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El futuro de Cuba

EE UU aguarda el final del pulso entre 'chinos' y 'talibanes'

Washington confía en que el mensaje pragmático de Raúl Castro se imponga

En EE UU, donde la cuestión cubana es más un asunto de política interior que de internacional, se sigue la evolución de los acontecimientos sin pronunciarse oficialmente sobre la desaparición del moribundo Fidel Castro. La actitud, tras una larga historia de predicciones equivocadas y desconocimiento de la realidad, es de esperar y ver. Extraoficialmente, los funcionarios mejor informados confían en que el mensaje pragmático de Raúl Castro y los veteranos -mensaje que fue recibido en Washington hace ya meses- se imponga a la corriente radical de la joven guardia fidelista.

El análisis que divide así a la cúpula del poder del castrismo coloca la etiqueta de chinos -partidarios de las reformas económicas tuteladas por las Fuerzas Armadas que tratan al tiempo de no perder el control en la nueva Cuba sin Fidel- a líderes como Raúl Castro y el vicepresidente, Carlos Lage. En el sector talibán tropical -un calificativo que empleó el disidente Elizardo Sánchez para referirse a los jóvenes fidelistas que emergieron tras la crisis del niño Elián González, en 1999, cuando Fidel lanzó "la batalla de las ideas" - se encontrarían el ministro de Exteriores, Felipe Pérez Roque, el de Cultura, Abel Prieto, y otros altos cargos.

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En EE UU se mantiene el discurso del embargo y el aislamiento, sobre todo desde las posiciones cercanas a los cubanoamericanos en el Congreso y en el Gobierno, pero la fuerza de ese lobby ya no es la que era. Se abren paso posiciones más pragmáticas, como la del responsable para América Latina, Thomas Shannon, o la de Caleb McCarry, coordinador de la política sobre Cuba en el Departamento de Estado.

En la tensión entre los que siguen la senda reformista de China frente a los que tienen a Hugo Chávez como modelo y sucesor de Castro, Estados Unidos podría tender puentes con los primeros, aunque altos responsables norteamericanos confiesan en privado tener muy poca información sobre lo que realmente ocurre en La Habana. Lo que en ningún caso desearían es una situación de caos que podría causar oleadas migratorias y que jugaría a favor de los talibanes tropicales, pero, como señala Julia Sweig, del Consejo de Relaciones Internacionales, en Foreign Affairs, la pérdida real de poder de Castro ya ha llegado, y las predicciones catastrofistas sobre el post-fidelismo no se han materializado: "La transición está en marcha, el poder ha sido transferido ya con éxito a una nueva generación de líderes cuya prioridad es preservar el sistema permitiendo reformas muy graduales". Cuba cambiará, pero "el ritmo y la naturaleza de esos cambios serán en general imperceptibles para Estados Unidos".

El pasado verano, el Gobierno aprobó el informe de la Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre en el que se prometía "ayuda a un Gobierno cubano de transición que organice elecciones multipartidarias, libres e imparciales".

Sin llegar a reconocer que el embargo aplicado desde hace 44 años -y reforzado con la ley Helms-Burton de 1996- ha fracasado porque ha dado consignas al régimen al tiempo que ha complicado la vida a los cubanos, el informe prometía "mejorar la aplicación de sanciones para mantener la presión económica sobre el régimen". El documento apostaba por "una transición, no una sucesión".

Según Caleb McCarry, habrá transición "cuando se libere a los presos políticos, se convoquen elecciones libres y se sigan propuestas democráticas emanadas del pueblo", expresión poco precisa que será necesario concretar. Estados Unidos, en todo caso, ha empezado ya a pedir paciencia a los que quieran precipitar los acontecimientos: el propio presidente George W. Bush se entrevistó hace poco en Miami con líderes cubanoamericanos para decirles que todos lo relacionado con el espinoso asunto de las reclamaciones de propiedades tendrá que aplazarse hasta el establecimiento de un sistema democrático en Cuba.

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