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21ª edición de los premios Goya
Columna
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Una alfombra verde basura

Un Goya más, y de los mejores. Se vio con gusto. Y eso que en BTV pasaban Canciones para después de una guerra y, antes, TCM nos obsequió con un documental sobre John Huston con gran entrevista a su hija Anjelica. Por otra parte, mucho antes de entregarse en pantalla los premios principales, mi teléfono estallaba de sms contándome los resultados. Tiene mérito, por lo tanto, haber seguido la gala de los Goya con absoluto ensimismamiento y la secreta satisfacción de que Corbacho, uno de mis histriones predilectos -amén de buen director de una ópera prima, ¿cómo la llamó Coixet, vengativa? ¿Raciones?- , arrasara en trajes y desparpajo, humor inteligente y pelín ordinario -no somos David Niven y Deborah Kerr, al fin y al cabo; somos más goyescos-, y nos permitiera soltar unas cuantas genuinas carcajadas. No me gustó en absoluto su parodia de Salvador, nada parodiable, y creo que las propias hermanas de Puig Antich se quedaron desorientadas aunque en ningún momento perdieran la confianza en la buena fe del anfitrión. Me hizo gracia la alusión a Esperanza Aguirre con la tala de árboles en el clip sobre El laberinto del fauno. Era fácil, pero era salado.

Lo mejor de la noche, lo jóvenes que son los creadores de nuestro cine

Pero lo más milagroso que se produjo en escena gracias al guión y la agilidad casi sobrehumana que -intermedios publicitarios aparte- se confirió a la ceremonia, fue que los invitados y el conductor hicieran olvidar el patético, lamentable y execrable preámbulo perpetrado en la alfombra verde por tres indocumentados de la información que no sólo incurrieron en errores sino que mostraron, al arrojarse sobre los famosos, un imperdonable estilo faltón indigno de la televisión pública. Tomar por asalto a la estrella, dejarla en seguida con la palabra en la boca para correr hacia otra; y ese tuteo chulesco, al servicio de preguntas mucho más estúpidas que las que se lanzan en la alfombra roja de los Oscar, que ya es decir. En definitiva, un Triángulo de las Bermudas seudo informativo que daba sonrojo ajeno. Ahí eché de menos a Pedro Almodóvar, para que les lanzara un corte caperú propio de su ingenio. Menos mal que en El País Digital podemos ver el vídeo con los famosos pero depurado de sus interrogadores y sus lapsus.

Decía que la gala me pareció prodigiosamente acortada, gracias al diferido, pero que podríamos abreviarla más si se retardara el asunto pongamos veinticuatro horas; confiando la información a los nuevos medios de comunicación y dejando para televisión el espectáculo redondo y perfecto. Y haciendo que los anuncios, en vez de interrumpir y ralentizar, quedaran integrados en el espectáculo. No hace falta llegar al extremo de que quien reciba su Goya dé las gracias a una firma de coches por su último modelo. Pero Corbacho -que espero repita en los próximos años; un dúo entre él y la Sardá resultaría muy apetecible- podría lucir en sus trajes las marcas correspondientes. A mí me encantó su vestuario -y su caracterización de Goya; y su Volver; por suerte, le otorgaron el premio a la Maura y pudimos verla arreglada y con sus visoncitos-, y creo que a su estilo pop le sienta muy bien la publicidad añadida e incluso pensada por él mismo. Transmitía, Corbacho, buen rollo y dominio del escenario. Voces dicen que su guión fue recortado por manos moderadoras: tal vez con acierto. En cualquier caso, excelente resultado.

¿Quejas por el diferido de media hora? Por mí como si fuera de un día completo. Eso son los telediarios, diferidos: salvo cuando te cae en suerte un 11/9. Se elige, se recorta, se pule y se comenta. Con más razón, un show que tiene que competir con otros soportes y que siempre está en lucha por la audiencia. Sepamos el qué desde nuestros múltiples e ingeniosos aparatos, pero disfrutemos del cómo gracias a la televisión. Perdamos el secretismo a favor del estilismo. Ya no hay nada que ocultar, en el mundo de hoy, ni siquiera el resultado de las votaciones de la academia.

Lo mejor de la noche: lo jóvenes que son los creadores de nuestro cine. La veteranía reivindicativa pero sin mala leche de Juan Diego. La chispa no por esperada menos apetecible de Pilar Bardem. La emoción comprensiva hacia el adulto de Juan Diego Botto. El empaque de Penélope. El homenaje a Teddy Villalba -con los grandes de la Academia arropándole-, la elegancia de Marisa Paredes; el guiño cinéfilo de Carlos Bempar, al recoger la estatuilla por el mejor documental, Cineastas en acción; la emotiva intervención de los miembros mexicanos del equipo de El laberinto del fauno. Lo peor, que las cámaras descuidaban el patio de butacas, centrándose sólo en los paseíllos y los rostros de los triunfadores. Eché a faltar más Viggo Mortensen -los organizadores podrían haberle usado para que entregara algún premio-, y más Maribel Verdú, actriz que en mi opinión da muchas sopas con onda. Vimos, eso sí, la cara triste de Agustín Díaz Yanes por su tan laborioso y poco premiado Alatriste.

La fiesta empezó con un disparo al invitado que se alargaba y terminó con otro chute no menos paródico: pero esta vez de cava y en clave de brindis. Buen guión, ya digo. Y, por en medio, una interpretación de Soy minero que tuvo la virtud de recordarnos quién somos y de dónde venimos, mientras vamos yendo hacia el cine español del futuro.

José Corbacho, disfrazado de Goya,  durante la entrega de los premios.
José Corbacho, disfrazado de Goya, durante la entrega de los premios.CLAUDIO ÁLVAREZ

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