Los guardianes del museo efímero
271 galerías exponen desde hoy sus tesoros en Ifema: así se monta y se protege Arco
En el aparcamiento de un anodino restaurante de carretera, a las afueras de Burgos, un octógono tridimensional de hierro macizo espera, sobre un camión de 22 ruedas, a que Alfonso termine de comer. Viaja del puerto de Santurce a Madrid sin más protección que una lona de plástico azul. Vale dos millones de euros, se llama Frinkle Octagon y es una escultura de Richard Serra. "Para mí es una carga más", dice Alfonso, el conductor. Es el transporte más caro que ha hecho, pero no está preocupado: "Si no sabes lo qué es, parece chatarra; cuando desmontaron los altos hornos, había decenas de piezas igualitas a ésta tiradas por todas partes". La mole de 34 toneladas es la primera obra que entra en Arco.
"El olfato de un detective es alta tecnología", dice el director de seguridad
"Si la caja es de metal con ruedas", sentencian los mozos, "se trata de un 'picasso"
"Arco es un museo efímero", dice Lucio Curiel, director de seguridad de Ifema, que asume su trabajo con un axioma: "Seguridad total, coste infinito". "Esta semana obras de un altísimo valor artístico y económico reposan en dos pabellones multiusos que no tiene ni la infraestructura ni los sistemas de seguridad de un museo". Este "escenario complicado" tiene además agravantes (un aluvión de visitas, venta directa de piezas) y dos momentos especialmente delicados, el montaje y el desmontaje. Pero antes, los galeristas tienen que llegar hasta aquí.
EL VIAJE De clavo a clavo
Tras siete horas y media de viaje (en Somosierra, el camión no tira a más de 20 por hora) el serra llega al pabellón madrileño donde espera una grúa autopropulsada que lo levanta como un juguete dentro de una de esas máquinas con gancho que hay en los bares.
Mover las 34 toneladas le cuesta a la galería Carreras Múgica unos 30.000 euros entre transporte, montaje y seguro. Aunque sería imposible colgarla, está protegida por una póliza llamada "de clavo a clavo", que asegura a todo riesgo las obras de arte cuando viajan de una pared a otra. Contratarla sale por entre el 5% y el 40 % del valor de la obra, según su fragilidad y los riesgos del viaje.
En la aseguradora especializada Axa Art, donde están a tope por Arco, explican que gracias a esta póliza, en feria, las obras están más seguras que en las galerías, pero también expuestas a mayores peligros. Que alguien robe 34 toneladas de hierro "no entra dentro de lo humano" dice el galerista bilbaíno Pedro Carreras, aunque el Reina Sofía perdió un serra de 38 toneladas que no ha aparecido. Tampoco se puede arañar, abollar o romper. ¿Para qué entonces la póliza? "Nunca se sabe", bromea. "Por si viene el tsunami".
Ifema obliga a las galerías a firmar un seguro multiferias que cubre tsunamis, goteras, incendios, tumultos o vandalismo, pero no el robo con violencia ni el hurto. Aún así, de los 70.000 euros que se gasta el recinto en reforzar la seguridad durante Arco (también lo hace con Iberjoya), la mayoría se dedican a evitar robos. "Quintuplicamos los efectivos", dice Curiel. "En cada pabellón hay una veintena de personas de seguridad, entre guardias uniformados, detectives privados de paisano y policías nacionales de apoyo. No es nuestra responsabilidad, es una cuestión de prestigio. Imagina los titulares: 'Robo en Arco".
Dichos titulares se dieron en 2003 (un expositor despistó una cerámica de Picasso) y en 2004; cuando alguien robó dos láminas de Miró (14.000 euros), expuestas sin más en un atril. Desde entonces Arco suministra a las galerías pegatinas que pitan al cruzar la salida. "La seguridad siempre aprende del delincuente", dice Curiel.
EL MUELLE Cajas con pedigrí
"Al pasar la cabina de los de seguridad y llegar al batiburrillo de los camiones veríais los transportes extranjeros y allí afanándose en silencio unos forzudos con porte siberiano que bajan cajas de perfecto aluminio mateado. Cajas maravillosas y solemnes - a veces incluso con ruedas [...]. Pero pronto llegan todo tipo de furgonetillas y vehículos varios y de ellas bajan, como por milagro, no sólo el propio galerista, sino dos o tres artistas o espontáneos dejando en el salpicadero bocadillos a medio comer". En su libro El clavo solitario, el galerista Javier Castro narra con precisión la dicotomía que encontró durante su primera experiencia en Arco en 1999. Todo sigue igual.
En una Ford Transit ha viajado Nuria Fernández, dueña de la galería Espacio Líquido, desde Gijón. "Me quedo más tranquila viajando con la obra", dice, "además, ahorro costes; estamos empezando". En la furgoneta lleva 80.000 euros en género. No le preocupa tanto la seguridad de las obras como la de la tecnología necesaria para exhibirlas. Por ejemplo, el DVD de Eelco Brand original (firmado, numerado y valorado en 4.000 euros) se ha quedado en Asturias, pero para proyectar las copias de exhibición hace falta que viaje una pantalla de plasma. "La tecnología es muy golosa", dice la galerista, recordando "aquel robo en una galería en la que dejaron un guerrero, pero se llevaron el fax".
En el muelle tres mozos contratados por una galería con posibles descargan un camión. Se hacen llamar 'los hombres de Paco' (su jefe) y elaboran una curiosa taxonomía del arte contemporáneo para la que ni siquiera hace falta ver las obras: Si van envueltas en plástico de burbujas son de un artista joven; caja de madera, significa consagrado, pero vivo. "Y si la caja es de metal con ruedas", sentencian, "ya nos ponemos en un picasso o un kandinsky".
EL MONTAJE Taladrando pabellones
Los pasillos están sembrados de cajas vacías (fragile, this way up, keep dry se lee en sus laterales) y mantas cameras que envolvían esculturas. La gente tropieza con el plástico que cubre la alfombra y hay taladros por todas partes. Si hubiese madres, estarían histéricas. Joana Vasconcelos es lo más parecido a una madre. Su obra Corazón Independiente es una delicada filigrana hecha con 5.000 cubiertos de plástico retorcidos y pegados uno a uno. Sigue suspendida dentro de la jaula de madera en la que ha viajado. "No estaré tranquila hasta verla colgada", dice la artista. ¿Hay seguro que compense tanto trabajo? "Por supuesto, para eso pagamos. Si se rompe, cobro, la vuelvo a hacer y punto".
En un stand coreano cuatro personas abren una cajón de obras colocadas con precisión de Tetris. Todas las galerías del país invitado han facturado juntas con Air Korea. "El vuelo hacía escala en Ámsterdam", dice Young Bin Kim directora de Simon Gallery. "Con la de maletas que se pierden, siempre te pones en lo peor, pero ha llegado todo". Entonces golpea suavemente las paredes: "Son fuertes y rectas, ¡mira qué ángulos!, a veces en las ferias las paredes son tan endebles que lo que más te preocupa es que la obra te caiga encima". Todo cuenta; seguridad total, presupuesto infinito...
Las obras trasiegan con libertad por los pasillos, pero en este aparente caos hay reglas estrictas: "Meter es fácil, pero de aquí no sale nada". Un guarda de puerta se lo repite a un expositor indocumentado. "Sólo hay dos formas de salir con una obra", explica Curiel, "ser un expositor acreditado o un comprador con un justificante". "En ambos casos se apunta la descripción de la obra. No se puede llevar mochila, los bolsos se abren, hay cámaras y todo el mundo pasa por el escáner". Así se disuade al delincuente espontáneo. Para el ladrón profesional hay otros trucos que no se cuentan a la prensa. Curiel sólo deja escapar que hay sofisticados dispositivos y "truquillos caseros". "El olfato de un detective es alta tecnología", dice misterioso.
LA APERTURA Arañazos y empujones
"No creo que lo roben. Y al menos así lo tiene alguien, peor es que se destruya", dice Abdul Vas, ante uno de sus cuadros en el stand de Luis Adelantado. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que Arco es una feria segura ante el robo. Sólo los suizos Jan Krugier tiene guardias privados. En sus 150 metros hay picassos que rondan los 10 millones de euros. "No menospreciamos la seguridad de Arco", dice Pascal Hufshmid, "pero así dormimos más tranquilos".
Hay cosas, sin embargo que no se pueden vigilar. "¿Cómo controlas que se acerque un niño y le dé un pititako a un chillida?", dice Ignacio Múgica lanzando una toba con los dedos índice y pulgar. A David Goerk, de la neoyorquina Pace Wildensten, le da pavor que alguien recule contra su delicado Oldenburg: "Sería un gran problema, no tengo claro sobre quién recaería la responsabilidad". "Dependería de las circunstancias", explica Curiel, "y en último caso... decidirían los tribunales".
El año pasado visitaron Arco 190.000 personas. "Es básico mantener el orden público, viene mucha gente y muchos bohemios que quieren hacerse notar y montan, por ejemplo, performances no autorizadas", dice Curiel, que ya ha negado el permiso a un espectáculo de malabares con fuego.
A Rolf Hengesbach no le preocupa que le roben sus inmensos (léase, imposibles de robar) gordillos. Su angustia es una brillante escultura negra de Nicola Ukic (5.000 euros): "La gente se muere por tocarla, sobre todo las mujeres, y es muy fácil que la rayen con las uñas". Le mata una duda: "¿Pongo o no pongo un cartel de 'No Tocar'? ¡Es tan hortera!". Tiene hasta hoy a las 12 para decidirse.
Babelia
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