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Columna
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Mejor que nunca

Se han celebrado votaciones en la Academia del cine, y normalmente no hay dos alternativas. Incluso es difícil encontrar una, porque hoy en día nadie quiere responsabilidades gratis. Sin embargo, este año teníamos dos opciones, y las dos magníficas. Gil Parrondo, una de esas pocas personas a las que puedes llamar genio sin exagerar: 97 películas, dos oscars de tres nominaciones, cuatro goyas de seis nominaciones. Pero los premios es lo de menos, lo impresionante son los títulos que ha firmado. Es responsable de los decorados de Patton, Doctor Zhivago, Mr. Arkadin... Para hablar con él deberíamos tirarnos al suelo e implorar clemencia. En el otro lado del ring, Ángeles Gonzalez-Sinde, una guionista con una trayectoria realmente brillante. 13 títulos, entre ellos buenas películas como La buena estrella y Segunda piel, y un Goya como directora por La suerte dormida, además de series de televisión y muchas cosas más. El asunto estuvo bastante reñido e incluso me atrevería a decir que fue emocionante: se iban leyendo los votos uno a uno, y la cosa no estuvo clara hasta que David Trueba leyó los resultados. Ganó Ángeles, 125 votos contra 98.

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Yo creo que la gente votó la juventud, y sobre todo las ganas de Ángeles: se la ve llena de ideas. Por si fuera poco, cuenta con un equipo espléndido, Enrique Urbizu y Manolo Gómez Pereira. Pero debo decir que si el resultado hubiera sido otro, no hubieramos salido perdiendo. Hubo aplausos y regocijo general. Lo mejor fue sentir una sensación general de camaradería. Nos dedicamos a esto porque nos gusta, disfrutamos de nuestro trabajo, y eso es lo mejor que te puede pasar en la vida, exceptuando, quizá, quedarte encerrado en un ascensor con Angelina Jolie.

Aquí no hay sitio para los rencores, somos, ante todo, afortunados que trabajan para los demás, en un oficio maravilloso y gratificante. Enhorabuena a los dos, por querer meterse en el follón de la Academia, porque lo hacen exclusivamente para que esto mejore, y podamos estar orgullosos. Lo mejor de las votaciones, sin duda, el extraordinario Juan Luis Galiardo al que deberíamos nombrar Emperador o Zar de la Academia. Nos regaló un discurso breve pero asombrosamente lúcido, que yo extrapolaría a la humanidad entera: necesitamos más amor y más cariño. Levantémonos y aplaudámonos, amigos, porque estamos aquí, juntos, celebrando el cine.

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