Una casa puede ser un hogar
Quienes creemos que, además del nuestro, existen otros mundos que también merecen la pena podemos empezar a felicitarnos. Casa Árabe inicia estos días sus actividades aunque la inauguración oficial vendrá más adelante, y sobre todo vendrá la apertura de su sede en uno de los edificios que más me gustan de Madrid y que ahora se está remodelando, el neomudéjar situado frente al Retiro y conocido como las Escuelas Aguirre.
Hay tanto por hacer en materia de estudio y relaciones, el panorama que nos puede deparar una visión no ensoberbecida por los tópicos reúne tal riqueza, que se me hace la boca agua. Llevamos unos siglos de retraso -oficialmente hablando, me refiero: por parte de las instituciones- en falta de comunicación, cuando no de rechazo. Los españoles hemos debido suplir por nuestra cuenta, cuando hemos querido y podido, la insuficiencia letal de no conocer a aquellos con quienes compartimos un prolongado pasado. Así es como han surgido nombres de peso en la especialización arabista, personas gracias a cuya luz no metemos la pata del todo en materia de árabes y de musulmanes. De esa gente estudiosa y tenaz en la construcción de los puentes que nos unen va a nutrirse, espero, Casa Árabe, que dispondrá también de un centro de investigación -con un nombre larguísimo: Instituto Internacional de Estudios Árabes y del Mundo Musulmán (IIEAMM)-, con sede en la Casa Mudéjar de Córdoba, muy cerca de la catedral / mezquita.
Hay tanto por hacer, decía. Con que aprendiéramos a distinguir las culturas de cada país árabe; con que supiéramos que no son sólo las bombas y el terror lo que les impulsa. Si nos enteráramos, por fin, de cuántos de sus intelectuales militan en la más rabiosa modernidad. Si reuniéramos a los moderados de cada lugar, incluidos los nuestros, y les alentáramos y apoyáramos.
Casa Árabe quiere ser la institución de referencia sobre el tema en España, y también un centro de encuentro, de estudio y análisis, de reflexión sobre la realidad. En principio parece una historia seria, con las instituciones que corresponden comprometidas en el asunto, un amplio respaldo empresarial y un programa que va de lo cultural a lo político, de la reflexión sobre la islamofobia a la formación de personal especializado para el estudio del árabe -la enseñanza de esta lengua es otro de los pilares capitales-, los debates, las reuniones, los intercambios, las investigaciones.
En este año que ha empezado con la mala sombra como acabó su predecesor, la noticia de que Casa Árabe inicia su andadura es un buen regalo de Reyes (de Occidente para Oriente y Occidente, como si dijéramos), y es de desear que no se convierta en un organismo dispensador de prebendas y sinecuras y proveedor de telas de araña para los rincones de la burocracia. En principio, ya digo, no lo parece. Es un proyecto ambicioso, cuyas iniciativas no van a reducirse a la capital del reino ni a la mítica Córdoba. Me va a gustar ver cómo se aprecian en mi país aquellas cosas que en las árabes tierras pueden disfrutarse; cosas de la cultura y la hermandad. Y me va a gustar especialmente que haya trasiego de personas, que nuestras ideas polemicen con las suyas, que las suyas nos penetren cuando sea necesario y las nuestras germinen cuando lo merezcan. Nos hemos pasado varias vidas dando la espalda a nuestro pasado árabe, no podemos perder el tren de nuestra mutua amistad. Eso les proporcionaría un gran placer a los fanáticos de uno y otro lado, los partidarios del exterminio físico y de la confrontación cultural.
Cosita más. Casa Árabe pretende apoyar la expansión de la literatura de allí (de los diferentes allí), y eso incluye estímulos a la traducción, publicación y difusión; además de la apertura de una librería especializada.
No sé si volverme a vivir a Madrid, tal como pinta. Estupendo panorama: saldría de Beirut embozada, pasaría por Barcelona a ver a la familia y los amigos, seguiría trayecto hasta la capital y, una vez allí, a casa. A Casa Árabe, quiero decir. Una especie de hogar para amantes dispersos.
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