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Columna
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Degenerando, degenerando

Las cosas, los hechos, son más como los recordamos que como realmente fueron. De la misma manera los hechos, las cosas, acaban siendo más como las percibimos que como se supone que realmente han sido. Nos dejamos guiar por el instinto. No dejamos de ser perros de sangre, animales de rastro. El olfato nos guía. Hay quien lo tiene muy desarrollado y quien soporta, quizás de nacimiento, la nariz atrofiada. Hay instintos certeros como flechas que dan en el blanco e instintos desviados y torcidos. Pienso en Aznar olfateando las armas de destrucción masiva que jamás existieron y pienso en Zapatero enarcando las cejas y frunciendo el morro cada vez que charlaba, por persona interpuesta, con los lacónicos negociadores de ETA, incapaz de ventear la dinamita que flotaba en el aire de Barajas. El olfato desviado del primero, está claro, tuvo mayores consecuencias que la nariz inútil (optimismo nasal) del segundo.

La intuición (dicen que las mujeres tienen más, pero tal vez se trate de un prejuicio machista, no lo sé) decide buena parte de nuestras biografías. Trabajamos a menudo de oído. Hasta los analistas más sesudos emiten sus dictámenes basándose en supuestos, conjeturas o pálpitos. Hasta los neurocirujanos más experimentados trabajan o no tienen más remedio, en ocasiones, que trabajar de oído (lo sé por experiencia). Los datos objetivos escasean. Lo que llamamos realidad es fungible, acaba desgastada por el uso hasta que se diluye o se volatiliza. La actualidad parece un agujero negro que se traga las cosas y los hechos. Un extraño horizonte de sucesos donde todo termina antes de comenzar o donde todo empieza y nada acaba. Pisamos tierra pantanosa, arenas movedizas.

Quiero decir que intuyo o que me huelo, como muchos de mis conciudadanos, que la gobernación de este pequeño país durante tanto tiempo por el mismo partido (que, además, se presenta como más que un partido ante la sociedad) está reblandeciendo sus cimientos. Se trata de intuiciones y de lo que percibe, de modo subjetivo, el ciudadano. Eso es lo sustancial, aunque no sea tangible. Pero también se trata de una serie de datos tangibles y contables. El Tribunal Vasco de Cuentas cuestiona subvenciones por valor de 9 millones de euros en el Ayuntamiento de Bilbao. Al parecer, durante el año 2004 el consistorio bilbaíno concedió una serie de ayudas sin justificar los objetivos de las mismas. A ello se suma la compra (mediante adjudicación directa) de 16 autobuses que costaron casi tres millones de euros. Los principios de publicidad y libre concurrencia, que en el Ayuntamiento bilbaíno (y en todos los del mundo) aseguran cumplir a rajatabla, se vulneran de muy sutiles formas o de formas groseras que nadie osa poner en evidencia. Se diría que algunos concursos municipales han sido convocados siguiendo la metodología del viejo José Manuel Lara a la hora de adjudicar el Premio Planeta. El reparto de premios es a veces notorio, otras no tanto. Se diría que el país se divide entre adjudicatarios y no adjudicatarios.

La semana pasada revelaba Aralar un supuesto tráfico de influencias en la adjudicación de la autopista A-8 en Guipúzcoa. En 2002 la sociedad foral Bidegi sacó a concurso la explotación y conservación de la A-8 por un periodo de 10 años. Se presentaron como candidatos tres grupos empresariales. Un informe técnico elaborado por una consultora recomendó la adjudicación a una de esas empresas, la que obtuvo mejor puntación. Sin embargo, gracias al PNV (con la anuencia del PSE) fue otra empresa la que logró llevarse el gato (y el peaje, de paso) al agua turbia de la adjudicación. La empresa galardonada con el premio Planeta, no hace falta decirlo, está ligada a cargos peneuvistas. No hay, a lo que parece, nada ilegal en todo este feo asunto. Se cambió lo que había de cambiarse (criterios de puntuación) y se aprobó el cambiazo. Nada más. Una cosa es hablar de decencia y otra distinta de legalidad.

Son cosas que suceden, evitables tal vez pero entendibles después de tantos años de gobierno. El bar tiene una amplia clientela, pero el género empieza a corromperse. Recuerdo aquello que dijo Juan Belmonte cuando le preguntaron cómo había podido llegar un banderillero suyo a ocupar el cargo de Gobernador civil. "Pues ya ve", contestó el maestro, "degenerando, degenerando".

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