El señor de los dragones
La sombra de El señor de los anillos es alargada. El extraordinario éxito de público (y en muchos casos de crítica) de la trilogía de películas basadas en el libro de J. R. R. Tolkien ha puesto manos a la obra a las más poderosas productoras en busca de relatos que, en la misma onda, incidan en las aventuras de corte épico con un importante influjo de la magia. Eragon, basada en el éxito de ventas de Christopher Paolini (comenzó a escribirla a los 15 años y tardó tres en finalizarla), publicado en 2002, es la última en llegar. Una película tan correcta como en el fondo complaciente, que ni descubre un mundo nuevo ni apasiona ni molesta. Un quiero y no puedo debido sobre todo a la impericia del director, el novel Stefen Fangmeier.
ERAGON
Dirección: Stefen Fangmeier. Intérpretes: Edward Speleers, Jeremy Irons, Robert Carlyle, John Malkovich. Género: aventuras. EE UU, 2006. Duración: 104 minutos.
Experimentado supervisor de efectos especiales y director de segunda unidad, Fangmeier ha visto cómo a los 46 años le ha llegado la oportunidad creativa de su vida. Y, por desgracia, la ha desaprovechado. El realizador estadounidense demuestra que le es imposible salirse del terreno de baldosas amarillas marcado por sus jefes durante años de profesión y no hay una sola secuencia, un solo plano, un solo diseño, que sorprenda al personal. Y no es que esté mal dirigida, es que la funcionalidad de su trabajo está lejos de la creatividad.
Eragon basa su historia en las luchas feudales de la Edad Media, transportando su concepto a un mágico universo en el que los caballeros luchan subidos a lomos de dragones. El mito de la resistencia a la autoridad dictatorial y el de la pervivencia de una raza (o especie) ante un posible exterminio pululan en la trama como enseñanzas a adoptar por los chavales. Además de unos cuantos diálogos cargados de pedagogía, en los que se mezcla el necesario atrevimiento con unas dosis de templanza: "Mejor pedir perdón que permiso"; "es bueno ser valiente, pero a veces es mejor ser sabio"; "la muerte no se debe celebrar"; "sin miedo no puede haber valor".
Desde luego es de agradecer que las batallas no se eternicen en el tiempo y es posible que los espectadores a los que va dirigida la película (menores de edad, sin duda) no aprecien ni por asomo algunas de las carencias aquí esbozadas, pero la tendencia a la postalita con puesta de sol al fondo y los inevitables tonos celtas de la banda sonora provocan que el desconsuelo se vaya apoderando del que vaya buscando algo más que un rato de aventura de usar y tirar.
Babelia
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