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Columna
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La presencia de su ausencia

Andrés Ortega

Ante el horizonte de la desaparición de Fidel Castro, son dos los países que más pueden influir en Cuba: Venezuela y EE UU. El tercero sería España, por los lazos familiares, culturales y económicos, y porque, llegado el caso, puede servir de puente entre La Habana y Caracas. Raúl Castro ha entendido bien: si desaparece su hermano y EE UU adopta una actitud hostil ante la sucesión, puede bloquear la transformación -que aún no transición- de la isla, y llevarla a un callejón si salida. Aunque nunca ha llegado a entender bien la naturaleza del régimen cubano y su impacto en el conjunto de América Latina, la Administración estadounidense es perfectamente consciente de ello, y por eso habla cada vez de que la fuerza del cambio en Cuba tiene que surgir desde dentro, no desde Washington ni desde Miami (aunque la cuestión electoral en Florida pese). Busca, como España y tantos, un horizonte de democracia, pero puede comprender que tras la muerte de Castro, tal horizonte no asomará de forma inmediata. Son varios los altos funcionarios de EE UU que hablan de "pérdida de legitimidad" del régimen una vez desaparecido Fidel, lo que implica que le admiten una cierta legitimidad, a la que se refería recientemente en Madrid el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza. Pues Castro tiene fundamentalmente, no la del socialismo de la pobreza, menos aún la de la dictadura, sino la de la independencia y el nacionalismo cubano. Y ése es el mensaje de Raúl a Washington: reconozca la independencia de Cuba y podemos negociar cambios.

Raúl no es un hombre tan apegado como su hermano a la igualdad radical, aunque sea tirando de todo el mundo a la pobreza hacia abajo. Como militar y cabeza de empresas en manos del Ejército, es mucho más pragmático. Tiene margen de maniobra. Cuba 2006 no es España 1975. A Cuba le queda no sólo el desarrollo democrático (en un país donde no hay oposición organizada sino disidentes, que no es lo mismo) sino el desarrollo de una economía de mercado. En esto puede abrir la mano, y empezar a transformar la economía de la isla, que algo ha mejorado gracias a la subida de las materias primas y a las compras chinas. También en la liberación de presos políticos (ha seguido poniendo algunos en libertad por razones de salud), e incluso teniendo gestos que serían muy bien recibidos por la población, como el acceso de los cubanos a los hoteles y centros turísticos, que tienen insultantemente prohibido. Así, ganará algo más que tiempo.

De Chávez se ha dicho que es el verdadero sucesor de Fidel, no en América Latina, sino en la propia Cuba, que tiene ahora en buena parte comprada, o si se prefiere, alquilada. Tiene una gran capacidad de manipulación en la isla, aunque hay sectores en los que empieza a caer mal, que consideran que no se quitaron la dependencia en la URSS (por desaparición de ésta y a un enorme coste para los cubanos y el régimen castrista) para caer en otra, la de la Venezuela de Chávez.

Sea como sea, la presencia de la ausencia de Fidel Castro en el desfile para conmemorar su 80 cumpleaños y el medio siglo de la llegada del Granma a la isla con la que se inició la revolución cubana, ha indicado que todo ha cambiado y nada volverá a ser lo mismo, incluso si llegase a recuperarse. Una nueva época ha comenzado para Cuba. Raúl parece creer que podrá controlarla, y es posible que así sea durante un tiempo. Pero al final, tendrá que abrir la mano, incluso para lo que se llama un "cambio incluyente", es decir, con elementos del antiguo régimen como ha pasado en casi todos los cambios antes o después. Es la nueva perspectiva la que realza que el actual Gobierno español tuvo razón al rectificar su posición y la de la UE frente a Cuba, pues, pese a algún altibajo, le ha dado una capacidad de interlocución a Madrid que ahora será mucho más importante.

aortega@elpais.es

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