"Intento transformar una estructura brutal en arco de triunfo"
La de Bilbao no será la primera intervención de carácter arquitectónico-artística de Daniel Buren (Boulogne-Billancourt, 1938) porque en París, en 1985, recibió el encargo de resolver de manera escultórica la ocupación del espacio antes destinado a aparcamiento al aire libre, en los jardines del Palais Royal. Sus columnas listadas levantaron mucha polvareda. En 1995, fue la segunda ciudad de Francia, Lyon, la que le pidió que interviniera en la plaza de los Terraux. Reconocido internacionalmente -Buren ha expuesto dos veces en el Guggenheim de Nueva York-, al tiempo que muy criticado por su radicalismo, se autodefine como "anticapitalista", cuestiona los museos en tanto que piezas importantes en la consolidación del precio y el valor del arte, y es reconocible entre mil por su obsesión por hacer más visible el espacio gracias a rayas de dos colores, de 8,7 centímetros de ancho, alternados, uno de ellos el blanco.
"El puente tiene gran importancia para Bilbao y también para el Guggenheim. Gehry hizo que su museo casi lo abrazara, como una tenaza, pero ese extremo del edificio no se utiliza, es meramente escultórico", dice Buren, para quien no cabe la menor duda de que el arquitecto norteamericano "hubiera concebido el puente de otra forma de estar eso en su mano".
"La idea principal de mi propuesta es convertir el puente en puerta de entrada de la ciudad y del museo, un poco a la vieja manera de las ciudades amuralladas. Lo existente es una estructura un tanto brutal que yo transformo en arco de triunfo. El puente deja de ser un simple lugar de paso y marca la entrada o la salida de un espacio".
El color, el rojo intenso que ha elegido para su puerta, Buren lo explica "en función de las posibilidades de combinación que tiene con el titanio, tan cambiante según sea la luz del sol". Y cómo no, la obra tiene en cuenta "el reflejo en el agua y la iluminación de noche". Las famosas rayas o listas de Buren, su marca de fábrica o firma aparecen discretamente, "en los costados, pero jugando también con el agua. El rojo que he escogido es rico, potente, a la altura del lugar".
"El Guggenheim es la torre Eiffel de la obra de Gehry, es un éxito enorme, original, una construcción que modifica el entorno, que lo ennoblece todo. Es un edificio muy personal pero, al mismo tiempo, en su interior, sabe adaptarse a las necesidades de las obras que se exponen. Parece mentira pero es maleable, rompedor y clásico".
Lo que en el mundo del arte se conoce como el "efecto Guggenheim" y que hace que medio mundo ande intentando construir nuevos y muy originales museos o centros de arte, ha tenido otro efecto positivo, al menos sobre Buren, más allá de llevarle a fotografiarse junto a las escamas de titanio de Gehry. "Bilbao tiene una muy buena colección de arte moderno, en el Museo de Bellas Artes. La descubrí cuando vine por las obras del Guggenheim. En los viejos museos de las ciudades que no son capitales de Estado, en las ciudades de provincias, hay auténticos tesoros desconocidos y mal promocionados, obras que sólo están ahí, que no pertenecen al circuito internacional, que hay que ir a visitar expresamente porque no son las mismas que vemos en todas partes". Buren habla de la cuestión con entusiasmo y conocimiento de causa porque acaba de vivir algo parecido con el museo Fabre de Montpellier, "para el que he concebido un nuevo suelo para el hall de entrada y acceso a las salas. Tienen ahí cuadros magníficos, dignos de estar en el Louvre".
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