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La guerra de Afganistán derrota a Prodi

El primer ministro italiano presenta la dimisión tras ser rechazada en el Senado su política exterior

Enric González

El Gobierno de Romano Prodi duró apenas nueve meses. 281 días en total. Nació débil, con una mayoría apenas perceptible en el Senado, y recibió en el Senado el golpe de muerte. La presencia de tropas italianas en Afganistán y las relaciones con Estados Unidos fueron las causas inmediatas de un colapso brusco e inesperado. La Cámara alta rechazó la política exterior del Gobierno de centroizquierda y Prodi no tuvo otra opción que dimitir. El presidente de la República, Giorgio Napolitano, anunció que hoy mismo iniciaría una ronda de consultas para averiguar si era posible formar un nuevo Gabinete con el actual Parlamento, y quizá con el mismo Prodi al frente, o si no había otro remedio que convocar elecciones anticipadas.

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La dimisión de Prodi cerró una jornada confusa y caótica, digna de los tiempos en que Italia consumía más de un Gobierno por año. Se sabía que la votación del Senado implicaba riesgo, porque la política exterior era mal aceptada por el flanco izquierdo de la coalición. El Gobierno, no obstante, se sentía seguro de salvar el obstáculo. El titular de Exteriores, Massimo d'Alema, vicepresidente y auténtico hombre fuerte del Gabinete, intentó movilizar a los suyos con una amenaza lanzada el lunes durante la cumbre hispano-italiana de Ibiza: "Si no obtenemos el respaldo a nuestra política, nos vamos a casa".

La de D'Alema fue una actitud casi temeraria, porque afloraban indicios inquietantes para la amplia y variopinta coalición prodiana. La manifestación del sábado en Vicenza, contra la construcción de una nueva base militar estadounidense que amplía la ya existente, reveló un amplio descontento. La futura llegada de más soldados de Estados Unidos a Vicenza, la ambigua actitud de Prodi ante la cooperación italiana con un presunto secuestro ilegal de la CIA perpetrado en Milán en 2003 y la permanencia de las tropas italianas en Afganistán, con la perspectiva de una nueva campaña militar en primavera, eran vistos por la izquierda y por los pacifistas como síntomas de belicismo y de sumisión a la Casa Blanca.

La amenaza surtió efecto, pero no el que deseaba D'Alema. Alguien pensó en la oposición que, dadas las circunstancias, valía la pena intentar un golpe de mano. Y la primera señal clara de que algo se estaba preparando fue la aparición en el Senado, a inicios de sesión, del senador vitalicio Sergio Pininfarina. El industrial automovilístico, nombrado en 2005 por el entonces presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, no se había dejado ver por su escaño desde la primavera, cuando Prodi consiguió, tras unas elecciones concluidas en práctico empate, la ajustada mayoría que le permitió formar Gobierno. ¿Qué hacía allí Pininfarina?

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La respuesta la dio el propio senador sentándose en el grupo de Forza Italia. Fue una señal preocupante, pero D'Alema creía tener los números a su favor. Contaba con el voto de otro senador vitalicio, el incombustible Giulio Andreotti, que había anunciado que daría el al Gobierno.

Andreotti explicará algún día, quizá, qué fue realmente lo que le empujó a cambiar de opinión. Según sus explicaciones privadas de anoche, le molestó que D'Alema cargara las tintas contra la participación en la campaña de Irak, decidida por el Gobierno de Silvio Berlusconi, y sobre todo que el ministro subrayara la "discontinuidad" en materia de diplomacia respecto a la era berlusconiana.

La moción gubernamental era breve y vaga: "El Senado, escuchada la comunicación del ministro Massimo d'Alema sobre la política exterior, cuyas líneas fundamentales se inspiran en el artículo 11 de la Constitución, en el papel prioritario de la UE, en el reconocimiento y relanzamiento de la ONU y en el respeto a las alianzas internacionales, la aprueba".

El voto fue secreto. Y cuando el presidente del Senado, Franco Marini, anunció el resultado, estalló un clamor en los bancos de la oposición. Votos a favor: 158. Votos en contra: 136. Abstenciones: 24. En total, 160 noes y abstenciones. En el Senado, el Gobierno necesita obtener la mayoría absoluta de los votos, por lo que las abstenciones equivalen, en la práctica, a un no. Andreotti y Pininfarina se abstuvieron. También lo hicieron dos senadores de la izquierda radical, Franco Turigliatto (Refundación Comunista), que había condicionado su apoyo a la paralización del proyecto de Vicenza, y Fernando Rossi (Comunistas Italianos), que exigía la retirada de Afganistán. Otro senador vitalicio, el ex presidente Francesco Cossiga, votó no por razones imprecisas.

Un grupo de senadores del centroizquierda se lanzó contra Pininfarina, culpándole del desastre. El industrial fue protegido por senadores de Forza Italia, pero no pudo impedir que le alcanzara algún papirotazo propinado con un periódico. Una senadora berlusconiana, Laura Bianconi, se puso a bailar. Massimo d'Alema permaneció impasible mientras escuchaba gritos de "a casa, a casa" desde los bancos de la oposición. En la Cámara de Diputados, donde se seguía por circuito cerrado la votación del Senado, hubo conatos de enfrentamiento físico y los ujieres tuvieron que separar a dos parlamentarios dispuestos a pegarse.

Romano Prodi convocó una reunión urgente en su residencia oficial, el palacio Chigi. Ministros y jefes de partido llegaron cariacontecidos. La suerte del Gobierno estaba echada, pero había todavía quien consideraba posible resucitar el cadáver. El ministro de Justicia, el centrista Clemente Mastella, propuso que se verificara con una moción de confianza si existía o no una mayoría de centroizquierda. Los dirigentes de Refundación Comunista, desde el otro flanco, sugirieron que se considerara "no vinculante" la votación perdida. Incluso el senador vitalicio Cossiga, que había votado no, quiso echar atrás las manecillas del reloj.

Il Professore ya había decidido. Convirtió la reunión de urgencia en un Consejo de Ministros y anunció su decisión de entregar la renuncia al presidente de la República. El presidente, Giorgio Napolitano, acababa de iniciar una visita oficial de dos días a Bolonia y se vio obligado a regresar a Roma a toda prisa, para recibir la carta oficial de manos de Prodi.

El presidente de Italia, Giorgio Napolitano (izquierda), recibe al primer ministro, Romano Prodi, ayer en el Quirinal.
El presidente de Italia, Giorgio Napolitano (izquierda), recibe al primer ministro, Romano Prodi, ayer en el Quirinal.ASSOCIATED PRESS

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