La cara alegre de Finlandia
Jackie Kennedy le abrió las puertas de América. Diseño democrático, unisex y sin edad que se adueñó hace más de 50 años del color finlandés. Los tejidos y bolsos de Marimekko forman parte de la identidad nacional
Marimekko quería ser una forma de pensar. Cuando nació, en 1951, constituía el sueño de una escritora metida a empresaria. Armi Ratia, su fundadora, redactó para el banco esta descripción de su futura empresa: "Será el camino en el bosque entre la práctica Venla y la etérea Anna (dos personajes de la novela Siete hermanos, de Alexis Kivi). Pensada para las casas de las autopistas y las de los senderos de este mundo cambiante". Consiguió el crédito y con su marido, Viljo, levantó algo mucho más difícil de erigir que un negocio: un símbolo, la pincelada de color en la identidad nacional finlandesa. "Quiero estar presente en la vida diaria de la gente y convertir sus sueños en realidades. Nada más. Y nada menos", seguía diciendo en 1978. Le quedaba sólo un año de vida. Pero, en cierta medida, ya había logrado su objetivo. Y ese optimismo sigue siendo hoy la clave de la firma que junto a Nokia, Alvar Aalto o el mismísimo Papa Noel se disputa el podio de celebridades finlandesas.
El ideal del principio era alegre y democrático. Y muy pronto, a las ideas las secundaron los hechos, comenzando por el vestir. Lanzaron prendas y bolsos unisex en los años sesenta. Los hombres y las mujeres, iguales. Vestidos con las mismas camisetas. Compartiendo idénticos estampados. Nadie se había atrevido a hacerlo antes, pero cuajó en Finlandia. La idea terminó por involucrar también a los niños; las rayas y flores familiares sugerían una propuesta: la abolición de la edad madura. El sueño de la eterna juventud se colaba en la firma. "La idea era participar de los cambios fundamentales en la sociedad", explica Susan Vihma, profesora de semiótica del diseño en la Universidad de Helsinki.
Ése fue el primer mensaje de la casa: todo podía tener la misma importancia; los juegos y la decoración. Así, desde las cortinas hasta las cometas, comenzaron a hacer ruido. Un mantel podía funcionar como un lienzo. Una camiseta quería ser un mensaje. Buscaron convertir la vida cotidiana en arte. Y el arte, por supuesto, era pop. "Los diseñadores de Marimekko proponían soluciones artísticas para la vida cotidiana. No mera decoración. La empresa fue pionera en la venta de un estilo de vida, por encima de un producto. Eso sucedía hace 50 años, cuando nadie hablaba de estilo de vida", insiste Vihma.
Entre el arte y la vida diaria, aún hoy, este espíritu es casi un término contradictorio. Entre la osadía y la discreción. "Cualquier finlandés tiene una relación larga y antigua con Marimekko. A veces, la compra de un primer monedero; otras, la cartera del colegio o una de las camisas rayadas que cada año renovamos. Pero para mantener algo hay que cambiarlo continuamente". Habla Kirsti Paakkanen, dueña de la empresa desde 1991. Kirsti conoció a Armi Ratia, la fundadora, en su juventud. Y, como su predecesora, también tiene una historia de novela.
Nacida en una familia muy pobre y analfabeta, Paakkanen abandonó con 15 años su casa paterna en un bosque al norte del país. Vendió leche en Helsinki y trabajó secando cubiertos en varios hoteles de la capital. Tras licenciarse en literatura se dedicó a la publicidad. Fundó la empresa Womena y -sin patrimonio- envió relucientes manzanas verdes en pulcras cajas blancas a más de 600 direcciones. La caja contenía un mensaje: "Omena (manzana en finlandés) hoy, Womena (el nombre de la agencia) mañana". En una semana tenía 35 clientes. Comenzó empleando sólo a mujeres. "Quería una oficina sin jerarquías ni puestos fijos. Ellas entenderían más esa necesidad de libertad".
Se hizo célebre. Ganó premios, prestigio y mucho dinero. Una grafista dotada llamada Armi Ratia la llamó en 1978 para firmar las campañas de Marimekko. Paakkanen no aceptó el encargo. "No podía entender cómo alguien tan admirado requería mis servicios". Un año después, en 1979, Armi Ratia murió. "La colección de aquel año era la más arriesgada. Y fue un éxito. Yo nunca olvidé ese dato", comenta Paakkanen. Fue entonces cuando la multinacional AMER adquirió la firma y poco a poco empezó a difuminarse. Perdía imagen. El negocio se derretía. Casi diez años de pérdidas presagiaban lo peor. Hasta que llegó la señora Paakkanen.
Cuando Kirsti Paakkanen se jubiló y vendió su agencia publicitaria, compró una casa en Niza para retirarse a disfrutar los inviernos templados del sur de Francia. Pero no supo hacerlo. Hasta Niza le llegó la noticia del mal momento que atravesaba Marimekko. "Me causó dolor. Como finlandesa, sentía esa marca como parte de nuestra identidad". Al diablo pues con la Riviera: vendió la casa, regresó y compró la empresa desahuciada. Se lo pedía el corazón.
Comenzaba así una nueva era para Marimekko en la que Paakkanen intentó recuperar su antigua identidad. "Nuestro patrimonio son nuestros estampados. Con ellos hemos llegado a toda la familia", explica a El País Semanal sentada en su oficina de Helsinki. Viste de negro y, en su despacho, sólo las flores naranjas rompen el marco blanco y negro. Estamos en el piso más alto, el tercero, de una fábrica de aires bauhausianos a las afueras de la ciudad. "Lo que hace a una empresa es su pasado. Yo me dediqué a investigar el pasado de Marimekko para entender por qué había sido tan importante para mí y para tantos finlandeses", explica Paakkanen.
¿De dónde sacó la fundadora, Armi Ratia, la idea de llevar el color a un país como Finlandia, que prefiere el segundo plano del gris? Parece que de la posguerra. "La producción era casi inexistente; la situación y el clima anímico eran realmente grises. Sólo se podía apostar por el color", explica Kirsti Paakkanen. Un país y una época que eran también los suyos. "Casi todo lo que hacemos es algodón. O lino. El tacto también ha contribuido a la alegría".
El relevante arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa asegura que los finlandeses aman el segundo plano. Algo que la profesora Susan Vihma confirma: "Llevamos la función en la sangre. Tendemos a simplificar". Incluso los estampados de Marimekko se leen como un idioma sencillo. "Nuestros diseños son coloristas, pero contenidos. Esa elección marca el producto y lo hace perdurar", explica Päivi Lonka, directora de exportación de la firma. "Sus diseños son coloristas a la finlandesa. Por eso no pasan de moda", apunta el historiador Widar Halen, uno de los mayores expertos en diseño escandinavo. ¿Cómo ha conseguido Marimekko convertirse en un clásico? "Nació para estar al día durante toda la vida", contesta Paakkanen. La biblioteca guarda el secreto de su eterna juventud: "Un fondo con más de 3.000 diseños de estampados propios". Una marca muy finlandesa y cosmopolita a la vez.
A finales de los cincuenta, la candidata a primera dama estadounidense Jackie Kennedy abrió la puerta de América a Marimekko. Compró siete vestidos y la prensa la acusó de dilapidar las arcas del partido en haute-couture parisiense. Se equivocaron. No era cuestión de dinero, sino de gusto. Aquellos trajes de algodón que lucía en Cape Cod no eran modelos exclusivos, sino diseños finlandeses industriales y económicos: Marimekko. Revistas estadounidenses como Harper's Bazaar y Vanity Fair llegaron a compartir el mismo modelo en una portada, algo impensable hoy.
A principios de los noventa, otro golpe de suerte: la moda retro. "Cuando compré la empresa tuve la suerte de coincidir con esa época. Podíamos habernos contentado sólo con recuperar el catálogo, pero lo actualizamos. Pusimos, por ejemplo, al día los estampados unikko de Maija Isola sobre otros objetos, como botas de agua o estuches para lápices". Maija Isola (1927-2001), la tercera mujer con vida para novela de esta historia, fue una de las pintoras de estampados textiles más famosas de todos los tiempos. Comenzó con Marimekko en los primeros años de la empresa. Hoy es su hija, Kristina Isola -dueña de los derechos de sus tejidos-, quien hace parecer eternos sus diseños insertando cambios.
"Renovar los clásicos, la clave de su supervivencia", apunta Paakkanen. Desde que su batuta dirige la empresa, los beneficios se han multiplicado por doscientos. "No tenemos tiendas propias porque creemos que nadie conoce mejor su mercado que alguien del lugar. Con ellos acordamos abrir locales Marimekko". El pasado agosto se inauguró en Girona la única tienda Marimekko española. Y en Japón se vende ya el 20% de la producción de la empresa. No acierta todavía a definir la estética de la casa. "Puedo decir lo que no es Marimekko y lo que sí. Lo que sí lo es tiene ese espíritu simple, innovador y clásico a la vez". No logra concretar más.
Esa definición casi abstracta contrasta con la marcada imagen de sus productos. "La mejor manera de evitar las copias es impedirlas. Nuestras máquinas, capaces de mezclar 12 tintas a la vez, son nuestra mejor protección frente a la copia", apunta Païvi Lonka. "El 95% de los empleados del taller son mujeres", explica la directora de exportación. "Las mujeres finlandesas pertenecen al mundo laboral desde hace décadas. Y éste es un campo naturalmente femenino: los colores, las telas".
Tampoco la palabra Marimekko quiere decir nada concreto. En finlandés, "Mari" es el nombre local de María. Y es como llaman a la gente de Karelia, la región de Armi Ratia, hoy perteneciente a Rusia. "Mekko" quiere decir "árbol". Un árbol de María. Hasta la gráfica de la marca en minúsculas habla de su ideario como una carta de intenciones: simple, fácil, legible, discreta y democrática: el mejor diseño es para todos los días. "No hacemos diseños para los domingos. No queremos ser poderosos, ni internacionales, ni globales. Queremos seguir creyéndonos nuestra historia: la vida puede ser más bonita con Marimekko", apunta la señora Paakkanen. E insiste: "Todos los días".
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