_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La victoria de Israel

Todavía no es la guerra civil, pero los palestinos parece que actúen en un escenario especialmente diseñado por el Gobierno de Ehud Olmert, en el que, nadie en Europa debería olvidarlo, figura Avigdor Lieberman, reputado por propugnar la deportación de los árabes israelíes a Jordania o dondequiera que sea, a extramuros de un Estado sionista territorialmente más que redondeado.

El guión merecería estar escrito por Israel, con el beneplácito del gran democratizador a sangre y fuego de Oriente Próximo, el presidente norteamericano George W. Bush. Las conversaciones para la formación de un Gabinete de unidad entre Al Fatah, del presidente Mahmud Abbas, y Hamás, del primer ministro Ismael Haniya, tenían que fracasar y ante el prolongado punto muerto, el jefe del Estado sin Estado resolvía convocar elecciones anticipadas, como efectivamente ha ocurrido, y el movimiento integrista y de terror, sintiéndose despojado de lo que había ganado en las urnas, o bien iniciaba entonces las hostilidades o, si no podía impedir que se celebraran los comicios, los boicoteaba antes que arriesgarse a perderlos. Mejor aún, la realidad acudía en auxilio en refuerzo de la teoría cuando Olmert anunciaba el lunes su apoyo al presidente palestino y, para hurgar más en la herida, su voluntad de reunirse con Abbas, para lo que no había mostrado ninguna prisa hasta la fecha. Más leña al fuego, porque a quien vote Israel es como darle el beso de la muerte ante la opinión palestina.

Y todo ello encaminado a generalizar el caos, si no el enfrentamiento abierto, en el que la llamada a elecciones pasa incluso a segundo plano, hasta el punto de que lo que menos importa es si van a tener lugar y hasta quién las gane. La destrucción progresiva de la sociedad palestina es el verdadero objetivo de una mecánica inexorable que comenzó, en su fase actual, con la supresión de la ayuda de la UE y Estados Unidos, y el impago de lo que Israel debe por exportaciones a través de su territorio a la Autoridad Palestina. Pero tanto como destrucción hay que decir suicidio porque, como actores disciplinados que son, Al Fatah al igual que Hamás interpretan su papel sin saltarse una coma. Hamás se niega a renunciar al terror y todavía menos está dispuesto a negociar un mutuo reconocimiento con Israel -que es cierto que el Gobierno de Jerusalén ni quiere, ni necesita- y así Estados Unidos y el Estado sionista se consideran legitimados para perseverar en su tenaza sobre un pueblo al que no reconocen, por mucho que vote, ni con Al Fatah ni con Hamás, como interlocutor válido.

Mahmud Abbas, que hace de la contemporización su mayor actividad profesional, da entonces el paso que enciende la mecha: unas elecciones con las que piensa recuperar el control del Gabinete, al tiempo que trata de que sus adversarios liberen, de grado o por fuerza, al soldado israelí que tienen en su poder desde hace meses; en sí misma, una medida prudente, pero que no dejará de envenenar más si cabe los ánimos en los territorios ocupados. Ha sido, sin embargo, Hamás quien primero arruinó su posición por mantenerlo en cautiverio, sin que eso haya servido a ningún propósito político digno ni identificable.

Al borde del abismo, que parece su forma preferida de expresarse, Al Fatah y Hamás tratan hoy de negociar de nuevo la formación de un Gobierno que tiene, en cualquier caso, cero posibilidades de ser aceptado por Israel y muy pocas por Estados Unidos. ¿Y Europa? Mira a los demás a ver si le dan alguna pista. Un acuerdo también, que si llegara, aunque significaría el enterramiento del proyecto electoral, difícilmente podría mover a Hamás a dejar de ser lo que es para persuadir al movimiento de que reconociera a Israel, ni a la Autoridad Palestina de Abbas a que admitiese que toda su mímica, a veces patética, para llamar la atención de Washington no sirve absolutamente de nada. Su antecesor y fundador del movimiento palestino, Yasir Arafat, también se estrelló ahí. Y en lo que ambas fuerzas coinciden, proponer como solución del conflicto la oferta de la Liga Árabe de marzo de 2002, de reconocimiento pleno de Israel por parte de todos sus miembros a cambio de una retirada israelí igual de estupenda, es algo que deja indiferente a Jerusalén, porque lo que quiere es territorios por paz en lugar de comprar la paz con territorios: alrededor de la mitad de Cisjordania y toda la Ciudad Vieja, como han dicho en numerosas ocasiones sus líderes, desde el inanimado Sharon al inerte Olmert, en violación de la resolución 242 del Consejo de Seguridad.

Pero la vida nunca se detiene y eso el árabe lo sabe mejor que nadie. Mientras los dos bandos se acechan a un paso del precipicio, en Jerusalén oriental los mercaderes palestinos, con la neutralidad implacable del negocio, venden banderines y gallardetes de las facciones enfrentadas: Al Fatah, Hamás, Yihad Islámica, y el Frente Popular para la Liberación de Palestina, que el visitante puede llevarse como recuerdo de la guerra que viene. Esa guerra sería la gran victoria de Israel.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_