La bandera de un cineasta apátrida
Clint Eastwood presenta 'Cartas desde Iwo Jima', la visión japonesa de su anterior filme
Bajo la nieve que ayer caía sin tregua sobre Berlín Clint Eastwood presentó Cartas desde Iwo Jima, aproximación desde el lado del ejército japonés a la batalla que inspiró su anterior película, Banderas de nuestros padres. Una vez más el cine de este singular creador no deja respiro y bajo lo que parece una historia más de vencedores y vencidos gravita el estilo escurridizo de un cineasta irrepetible. Eastwood lleva años embarcado en la búsqueda empecinada de un cine casi bíblico.
"Ahora sólo me interesa la condición humana, entenderla mejor"
Detrás de cada una de sus películas, el viejo actor californiano nos pone frente la esencia misma de la vida. Ya sea en la forma del amor loco de Los puentes de Madison, a través del hombre-niño perdido de Un mundo perfecto o de ese padre sin hija y esa hija sin padre que se encuentran en la estremecedora Million Dollar Baby. En Cartas desde Iwo Jima le bastan personajes esquemáticos para hablar de amor, amistad, miedo, odio y honor. Palabras muy grandes, pero ese es el lenguaje del veterano vaquero y su cine sólo se puede emparentar con el de sus maestros, de Sam Peckinpah a John Ford.
En la pantalla, una película que roza el blanco y negro ("es difícil representar la guerra en technicolor", dice Eastwood) con los rostros expresionistas de unos soldados cautivos que muestran el sinsentido de la guerra, de cualquier guerra. Eastwood encierra su cámara en las cuevas de la legendaria isla de playas volcánicas y allí, durante más de dos horas, como ratas enloquecidas que se alimentan con el inconfesable instinto de la supervivencia, sus soldados japoneses de Iwo Jima esperan la muerte. Y el director, como otras veces, habla del suicidio colectivo, del recuerdo del amor, de la juventud perdida y de la patria como un lugar abstracto y oscuro. Un cine instalado en las paradojas de la compleja personalidad de un hombre cuya única bandera está en lo que hace. Para Eastwood, la patria de sus soldados japoneses es una canción entonada por unas niñas, como la suya es la música de Johnny Hartman, Erroll Garner y Thelonious Monk .
Cartas desde Iwo Jima se rodó en japonés con un reparto de actores japoneses que, excepto Ken Watanabe, son desconocidos en occidente. Ayer, en la Berlinale, Eastwood se presentó con tres de ellos. No hay adjetivos para describir ni la planta del director estadounidense -es imposible imaginar un hombre de 76 años más atractivo- ni la de los intérpretes que ayer le escoltaron: Watanabe, Tsuyoshi Ihara y Kazunari Ninomiya (verdadera exhibición de lo que puede dar de sí la belleza masculina oriental).
"No necesito hablar japonés para hacer una película en japonés, como no necesitaba, cuando hacía spaghetti westerns, hablar alemán, italiano o español. Durante años trabajé con equipos y en lugares donde no se hablaba mi lengua y eso nunca me impidió comunicarme. Los actores trabajamos con emociones y cuando un actor tiene la llave de la emoción ya está todo dicho". Al preguntarle por el heroísmo, por los personajes de sus dos últimas películas, enfrentados a un destino mayor, Eastwood añade: "El heroísmo surge cuando nadie lo espera. En una guerra nos preparan para el heroísmo pero lo cierto es que ante una batalla uno sólo se queda petrificado, inmóvil y asustado. Me críe con el cine de propaganda de los años cuarenta. Todo era propaganda. Ahora sólo me interesa la condición humana, entenderla mejor. Es lo que busco en mis películas y es lo único que a mis años me mueve sin descanso" .
Cartas desde Iwo Jima (en la sección oficial, pero fuera del concurso) fue el plato fuerte de una jornada en la que se presentó en competición Goodbye, bafana, de Bille August, historia real de James Gregory, carcelero de Nelson Mandela, hombre blanco y racista que toma conciencia del horror del Apertheid al descubrir la magnitud del preso al que vigila en la cárcel de Robben Island y la película italiana In memoria di me, que provocó un unánime bostezo con las divagaciones morales de sus jóvenes seminaristas.
Babelia
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