Pasión por la vid

Hay viticultores como el matrimonio formado por María del Yerro y Javier Alonso que hacen del cultivo de la viña la seña de identidad de su vida. La cepa, tratada como a un hijo -de hecho, le han puesto a las parcelas el nombre de sus vástagos-, sustenta una filosofía que luego tiene en el vino su materialización. Con una disposición vital así no es de extrañar que esta bodega y sus artífices en apenas un lustro hayan conseguido que sus vinos se coticen al alza y superen fácilmente la etapa de transición de todo proyecto nuevo.

Claro que cuentan con buenos asesoramientos, como el del enólogo Stéphane Derenoncourt, un auténtico alquimista en este difícil arte de convertir la uva en vino. Y cuenta con el trabajo preciso y diario de Pablo Rubio, el lado español de esta aventura.

Todo se refleja en este tinto de intensos aromas silvestres, cargado de frutillos rojos y negros, concentrado y en pleno proceso de fusión entre la madera y la fruta. Las notas florales, el refuerzo sápido de los tostados, la brillantez de los punteos especiados, se manifiestan en la boca con potencia, mientras el tiempo pule un paladar carnoso y sincero.