Vientos de guerra soplan sobre Irán
Los últimos movimientos de Bush muestran un aumento de tensión con tintes prebélicos
EE UU vive en estos días un ambiente prebélico muy similar al que se respiraba antes de la invasión de Irak en 2003. El objetivo ahora es nada menos que Irán. La Administración de Bush no para de reforzar la presencia militar estadounidense en el golfo Pérsico ante un eventual ataque a las instalaciones nucleares iraníes. Es una de las tantas señales que hacen creer a muchos estadounidenses -por lo menos al 40% de ellos, según una encuesta- que el país entrará en guerra, a pesar de que la Casa Blanca insiste en que es partidaria de una solución diplomática. Ayer, decenas de miles de estadounidenses, cansados ya de casi cuatro años de guerra en Irak, se manifestaron en Washington para pedir el regreso de las tropas.
EE UU tendrá desplegados en febrero dos portaaviones en la región del golfo Pérsico
"Oriente Próximo no va a ser una región dominada por Irán", dice el subsecretario de Defensa
Las acusaciones hechas por George Bush en el reciente discurso sobre el estado de la Unión son el último de una serie de pasos que la Administración norteamericana ha dado en las últimas semanas para situar el riesgo de una acción militar contra Irán en un grado, inferior todavía al de probable, pero que sí resulta ya digno de consideración. Muchos de los gestos y de la retórica utilizada estos días empiezan a recordar a los que se usaron para calentar el ambiente antes de la guerra de Irak.
"Recientemente, hemos podido ver", dijo el presidente Bush, "que hacemos frente a peligros provenientes de extremistas chiíes, igualmente hostiles con EE UU y decididos a dominar Oriente Próximo. Se sabe que muchos reciben órdenes del régimen de Irán, que financia y arma a terroristas como Hezbolá, un grupo que ocupa el segundo lugar después de Al Qaeda como responsable de la muerte de norteamericanos".
Un día después del discurso presidencial, el vicepresidente, Dick Cheney, fue preguntado en la cadena CNN sobre la posibilidad de que Estados Unidos recurra a la guerra para hacer frente al desarrollo nuclear iraní. "No voy a especular sobre una cosa así, no voy a especular sobre opciones militares", contestó. Ante la insistencia del periodista en el tema, Cheney dijo: "Tenemos una política que creo que está funcionando. Hemos ido a Naciones Unidas. Hemos conseguido una resolución de sanciones que ahora mismo están en vigor con respecto al programa de uranio iraní. Y vamos a seguir trabajando en ese tema. Queremos solucionar este problema diplomáticamente y haremos todo lo que esté en nuestras manos para conseguirlo. Pero también queremos dejar claro que todas las opciones están sobre la mesa".
Esta misma semana también, y como respuesta a unos ejercicios militares iraníes que incluían el ensayo de misiles de corto alcance, la Casa Blanca anunció el envío a la zona del portaaviones John Stennis y varios buques de escolta, para unirse al portaaviones Eisenhower, que ya opera en el Golfo Pérsico. Cuando el Stennis llegue a la zona, en febrero, será la primera vez desde la invasión de Irak en 2003 en que EE UU cuente con dos portaaviones en Oriente Próximo.
Al comentar este refuerzo -completado con el envío de misiles Patriots-, el subsecretario de Defensa, Nicholas Burns, dijo que "Oriente Próximo no va a ser una región dominada por Irán, el Golfo no es una porción de agua que va a quedar bajo control de Irán".
El aumento de medios militares en la zona se puso en marcha después de que cuatro diplomáticos iraníes fueran detenidos en la ciudad iraquí de Erbil por tropas norteamericanas que ocuparon unas oficinas de representación del Gobierno de Teherán. "Irán está proporcionando material de apoyo para ataques contra nuestras tropas", dijo Bush tras ese incidente. "Nuestra obligación es defender a nuestros soldados", repitió el viernes pasado.
Ese día, fue confirmada oficialmente una información del diario The Washington Post según la cual los militares norteamericanos en Irak tienen autorización para matar a agentes iraníes si consideran que éstos ponen en peligro la seguridad de las fuerzas de EE UU, de sus aliados o de la población civil. Antes de ese permiso explícito, los sospechosos tenían que ser detenidos y puestos en libertad después de un interrogatorio.
La autorización presidencial para actuar contra presuntos enemigos iraníes llegó el pasado otoño, después de que los responsables de los servicios de inteligencia estadounidenses convencieran a la Casa Blanca de que, en forma creciente en el último año, miembros de la Guardia Revolucionaria Iraní y agentes secretos -se calcula que unos 150- estaban entrenando y armando a extremistas chiíes.
La semana pasada, en una comparecencia ante el Senado, tanto el máximo responsable del espionaje norteamericano, John Negroponte, como el director de la Agencia Internacional de Inteligencia (CIA), Michael Hayden, se refirieron al peligro que representa Irán. Negroponte advirtió a los legisladores de que el régimen iraní podría utilizar a Hezbolá para misiones contra objetivos norteamericanos en Oriente Próximo. Hayden dijo que, en los últimos meses, se ha hecho "una interpretación mucho más oscura" sobre las actividades de Irán en Irak. "Creo que existen evidencias", declaró el director de la CIA, "que señalan que los iraníes quieren golpear a EE UU, dañar y maniatar a EE UU en Irak, de modo que nuestras opciones en la región, contra otras actividades que los iraníes podría desarrollar, sean limitadas".
Esta comparecencia y esta cascada de circunstancias conflictivas han alarmado ya a algunos miembros del Congreso. El presidente del Comité de Espionaje del Senado, John Rockefeller, ha confesado a la prensa: "Estoy un poco preocupado de que esto sea otro Irak". El diario The New York Times señalaba al respecto que "teniendo en cuenta que Rockefeller es uno entre un puñado de congresistas con acceso a la información más clasificada sobre la amenaza que representa Irán, sus puntos de vista tienen un peso especial".
El jefe de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, ha advertido a la Administración de que no está capacitada para emprender acciones militares contra Irán sin la aprobación del Congreso. Algo de lo que discrepa el Gobierno. "Si hubiera un ataque de Irán, creo que el presidente tendría la autoridad constitucional para defender al país", considera el fiscal general, Alberto Gonzales.
La música de un conflicto con Irán suena con más fuerza cada día en cualquier ambiente de esta capital. La semana pasada se hizo muy patente en una de las cenas más importantes que se celebraron en Washington, la despedida del embajador de Arabia Saudí en EE UU, el príncipe Turki al Faisal. Uno de los asistentes a esa cena recuerda que "el aire estaba cargado con la posibilidad de un ataque contra las instalaciones nucleares de Irán".
Otras fuentes creen ver en este duelo dialéctico diferentes ingredientes de una guerra psicológica entre dos contendientes que no están todavía dispuestos a enfrentarse. ¿Cuánto influyen en este clima los rumores sobre una pérdida de poder por parte del presidente iraní Mohamed Ahmadineyad frente a los líderes religiosos? ¿En qué medida la Administración norteamericana está filtrando el peligro de guerra en Irán para debilitar a los contrarios a la guerra en Irak?
Incluso cabe la posibilidad de que, detrás del ruido de sables, se encuentre el propósito estadounidense de que Europa y otros países, ante el peligro de males mayores, apuesten por la opción de las sanciones económicas a Irán. EE UU valora que esas sanciones están funcionando y que podrían acabar echando de la presidencia a Ahmadineyad y obligando a Teherán a renunciar a su plan nuclear.
Hoy por hoy, desde el punto de vista del Gobierno norteamericano, no cabe otra política que la de la presión sobre Irán. "En este momento no hay nada que los iraníes quieran de nosotros y, por tanto, en cualquier negociación con ellos, seríamos meros suplicantes", afirma el secretario de Defensa, Robert Gates. Aunque Gates es una de las incorporaciones que hizo Bush al Gobierno después del fracaso republicano en las elecciones legislativas de noviembre pasado como parte de lo que parecía ser una nueva política en Oriente Próximo, esa renovación sólo ha quedado, por ahora, en un propósito. Las advertencias a Irán, en particular, contradicen las recomendaciones de la comisión bipartidista presidida por James Baker, que pedía, entre otras cosas, buscar la colaboración con los Gobiernos de Teherán y Damasco.
Lejos de eso, en dos meses parece haberse vuelto a la apuesta de implacable firmeza representada por el vicepresidente Cheney. David Ignatius, un columnista especializado en política internacional, sostiene que "da la impresión de que la influencia de Cheney está al alza otra vez, al menos en lo que respecta a la política sobre Irak".
La influencia de Cheney en un asunto como el de una acción militar en Irán -muy impopular en estos momentos- se puede ver reflejada en el principio defendido de que un presidente tiene que manejar los grandes problemas de la política exterior sin reparar en el apoyo que sus decisiones encuentren en la opinión pública. "Las encuestas cambian todos los días", decía Cheney en una entrevista. En otras palabras, lo que haya que hacer en Irán, se hará.
El 40% de los ciudadanos cree que habrá un conflicto
El endurecimiento del tono con Irán ha comenzado a tener impacto en la opinión pública -un 40% de los norteamericanos cree que su país irá a la guerra, según una encuesta de Global Monitor-, pero no acaba de convencer a los observadores y analistas políticos en Washington, que no dan crédito a la posibilidad de que un país que está atrapado y sin visos de solución en una guerra en Irak tenga la energía y los recursos para embarcarse en otra operación militar todavía más ambiciosa e incierta."Posiblemente, lo único que una Administración tremendamente débil, como es ésta, pueda hacer es adoptar un tono tremendamente duro tratando de confundir al adversario, pero la verdad es que resulta poco creíble", opina una fuente diplomática.
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