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Columna
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Potencia local

Primero íbamos a tener un centro internacional de fotografía, cuyo eje sería la colección Ordóñez-Falcón. Después íbamos a tener además Tabacalera, un gran centro cultural dedicado a la creación audiovisual. Recuerdo el júbilo con que se recibió la primera noticia, y la abrumada expectativa con la que se recuperaba para la ciudad el imponente edificio de la fábrica de tabaco, abrumada, sobre todo, por las dimensiones de éste. Su inmenso vacío, y las razones económicas, aconsejaban la necesidad de integrar los dos proyectos, de incorporar la COFF al CICC, decisión a la que se llegó mediante un acuerdo entre la Fundación Ordóñez- Falcón y las instituciones. Hoy sabemos que la COFF no estará en el CICC y que tampoco estará en nuestra ciudad. Ya no tendremos el centro internacional de fotografía, y seguimos sin saber muy bien lo que tendremos. El vacío es terrible, y es lo que de momento sigue estando ahí: hasta ahora sólo ha absorbido el humo del tabaco, y ha convertido en humo lo que parecía que teníamos asegurado.

Así las cosas, Alberto Moyano puso a dialogar a Joxean Muñoz, director de CICC, y a Enrique Ordóñez, presidente de COFF, una conversación entre la melancolía y el vacío. No quiero prejuzgar el buen hacer de Joxean Muñoz, ya que aún no se ha hecho público su proyecto para Tabacalera, pero sí debo decir que en la conversación que mantuvieron a Enrique Ordóñez se le entendía todo mientras que a él no se le entendía nada. No había un solo argumento de los que utilizaba para defender la incompatibilidad de ambos proyectos que no fuera rebatido por él mismo en sus gaseosas proyecciones de lo que se nos avecina. Uno tiene derecho a temer que la aparente osadía -ese "estar permanentemente en cuestión y permanentemente renovándose"- esté muy bien atada por decisiones conservadoras que acaben llenando el templo pro domo sua y decorándolo con láser temporales. Esperemos que la presentación del proyecto disipe esos temores.

Pero abandonemos la melancolía y dejemos que el vacío rumie su génesis. Lo importante es la potencia. Curiosa a este respecto la querencia tanto de Ordóñez como de Muñoz por la expresión "muy potente". Forma parte de la jerga actual del mundo artístico y de sus amateurs. "Nuestro proyecto tiene una parte muy potente", dice Ordóñez; "habrá una línea de exposiciones muy potente", arguye Muñoz. Es la expresión más utilizada en la actualidad para valorar una exposición, una obra o a un artista. Fórmula comodín donde las haya, suprime todo matiz valorativo para señalar al impacto de la evidencia. Heredera de la estética de lo sublime, y fiel compañera de la deriva de éste hacia el espectáculo, no está claro que su significado vaya más allá de la simple valoración cuantitativa. Y su uso se generaliza a todos los ámbitos: hay proyectos potentes, momentos potentes, sociedades potentes, ciudades potentes. Es posible que a Bilbao se la defina en la actualidad como una ciudad no bella, ni hermosa, sino potente. ¿Se podría afirmar también que San Sebastián es una ciudad potente, pese a los denodados esfuerzos del alcalde Odón para que lo sea?

Entre la melancolía y el vacío, y dado que el deporte será considerado a no tardar un arte, nuestra Real Sociedad está a punto de bajar a Segunda. No es una anécdota, sino algo que tiene que ver también con la potencia. Se dice que nuestros directivos son unos buenos chicos, pero...Llegaron para salvar al equipo en época de tribulación, pero...Quizá ese pero defina a la sociedad donostiarra, y a la guipuzcoana en general, en la que sólo se hacen visibles la barbarie, por un lado, y por el otro el narcisismo de la euskocorrección. Entre ambos gregarismos no parece que haya lugar para la audacia. Y la audacia es soberana, es decir, individual -sean cuales sean los atenuantes que le pongamos a la individualidad-, es decir, original.

Del felizmente olvidado delirio de aquel pelotazo institucional que iba a ser Gipuzkoarena, hemos pasado al Guipúzcoa en la arena, y devorada por los leones. ¿Un motivo para la depresión, o un síntoma de la depresión? Eso sí, nos queda para consolarnos el espectáculo de la barbarie. Convertidos nuestros carnavales en una empalagosa proliferación de desfiles de iñudes y de artzaias, su contrafaz se nos ofrece en los otros carnavales, los del chisporroteo incendiario. Y no se pierdan el gran espectáculo de los días venideros: ¿se podrá presentar Batasuna a las próximas elecciones municipales? Misterio, emoción, intriga, fintas, chulerías. En esa potencia de la farsa se nos va la fuerza. Quizá sea ese el objetivo, por lo que no sé de qué nos quejamos.

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