D, o del modelo B, junto con un menosprecio político bastante generalizado del modelo A, al que se le acusa de ser incapaz de cumplir con el fin de capacitar a los alumnos suficientemente para el uso del euskera. Junto a esa realidad que acompaña, y matiza, el respeto del derecho de elección de la lengua vehicular, se ha ido estableciendo un segundo dato tendencial: el modelo A se ha ido refugiando en la enseñanza de titularidad privada y para clases más pudientes, mientras que el modelo D, en algunos casos, ha sido el modelo de la enseñanza pública y para sectores sociales menos pudientes.
Hay interpretaciones del bilingüismo que esconden la voluntad de conseguir una sociedad monolingüe
Ambas lenguas deben ser vehiculares, pero de de distinta forma según el lugar, las etapas y el idioma de los padres
A todo ello sería preciso añadir los resultados de los muchos estudios que se han realizado acerca de los rendimientos escolares producidos por cada uno de los modelos, y no sólo en relación a las competencias lingüísticas. De los últimos estudios cuyos resultados se han dado a conocer cabe resaltar que los resultados van unidos, por un lado, a la capacidad económica de los padres, y por otro al hecho de que la lengua vehicular sea también la lengua familiar. Dicho sea de paso, éste era el argumento fundamental para impulsar la educación en euskera: que a ningún padre se le podía negar su derecho a educar a su hijo en su lengua materna, algo que a instancias de la euskaldunización ha pasado a un segundo plano.
Después de la experiencia adquirida durante bastantes años, parece que ha llegado la hora de revisar la política de los modelos lingüísticos en el sistema escolar vasco, lo que no parece que vaya a implicar la revisión de la finalidad establecida por la Ley de Normalización del Uso del Euskera para el sistema educativo: que todos los alumnos que acaben la enseñanza obligatoria adquieran suficiente competencia lingüística en ambas lenguas oficiales.
Quizá se haya tardado demasiado en abrir las puertas a la revisión. Y quizá la revisión que se plantee no lo sea tal, sino el intento de camuflar la anulación del modelo A de la mano de la crítica de su insuficiente rendimiento en la adquisición de competencias en euskera. Pero sería bueno que la reforma fuera una profunda revisión de los modelos lingüísticos establecidos en el sistema escolar vasco y no la ocasión de eliminar uno de los modelos, el modelo odiado por algunos.
El criterio que debiera servir de base para la revisión no debiera ser un criterio simple de eficacia en la capacidad de potenciar el conocimiento y el uso del euskera. El criterio debería seguir la estela de lo establecido en la Ley de Normalización del euskera, la meta de conseguir que los alumnos adquieran competencias suficientes en ambas lenguas oficiales, euskera y español. Y el criterio debería avanzar, desde esa finalidad establecida en la ley, a debatir con claridad y sin tapujos, poniendo todas las cartas sobre la mesa, la idea que nos hacemos de una sociedad vasca plural, bilingüe e integrada, para, a partir de ella, interpretar de manera consensuada el significado de lo establecido por la ley como finalidad del sistema escolar en lo que afecta a las lenguas oficiales.
La pregunta básica no es solamente si queremos una sociedad monolingüe o bilingüe, sino qué contenido le damos a la expresión "sociedad bilingüe". Porque hay formas de interpretar ese significado que pueden esconder la voluntad de conseguir una sociedad monolingüe. Para empezar no estaría mal que volviéramos a hablar de sociedad bilingüe: se ha ido estableciendo la corrección política de que, como el inglés es tan necesario para las futuras generaciones, mejor es hablar de plurilingüismo que de bilingüismo. Pero el inglés, por muy necesario que sea -y en el futuro, quizá el chino también- nunca será lengua oficial de la sociedad vasca como lo son el euskera y el español. Y este hecho no debe ser obviado en aras de una supuestamente mayor apertura a la pluralidad de lenguas de este mundo.
En segundo lugar, es bastante improbable que exista una sociedad vasca pefectamente bilingüe, en la que todos su miembros sean igualmente competenetes en euskera como en español. Creo que se puede afirmar que una sociedad tal no existe en el mundo. Puede haber individuos que son perfectamente bilingües, aunque siempre seguirá existiendo el tópico de que pensar y soñar, como rezar y amar, sólo se hace en la lengua materna.
Pero si una sociedad no puede ser perfectamente bilingüe: ¿cuál es entonces el sentido del mandato legal de que los alumnos alcancen una competencia lingüística suficiente en ambas lenguas oficiales? Se podría plantear la posibilidad de una sociedad asimétricamente bilingüe: una en la que unos son más competentes en euskera, otros más competentes en español, pero todos lo suficientemente competentes en ambas para no impedir y romper una comunicación iniciada en culquiera de las lenguas. Detrás del ideal de una sociedad perfectamente bilingüe en todos sus miembros puede esconderse la voluntad de avanzar hacia una sociedad monolingüe euskaldun.
Si se asume la interpretación de la finalidad legal establecida como la adquisición de competencia lingüística en ambas lenguas oficiales, en el sentido de no cortar ninguna conversación iniciada en una de las lenguas, aunque uno sea más competente y se encuentre más cómodo en la otra, y con ello se asume la idea de avanzar hacia una sociedad asimétricamente bilingüe, entonces la revisión de los modelos lingüísticos debiera ir en la línea de potenciar un modelo B flexible, superando los exclusivismos del modelo A y del modelo D.
Un modelo B flexible es aquel en el que ambas lenguas son vehiculares, pero que pueden serlo de distinta forma según el lugar, la composición del grupo, en distintas etapas de la enseñanza, teniendo en cuenta la lengua de los padres... Un modelo B flexible tiene siempre a la vista la idea de la integración social, la idea de la no división de la sociedad en comunidades lingüísticas -algo que hoy se produce, por ejemplo, en la enseñanza universitaria y que es un absurdo a todas luces-, la idea de preservar y desarrollar el pluralismo y la complejidad de la sociedad vasca.
Los defensores de la inmersión completa en catalán, oficial en el sistema escolar de Cataluña, usan como argumento precisamente la necesidad de impedir la división de la sociedad en comunidades lingüísticas diferenciadas. Lo que no dicen es que la mejor respuesta a ese problema no es la inmersión en cualquiera de las dos lenguas oficiales, sino su convivencia tranquila, flexible, asimétrica en no pocos casos, en el aula, en la escuela y en el sistema escolar en su conjunto: un modelo B flexible para una sociedad compleja.
Joseba Arregi es ex consejero de Cultura del Gobierno vasco y profesor de Sociología de la UPV-EHU.
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