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Reportaje:

"Vivimos en un mundo lleno de supersticiones"

Martí Domínguez, ganador del Pla, recupera a Voltaire como ariete contra los dogmas

Al escritor y biólogo Martí Domínguez (Madrid, 1966), ganador del 39º premio Josep Pla de prosa en catalán, le parece espantoso que en nuestra época reinen todavía peligrosas supercherías servidas por dogmas de fe. Como es evidente, la condición de científico tiene un gran peso en la literatura de este autor, afincado desde niño en Valencia. Su formación académica provoca que desdeñe como falso lo que no se puede verificar en laboratorios.

Enemigo de los libros que sólo ofrecen entretenimiento, Domínguez apuesta por "las novelas de ideas que hagan reflexionar al lector". Éste fue el acicate que le animó a escribir El retorn de Voltaire (El regreso de Voltaire), obra con la que se ha embolsado los 6.000 euros que dan vidilla al galardón. El filósofo francés, intelectual rebelde y lúcido zarandeado por los tipos más reaccionarios de su época, no es un simple personaje en la novela de Domínguez. Lo que importa es su pensamiento contestatario, su lucha contra las idolatrías. "De Voltaire aprendemos que es necesario adoptar una actitud tolerante para distanciarnos del fanatismo. Para opinar es imprescindible basarse en la razón y la experiencia", sostiene el autor, colaborador de la edición valenciana de este diario.

Su admiración por el Siglo de las Luces carece de resquicios, aunque no se trata sólo de un gusto erudito: en el pensamiento de los popes ilustrados encuentra razones para encarar conflictos muy actuales. "Vivimos en un mundo lleno de supersticiones que ha arrinconado a la ciencia. En muchos lugares de Estados Unidos, por ejemplo, se condena el darwinismo. También en Rusia, uno de los antiguos bastiones de la teoría de la evolución. El fanatismo impera en los países musulmanes, en el catolicismo español más castizo... Es algo increíble porque creo que la era de Internet, la Enciclopedia de nuestro tiempo, es incompatible con los dogmas de fe", apunta el novelista, y añade: "Creíamos que el fanatismo estaba causado por la falta de información, pero ahora vemos que no es así. Las enseñanzas de la Ilustración son útiles para combatir a la tiranía y a los sectarios".

Al Voltaire que recrea la novela le falta el ímpetu de la juventud, pero su capacidad de pensar se mantiene tan intacta como combativa. La narración comienza con el regreso del filósofo a París tras años de exilio. El pueblo le recibe entonces como un héroe, aunque la Iglesia no tardará en organizar un nuevo ajuste de cuentas. La refriega continuó en el siglo XIX, "profundamente antivolteriano", a juicio del escritor. "Víctor Hugo odiaba a muerte a Voltaire, cuya obra atacó en varios panfletos. Los hermanos Goncourt también hicieron lo mismo. Es injusto, porque Voltaire fue siempre un hombre valiente al que, además, gustaba entretener a la gente".

Domínguez se confiesa, claro, un "afrancesado total", como algunos de sus maestros literarios, entre los que suele citar a Josep Pla y Joan Fuster. Por el contrario, otros literatos europeos de prestigio le dan alergia. Por ejemplo, Ernst Jünger: "Presumía de haber comprado libros muy baratos a libreros de lance parisiense. Es normal que con aquellas botas militares y aquel uniforme nazi no se los vendieran caros".

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