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La ofensiva terrorista
Columna
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Sísifo

Enrique Gil Calvo

La matanza de fin de año no sólo ha derribado el aparcamiento de la T-4, con personas y automóviles dentro, sino que también ha hecho caer el llamado proceso de paz. Y con su atentado ETA ha convertido a Zapatero en una vívida imagen de Sísifo, que quiso engañar a los dioses y fue castigado a levantar una roca hasta la cima del monte sólo para perderla cuesta abajo antes de alcanzar la cumbre, teniendo luego que volver a recogerla para emprender el ascenso de nuevo. Es lo que ha ocurrido hasta hoy con todas las treguas ofertadas por ETA al Gobierno español: en 1988 al de González, en 1998 al de Aznar y en 2006 al de Zapatero. En todos los casos, y tras un laborioso ascenso, la piedra de la paz se le escurre al Gobierno de entre sus manos y cae por la ladera cuesta abajo. Y luego vuelta a empezar, esperando que se abra una nueva oportunidad para la paz cuando la reorganizada ETA vuelva a quedar desarticulada por la acción policial. La única esperanza es que los plazos entre una y otra ocasión se están acortando, de modo que ahora Sísifo, sea ZP o su sucesor, tardará menos tiempo en retomar la piedra para iniciar el próximo ascenso.

¿Por qué se ha caído la piedra esta vez? Hay dos hipótesis al respecto. La primera es que, una vez más, sólo se trataba de otra tregua-trampa, pues ETA no quería negociar su rendición sino ganar tiempo para reorganizarse, rehacer sus fuerzas y renovarse generacionalmente, antes de iniciar un nuevo ciclo terrorista. Esta versión reserva a Zapatero el papel del iluso de turno al que se logra engatusar con el señuelo de la paz, como se hizo en la tregua de 1998 con Ibarretxe y el pacto de Lizarra. La otra explicación admite que, al comienzo del proceso, la ETA liderada por Ternera sí estaba de verdad decidida a negociar su desmilitarización. Pero la obstrucción judicial, el boicot del PP y la Ley de Partidos lo hicieron imposible. Entonces Ternera fue desautorizado y retomó el mando el ala dura de Txeroki.

¿Cuál de estas hipótesis parece más plausible? Ambas a la vez, pues resultan no sólo complementarias sino además reversibles. Como sostenía Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios. Y viceversa, según la hipótesis clausewitziana de continuidad reversible: cuando interesa y se puede se abre el conflicto, y cuando conviene o no se puede mantenerlo se entabla el acuerdo. Los medios o recursos tácticos son accidentales e intercambiables: lucha o negociación. Pero los fines u objetivos estratégicos son innegociables: vencer o al menos no perder. De ahí que la oferta etarra de tregua permanente sólo persiguiera el fin último de permanecer: perdurar, persistir, prevalecer. O sea, sobrevivir a cualquier precio: un precio pagado por propios como Batasuna o por extraños como Zapatero.

¿Y ahora qué? Ahora hay que armarse de paciencia y asumir el destino de Sísifo que exige bajar hasta el fondo de la sima del terror para recoger desde allí la piedra y volver a cargar con ella intentando escalar la escarpada cuesta de la paz. Todo ello con sacrificio y sentido del deber pero sin excusas ni lamentaciones. Quiero decir que hace falta más trabajo y menos teatro. Trabajo porque hay que volver a empezar a desarticular de nuevo a la ya reorganizada ETA de Txeroki, desplegando para ello realismo político e inteligencia policial: hay que consolidar la confianza trabada con el PNV de Imaz, hay que agudizar las contradicciones entre ETA y Batasuna, hay que infiltrarse en las redes sociales que nutren al terrorismo y, sobre todo, hay que castigar policialmente a los terroristas hasta que la propia ETA, al verse debilitada sin margen para recuperarse, entre en razón, recupere el sentido de la realidad y se avenga a negociar su definitiva rendición. Y menos teatro porque el Gobierno no debería perder el tiempo en seguir el juego del PP entrando en el cuerpo a cuerpo del ajuste de cuentas, según puede suceder con el agrio debate sobre la reedición del Pacto contra el Terrorismo, destinado a escenificar como parece una insalvable fractura política que sólo beneficiaría a los terroristas.

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