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Tribuna:La última obra de un clásico
Tribuna
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El campo de batalla del cine bélico

Dado que Clint Eastwood ha resucitado con estruendo singular los fragores guerreros de Iwo Jima en un díptico fílmico, el cine bélico, mítico género de antaño, constituye de nuevo un tema recurrente. Brotan por ello las rememoraciones de imágenes cinematográficas donde los estallidos de violencia y horror cobran dimensiones muy superiores a las adquiridas en cualquier otro género; de acuerdo con tal circunstancia, inducida por una implacable realidad, dicha temática nutre los más auténticos relatos de terror en la pantalla, encaramados por encima de las narraciones adscritas a truculencias de cariz fantástico. Pese a los infinitos recursos a la ficción pura, el cine bélico remite a hechos acontecidos con monstruoso impacto y revive tragedias colectivas en que los valores éticos han sucumbido junto a los hombres.

El franquismo impidió que se difundieran aquí obras maestras como 'Air Force' (1943)
El mejor cine de guerra incluye como bandera valores antibelicistas y pacifistas

Resulta peculiar, por tanto, que, según convención aceptada de modo casi unánime, la expresión "cine bélico" se refiera tan sólo a películas en torno a guerras acaecidas en el siglo XX y a continuación; las correspondientes a periodos previos quedan situadas, a tenor de una complementaria conformidad, en el género denominado "cine histórico". A esa última tendencia narrativa pertenecería, por ejemplo, Guerra y paz, el filme de King Vidor sobre la novela de Tolstói evocadora de la irrupción napoleónica en territorio zarista. En consecuencia, parece como si se hubiera querido reservar la primera expresión para catalogar los largometrajes de ficción acerca de contiendas coetáneas a la propia evolución del cine. En tal acotación sobresale un motivo: la maquinaria guerrera, y de manera especial en lo concerniente a la expansión militar hacia los espacios aéreos, dio un gran salto adelante con la llegada del siglo recientemente fenecido. De igual causa deriva, en parte, la enorme variedad de subgéneros acumulada, con el transcurso del tiempo, en los derroteros fílmicos propiciados por los conflictos armados: se habla de películas de submarinos o de aviación con respecto a zonas de lucha concretas, o de relatos de comandos o de campos de prisioneros con relación a otras vertientes de las conflagraciones. La inexorable ampliación de la gama de artefactos destructivos repercutió, además, en que la susodicha corriente cinematográfica quedara rotundamente vitalizada con el acceso de Hollywood al sonido, básico en la recreación del clima audiovisual de unas batallas materializadas en lo sucesivo de forma muy heterogénea.

De ahí provienen algunos de los factores que impulsaron el cine bélico a la cumbre durante la II Guerra Mundial. Lograda la plenitud expresiva por Hollywood tras más de un decenio de logros artísticos a partir del advenimiento del sonoro, el cine americano desplegó sus mejores baterías y disparó sus poderosas armas en torno a la narración de muy diferentes lances marciales mientras éstos se producían. El franquismo impidió entonces que se difundieran aquí obras maestras como Air Force (1943) sobre unos primeros tiempos de los enfrentamientos a lo largo del Pacífico, y They were expendable (1945) -No eran imprescindibles, según ediciones en vídeo-, crónica elegíaca de una derrota, la caída de Filipinas en manos japonesas. Parece significativo, desde un punto de vista estético, que tales obras llevaran las firmas de dos excelsos cineastas, Howard Hawks y John Ford, respectivamente. Pero conviene puntualizar que los largometrajes ofrecidos en la época por la capital del cine respondían notoriamente a una labor en equipo, coyuntura con añadida importancia si se repara en que diversos directores de alta enjundia se habían incorporado a las fuerzas armadas con la misión de realizar documentales militares; así, Frank Capra, William Wyler, George Stevens y, previamente a generar el filme citado, John Ford.

Precisamente las consiguientes obras en el marco del Ejército y la Marina fueron las que, desde un ángulo con objetividad, habría que calificar en rigor con el vocablo "propaganda", tanto por representar contribuciones en la esfera del servicio castrense como en función de sus finalidades didácticas a tenor de decisiones emanadas del mando. En cambio, parece abusivo emplear aquella palabra para menospreciar los filmes de ficción que brotaban de Hollywood, teóricamente a salvo de imposiciones directas y connaturalmente al lado del Gobierno en el esfuerzo para destruir al fascismo. Una de las fuerzas internas que convergieron en la grandeza de no pocas películas en esas coordenadas geográficas e históricas consistió en la decidida defensa de la democracia frente al nazismo hitleriano y el imperialista totalitarismo japonés. Es de suponer que cualquier progresista español rechazaría describir como "propaganda" las obras cinematográficas a favor de los leales a la República, enemigos de los franquistas insurrectos. Y hoy día se incrementa la inclinación a loar antiguos documentales producidos por las fuerzas armadas americanas con inequívocos objetivos propagandísticos.

Al respecto interesa subrayar que, con nítida independencia de tales fines, una perceptible autocrítica surgió ya de películas antifascistas elaboradas en Estados Unidos paralelamente al desarrollo de la II Guerra Mundial; es fácil descubrir aquella virtud en las estrenadas en 1945 También somos seres humanos, de William A. Wellman; Pride of the Marines, de Delmer Daves, y A walk in the Sun (Un paseo bajo el sol en vídeo), de Lewis Milestone. La segunda sería juzgada manifiestamente izquierdista por los inquisidores que, dos años después, inaugurarían la caza de brujas contra la presunta infiltración comunista en Hollywood. Y ni siquiera esa persecución del progresismo detendría las miradas retrospectivas con carácter sombrío acerca de la participación del país en la contienda: Almas en la hoguera (1949), de Henry King, compondría un espléndido ejemplo de tan racional postura. No se debe olvidar que magníficas novelas de autores americanos, publicadas entre 1944 y 1951, impulsaron la tendencia crítica en el cine bélico: véase al efecto el filme de Fred Zinnemann De aquí a la eternidad (1953), basado en el libro de James Jones editado un bienio atrás, o The naked and the dead (1958), versión de Raoul Walsh del texto homónimo (Los desnudos y los muertos) que Norman Mailer culminara con 10 años de antelación.

La citada caza de brujas frenó las actitudes autocríticas con relación a la impopular guerra de Corea, pero luego la contienda de Vietnam, vituperada por influyentes sectores de la opinión pública, suscitaría películas alineadas con claridad en su contra, como Apocalypse now (1979, ampliada en 2001 y retitulada Apocalypse now redux) y la un tanto incomprendida en lo que atañe a sus contenidos morales El cazador (1978). Este filme de Michael Cimino sirve, por cierto, para plantear la dificultad de fijar fronteras entre el cine bélico, tratado hasta el momento, y el que cabría llamar "cine de guerra" por una conexión inferior con los combates que, sin embargo, no entrañaba desvinculación alguna con el conflicto armado. Sería lícito incluir en ese cine de guerra no estrictamente bélico abundantes obras que no contemplan primordialmente la lucha militar sino algunos terrenos colaterales, desde las operaciones de resistencia hasta las actividades de espionaje, sin olvido de las repercusiones en la retaguardia y en el frente del hogar. Basta citar como ejemplo Roma, ciudad abierta (1945), obra de Roberto Rossellini que, por otro lado, resulta útil aquí para un recuerdo global de múltiples aportaciones cinematográficas en la órbita comentada que nacieron en países lejanos de Estados Unidos y narraron en términos elocuentes los masivos horrores de las conflagraciones militares. También permite aquella excelente obra traer a colación un hecho contundente: el mejor cine bélico y el mejor cine de guerra incluyeron a modo de bandera valores antibelicistas y pacifistas.

Javier Coma es autor de Aquella guerra desde aquel Hollywood, La ficción bélica, El cine bélico y La Brigada Hollywood: guerra española y cine americano.

Montgomery Clift y Frank Sinatra (a la derecha), en un fotograma de <i>De aquí a la eternidad</i>.
Montgomery Clift y Frank Sinatra (a la derecha), en un fotograma de De aquí a la eternidad.
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