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Columna
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Madrid cañí

(Música de fondo: Marcial, eres el más grande, pasodoble.)

Andan buscando los taberneros del Foro el momento estratégico para subir el precio de la caña, que está al caer. Algunos ya lo han hecho; otros se lo piensan porque temen espantar todavía más a la clientela fija, la que mantiene el negocio. Enero es esquivo para el sector; febrero, más. Los distribuidores elevan sus tarifas en estas fechas, pero ello no justifica subidas agresivas en las ofertas más entrañables y populares de las cantinas, entre las cuales, en Madrid, la reina es la cerveza, la caña, rubia nuestra de cada día, la más grande. Madrid es uno de los rincones de Europa donde mejor se tira la cerveza de barril. Madrid es capital cañera, sin duda, pero la caña se está subiendo a la parra.

Se quejan los hosteleros de que el barril cuesta desde principios de año alrededor de 80 euros. No dicen, en cambio, que de cada barril salen alrededor de 200 cañas. En bares de barrio, la caña suele costar 1,10 euros. Haga usted la cuenta de lo que se gana en cada barril. Si los periódicos valen menos que una caña, limpiamente se llega a la conclusión de que las cañas se han ensoberbecido y están pagando el pato de las subidas del alcohol y de la vida en general. El pato siempre lo pagan los mismos en la historia de la humanidad. Pero, claro, todo ello conlleva un alejamiento progresivo de las tabernas. Los parroquianos llegan a pensar que se les está tomando el pelo. Es como si, para justificar la subida de la energía nuclear, deciden que la pistola de pan valga un euro.

Es un despropósito que seis cañas cuesten lo mismo que un menú del día, con tres platos, botella de vino y gaseosa. (También es despropósito, horterada incluso, esa manía insensata que tienen algunos bares de servir la cerveza en copa helada para estropear las esencias del lúpulo).

Si siguen así las cosas, el personal se recluirá en sus casas con los amigos para celebrar algo, para emborracharse sin que le tomen el pelo, para meditar acerca de la fugacidad de la vida, leer, escuchar a Mozart, enrollarte con una mirada, o dejarte embriagar por la magia de Tintoretto en el Museo del Prado. El precio de las cañas invita a la vida recoleta. Del Madrid cañí estamos pasando al Madrid anacoreta.

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