La era de Fito & Fitipaldis
En su concierto de ayer en Madrid, el músico bilbaíno y su banda mostraron la envidiable vitalidad de su rock
Son las cuatro de la tarde del jueves 28 de diciembre y ya en la puerta del Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid se agolpan más de doscientos jóvenes de estéticas diversas, pero que destilan todos ellos un mismo feeling. Todos, más jóvenes o menos, más atildados o menos, más sanos o de pinta más porrera o calimochera... son inequívocamente seguidores acérrimos de Fito Cabrales.
Cabrales ve cómo el cielo se abre a sus deseos llevándole a pilotar la gira de su vida
El rock, que parecía muerto y enterrado en este país, resucita de la mano de Fito
Cabrales, bilbaíno compositor y cantante, ve este año cómo el cielo se abre a todos sus deseos, llevándole a pilotar, en palabras de su manager, el Polaco, "la gira de su vida". No es para menos. En poco más de un año, Fito y su banda, unos renovados Fitipaldis, harán alrededor de cien conciertos en unas condiciones realmente especiales para lo que suele ser la tradicional vida del rock en carretera. La filosofía podría resumirse en que, si el artista es el que genera el dinero, mediante la autogestión total el dinero generado por el artista volverá a revertir en él. Simple, pero tarea hercúlea en un país en el que la costumbre ha sido tratar de esquilmar las ganancias del rockero por parte de malos promotores e intermediarios diversos.
Dentro del palacio, Fito cumple con el ritual de la prueba de sonido, que se hace religiosamente antes de cada concierto. El espacio vacío se llena con los rebotes de un rock caliente, de raíz negra y letra callejera, cantado con el corazón por un artista que sigue sin renunciar a empalmar un cigarrito tras otro. Al trinomio "sexo, drogas y rock and roll" se le ha caído el argumento de en medio, pero el vicio es el vicio.
Las gradas permanecen vacías y mudas ante el vendaval de rock clásico en estado puro que nace de las guitarras de Fito, un auténtico tocón, y el maestro Carlos Raya, hoy por hoy el productor de rock por excelencia en España. Junto a ellos, la sección rítmica formada por el Niño Bruno a la batería y Candi Caramelo, experimentados batidores de rimo al servicio de Andrés Calamaro, Ariel Rot o Miguel Ríos, entre otros muchos nombres. Completan el elenco los también vascos Javier Alzota, al saxo y percusión, y Joserra Semperena en los teclados. Este equipo de músicos es una auténtica bomba, una máquina que en las más de dos horas que dura el show apenas evidencia un solo fallo. De ellos dice Fito: "Siempre me arropan. Por muy mal que yo tenga el día, ellos me llevan p'adelante".
Este local, como todos los de la gira, ha sido elegido y contratado directamente por la banda. Es parte de la estrategia diseñada por Fito y el Polaco: controlar hasta el último detalle: escenario, luces, sonido, promoción, seguridad, merchandising, venta de entradas... Hasta un seguro especial tiene, mediante el cual si un músico cae enfermo, al resto de la banda se le garantiza que cobre hasta 20 conciertos, aunque éstos no se celebren. Por llevar, llevan hasta cocinero propio e instalan en cada pabellón donde tocan un comedor popular en el que, si los horarios lo permiten, come todo el equipo junto, Cabrales incluido. Explica el Polaco: "El objetivo es ser una familia y que, cuando la gira termine, lo sigamos siendo". Una familia muy bien avenida, pese a que Fito marca su espacio personal a fin de no dejarse vencer por la responsabilidad de los conciertos, los compromisos promocionales o el simple cariño de la legión de fans que van apareciendo en las diversas localidades en las que va actuando. La de Madrid llega tras 12 conciertos que han sido sendos éxitos inenarrables para el público y la crítica. Los de la capital no son dos más y Fito lo sabe, aunque, como confiesa, "siempre he sido nervioso, aunque no como para llamar al médico".
De todos modos, la banda apura la prueba de sonido unas dos horas y entonces el cantante accede, de modo excepcional, a cambiar impresiones en caliente con este periodista. Así, manifiesta "una enorme ilusión por tocar en recintos donde no he tocado, como éste; por hacerlo con esta banda y, sobre todo, por disfrutar de la respuesta del público". Esa respuesta que tanto valora Fito no hace referencia a los aspectos cuantitativos -números o ventas de discos- sino que es materia de conversación entre los músicos: "Después de cada concierto, siempre hablamos entre nosotros acerca de lo bien que estaba el público: siempre está como que no van a dejar que nada les pueda joder el rollo y eso se nos contagia a los músicos". La conversación termina y el equipo de Fito tira de éste para llevarle al hotel, donde guardará, dice, "todas mis fuerzas para el concierto de esta noche".
Afuera del palacio, la cola es ya ciertamente kilométrica; y eso que sólo son las 18.30 y faltan tres horas para que la actuación comience. Serán dos en Madrid, ambos con el cartel de sold out puesto, como ha venido ocurriendo en todas y cada una de las actuaciones. En algunos sitos, como Valencia o Madrid, ha habido que ampliar fechas a dos días y en Bilbao batieron el récord a cubierto con 19.000 localidades vendidas. Pero Fito y los suyos no matan la gallina de los huevos de oro: en verano harán unas pocas fechas junto a Andrés Calamaro en un formato distinto, con colaboración entre ambos, y que será registrado en DVD. Después el ex Rodríguez les llevará de la mano a América para que también al otro lado del Atlántico se conozcan y disfruten en vivo las canciones de este pequeño, patilludo y fibroso artista de rock.
Por la noche en el mismo recinto y con todo el aforo completo, resulta palmario comprobar que el rock español ha entrado en la Era de Fito & Fitipaldis; un tiempo en el que incluso parece posible que público que parecía condenado al pop edulcorado, facilón, de ese que entra por los ojos a través de la inevitable vía de la televisión, baile también country, swing o añejo rockabilly. A ver si va a ser que, si le dan la posibilidad de tomar caviar, igual la masa que llena los conciertos va y no se conforma con hamburguesas. Durante más de dos horas Fito y su banda ofrecen producto bueno, auténtico y real. Canciones propias que le revelan como un autor de música y textos llamado seguir la estela de Sabina o Calamaro. También hay versiones que muestran que Enrique Urquijo no tiene por qué sonar triste, que en el rock radical de Barricada bien cabe una rumba y que las canciones estandarte de Robe Iniesta pueden encarnarse en rock and roll vacilón.
El público juega a favor desde el minuto uno, en el que en las dos pantallas de vídeo situadas a ambos lados del escenario muestran unos créditos al estilo cinematográfico en el que figura todo el personal fijo que colabora en esta gira, todo un detalle. Tras caer un telón negro, el grupo se embarca en un non stop rockero que sólo se ve alterado por un set acústico de cuatro canciones. Pero no hay gran aparato escénico, ni elementos que distraigan la atención del espectador de lo que a Fito más le importa: las canciones; esos temas que a él tanto le cuesta escribir y que con su propia existencia y aceptación generalizada señalan un cambio de tendencia clarísimo en el gusto de la juventud -y no tan juventud- española. El rock, que parecía muerto y enterrado en este país, resucita de la mano de Fito y muestra una envidiable vitalidad que para sí quisieran otros géneros musicales. Es lo que tiene hacer las cosas con fé y buen gusto.
Dos vidas
Fito ha conseguido algo dificilísimo en nuestro país: sobrevivir e incluso superar con creces en solitario una larga carrera junto a una banda, Platero y Tú, con la que llegó a editar 10 elepés y alcanzó de sobra la gloria. Sin embargo, el ámbito barrial al que el rock en castellano fue empujado durante la década de los noventa se le quedó pequeño a este esforzado compositor de canciones y músico inquieto. Por ello sorprendió agradablemente la edición de A puerta cerrada, disco lleno de claves de rock latino con el que saludó el siglo y que originó la típica polémica incruenta de si era más o menos auténtico que con Platero y Tú.
Sin embargo, su calidad como autor se impuso y con dos discos más, Los sueños locos y Lo más lejos a tu lado, Fito logró otro hito de los que caracterizan a las primeras figuras: consiguió que su música fuera para todo tipo de públicos y no sólo para los incondicionales militantes que habían jaleado su carrera junto a Platero y Tú.
Fito siempre supo que quería que su música fuese para ser escuchada por aficionados de todo tipo y condición. De este modo, en los conciertos de Fito, siempre multitudinarios y llenos de entusiasmo, miles de espectadores que de modo natural no tendrían que ver los unos con los otros, se ponían de acuerdo para corear al unísono Rojitas las orejas, A la luna se le ve el ombligo, Para toda la vida o La casa por el tejado.
Consciente de que en España el problema del rock es siempre el techo bajo que tiene como estilo mayoritario, a Fito el tema no le preocupa lo más mínimo: "A veces pienso en que es difícil hacer algo más grande de lo que está siendo esta gira, pero da igual. Después tocaré en sitios más pequeños y, además, me queda tanta música por hacer".
Babelia
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