Poder y dinero
El texto de Un enemigo del pueblo que se representa en el teatro Valle-Inclán, de Madrid, dirigido por Gerardo Vera, es soberbio. Habla de un médico, Thomas Stockman, empeñado en defender el bien común contra intereses particulares: acaba de descubrir que las aguas del balneario donde trabaja están contaminadas por vertidos. El doctor se lo cuenta al alcalde, seguro de que tomará medidas, pero a éste no le salen los números: surtir el balneario desde otro acuífero supondría dos años de cierre, enviar al paro a medio pueblo, arruinar las arcas públicas y, de paso, perder su vara de regidor. "Es mejor callar y seguir adelante", propone. El médico, fiel al juramento hipocrático, decide hablar, y Hovstad, director del periódico local, promete ser su altavoz: "Barreremos a los corruptos y entrará sangre nueva en la política", dice. Pero el alcalde se presenta en su despacho, le explica que si el balneario cierra, la economía del pueblo se irá a pique, y su diario con ella, y Hovstad se arruga. Solo en su defensa de la salud pública y de la verdad, Stockman es expulsado de su trabajo, y su casa, apedreada
Un enemigo del pueblo
De Ibsen. Versión: Juan Mayorga. Con: Francesc Orella, Enric Benavent, Elisabet Gelabert, Chema de Miguel, Olivia Molina, Ester Bellver, Rafael Rojas, Walter Vidarte, Inma Nieto... Luz: Juan Gómez Cornejo. Vestuario: Alejandro Andújar. Música: Luis Delgado. Audiovisual: Álvaro Luna. Escenografía y dirección: Gerardo Vera. Teatro Valle-Inclán. Madrid.
Teatro de ideas, revolucionario se llegó a decir, igual de elocuente hoy que ayer. Arthur Miller estrenó una versión en inglés en plena caza de brujas, y su público vio reflejada en la lucha de Stockman la de los cineastas perseguidos por la Comisión de Actividades Antiamericanas, presidida por McCarthy. Miller reforzó el sentido interno de algunos parlamentos. No alteró el tiempo ni el lugar de la acción, sabedor de que el mejor teatro de cualquier época habla siempre a fecha de hoy.
Correspondencias
El montaje de Gerardo Vera y la versión de Juan Mayorga sitúan un enemigo del pueblo en 2007. Ignoro de quién partió la idea, pero diluye la coherencia interna del espectáculo. No se puede traer sin más al mundo globalizado lo que Ibsen sitúa en el universo cerrado de un pueblo decimonónico. El Stockman de Ibsen no tiene dónde acudir cuando Hovstad, director de un diario local, le da la espalda. El de Vera y Mayorga podría llamar a otra televisión, a la radio -en 1882 no había-, a un diario digital, colgar una página web, hacer un envío masivo de correos electrónicos o poner una denuncia en la Comisión Europea. No hay que subestimar al público, ni ahorrarle el trabajo de encontrar correspondencias con la actualidad. ¡Son tantas!
El doctor Stockman de hoy es el guarda forestal con contrato temporal que denuncia una cacería ilegal donde participan cargos políticos, el técnico que elabora un informe de impacto ambiental estricto cuando se lo encargan confiando en que sea un mero trámite, el residente extranjero que denuncia en Bruselas la pared de adosados que pretenden levantar ante su casa de campo... Y los vecinos del doctor, pendientes sólo del beneficio inmediato, nos rodean, cuando no somos nosotros.
El espectáculo está servido también con voluntad de llegar. Un audiovisual en tres pantallas verticales y a todo volumen distrae durante los cambios escenográficos. En general, la interpretación es muy para afuera: algunos actores enfatizan donde bastaría con decir, otros impostan la voz cuando la suya natural es más expresiva. La escena de la asamblea, decisiva, está embarullada y llevada al grito, y el capitán Horster, su coprotagonista, desdibujado y perdido entre la multitud. Su intérprete ha probado su categoría en ocasiones anteriores, como otros que no acaban de encontrarse aquí.
Este Vera no es el de La noche XII, ni el de Por amor al arte. Tampoco el de Divinas palabras. Calidades aparte, Un enemigo del pueblo es una obra que el Centro Dramático Nacional debe de abordar. Aun errando el enfoque, la elección es un acierto.
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