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21ª edición de los premios Goya
Columna
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La difícil justicia de los premios

La nueva presidencia de la Academia de Cine tiene mucho nuevo por hacer

Que Volver iba a obtener el Goya a la mejor película española del año parecía algo cantado, aunque hay que recordar que en algunas ocasiones anteriores los académicos han incurrido en claras contradicciones dejando al público hecho un lío, especialmente cuando eligieron para los Oscar de Hollywood alguna película española a la que luego dejaron sin un puñetero Goya. Fue, por ejemplo, el caso de Tacones lejanos, de Pedro Almodóvar, en 1992, y también prácticamente los de Juana la Loca, de Vicente Aranda (2001), y de Obaba, de Montxo Armendáriz (2005), por citar casos más recientes. Sin olvidar que Hable con ella (2003) estuvo propuesta en siete apartados, obteniendo sólo el Goya a la mejor música (Alberto Iglesias), mientras que en Hollywood le dieron a Almodóvar por la misma película el Oscar al mejor guión y una nominación como mejor director.

Que en esta ocasión hubiera ocurrido de nuevo algo así sólo podría haberse justificado por una clara victoria de El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, coproducción española presentada este año a los Oscar bajo pabellón mexicano. No llegó, sin embargo, la sangre al río y Almodóvar y los suyos pudieron sentirse satisfechos al alzarse con cinco de los premios más importantes. Ítem más: el director mexicano, al recoger su Goya al mejor guión, agradeció a la productora de Almodóvar el que le hubieran dado en 2001 su primera oportunidad de dirigir en España con El espinazo del diablo. Todo quedó entre buenos amigos.

Pero ¿qué decir de la brillante y ambiciosa producción Alatriste -15 candidaturas-, récord de taquilla, que sólo fue galardonada en tres categorías, producción, vestuario y dirección artística, dejando seguramente al esforzado equipo con un sabor más agrio que dulce? O con sensación de injusticia. Como la que debió de tener el mismo Agustín Díaz Yanes con su película anterior, Sin noticias de Dios (2002), 11 candidaturas y finalmente sin Goya alguno. Son cosas raras. ¿O qué decir del actor argentino Walter Vidarte, que sorprendentemente estaba propuesto como actor revelación, cuando trabaja regularmente en España desde finales de los años setenta? Si le hubiesen dado el premio, habría sido una risa el que se le considerase actor revelación a sus 75 años y décadas en la profesión; y si no, como ocurrió, una tomadura de pelo.

¿Cómo se deciden estas candidaturas? ¿No hay ningún control por parte de la Academia? ¿Realmente todos los académicos ven todas las películas? Muchos de ellos mismos sospechan que no. Así se explicaría, por ejemplo, que en el terreno de los documentales ni siquiera fueran propuestos dos de los mejores del año, Goodbye, America, de Sergio Oksman, y Nomadak TX, de Raúl de la Fuente. O que en lo tocante al cine latinoamericano se hayan quedado en el tintero de las candidaturas otras varias buenas películas. Se vota con frecuencia, opinan algunos de estos académicos, en función de las fobias y filias de cada cual. O al buen tuntún.

Como éste ha sido un buen año para el cine español, otros intérpretes o técnicos podrían haber sido igualmente premiados y obtenido sus goyas correspondientes. Es difícil elegir entre directores de fotografía, montadores, músicos, diseñadores, actores y actrices... cuando la mayoría de ellos son excelentes. Son inevitables, pues, las decepciones: no hay premios para todos. Debió de ser difícil decidir, por ejemplo, entre los actores Daniel Brühl (Salvador), Viggo Montersen (Alatriste), Sergi López (El laberinto del fauno) o Juan Diego (Vete de mí), todos ellos estupendos en sus trabajos. Sin embargo, como la sensación general es de que esta ceremonia ha sido más ágil y divertida que algunas de las anteriores, y que el primerizo presentador José Corbacho se pasó menos calles de las que amenazaba el guión, y que incluso estuvo muy bien, reina cierta sensación colectiva de que también el reparto de premios ha sido justo.

La nueva presidencia de la Academia de Cine, que se estrenó en esta ceremonia de los Goya, aunque el contenido de ésta estuviera decidido por el equipo directivo anterior, tiene mucho nuevo por hacer. Su organización carece de medios pero también de fines claros: habrá que inventarlos. La importancia mediática conseguida por los Goya a lo largo de 21 años no basta.

La Academia acaba de estrenar nueva sede en Madrid y quizás sea el momento oportuno de meter mano al campo. En su lírico y algo misterioso discurso como nueva presidenta, Ángeles González-Sinde no hizo mención alguna a estos posibles proyectos, y como las candidaturas a presidencia no necesitan presentar un programa previo, todas las incógnitas están abiertas. Para empezar, y la más importante, la que corresponde al Ministerio de Cultura con su anunciada nueva ley del cine. ¿Se hará mejor cine gracias a ella? Veremos en los próximos años. Los Goya de esta vez han estado bien, injusticia arriba o abajo. ¿Y ahora qué?

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