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La insoportable levedad de un presidente

Antonio Elorza

Al proponer en el Senado la rehabilitación de Julián Grimau, IU nos ha vuelto a recordar sin quererlo la muralla en que el PP viene encerrándose a sí mismo una y otra vez desde la segunda legislatura de Aznar. De paso el hoy senador Manuel Fraga perdió la ocasión de borrar en parte una de las páginas negras de su pasado político. La ejecución del dirigente comunista en 1963 fue un crimen judicial, con un consejo de guerra donde el fiscal era un impostor sin formación jurídica, siendo precedido de torturas, defenestración incluida.

Hubiera bastado acudir a la manifiesta ilegalidad del procedimiento, ignorada en su día, para que los senadores del PP y el fundador del partido exhibieran sin mayores problemas su apuesta por la reconciliación nacional. No ha sido así, como si estuviesen empeñados en probar un día tras otro que la evolución hacia el centro de los años noventa constituyó una maniobra electoral pasajera y que su tradición no es precisamente la democrática. Como diría el castizo, no tienen remedio.

El presidente Zapatero puede así dormir tranquilo de cara a las próximas elecciones y también por su parte seguir ofreciendo pruebas de su peculiar estilo de gobierno que en las cuestiones de Estado conjuga recurrentemente la superficialidad en el análisis, depuradas técnicas de marketing en la presentación de la imagen y una rígida determinación para alcanzar los propios fines, mostrándose tan hábil en la maniobra como implacable en la voluntad de destrucción de sus oponentes, dentro y fuera del Gobierno y del partido. Se trata sin duda de una forma eficaz de obtener resultados a corto plazo, con el consiguiente reforzamiento de su personal imagen de líder. Otra cosa es el precio a pagar por cada una de las operaciones, algunas de las cuales afectan de modo directo a la estructura del régimen democrático, en la medida que el contenido de cada problema resulta soslayado con tal de llegar como sea al happy end, con ZP en el centro de la foto.

En cuanto a la puesta en práctica del diseño autoritario, basta con recordar lo sucedido a aquellos políticos socialistas de relieve que en un momento o en otro manifestaron posiciones alternativas o críticas de fondo. Han sido borrados uno tras otro, desde los dirigentes socialistas vascos Nicolás Redondo y Rosa Díez, al alcalde de La Coruña o al ministro Bono. El tratamiento posterior depende de la flexibilidad del afectado a la hora de tomar conciencia de su marginación, pero lo que cuenta es la recuperación del carácter monolítico por parte del PSOE, donde no se mueve una hoja sin el permiso de su secretario general, más al modo de una organización leninista que de un partido socialdemócrata. Cierto que de este modo, si contemplamos la política en términos militares, la eficacia es máxima y se evita el desgaste del pluralismo interno hoy y ayer observable entre los socialistas franceses. Como contrapunto, todo pasa a depender del acierto del líder máximo, ya que el partido se convierte en lo opuesto al "intelectual colectivo" gramsciano. La imagen del pastor y su rebaño nunca ha servido para ilustrar la creatividad política.

Así que frente a los oponentes no hay cuartel. A favor de Zapatero, cuenta el hecho de que el PP ha venido ganándose a pulso el papel de malo de la película, de manera que a falta de argumentos basta con asociar al eventual crítico con los "populares" para cerrar la discusión. Es lo que está sucediendo con los ciutadans/ciudadanos de Cataluña. Toda la artillería de servidores y simpatizantes dispara contra el nuevo grupo político que desde la izquierda se ha permitido criticar el desbarajuste de la política socialista en la gestación del Estatuto, y al mismo tiempo que llueve sobre los culpables la acusación tradicional de "lerrouxistas" -¡buenos tipos de lerrouxistas son Boadella, Félix de Azúa o Francesc de Carreras!-, la anatematización se cierra al evocar el apoyo prestado por Jiménez Losantos y su madeja de medios. Son, pues, meros instrumentos al servicio de la extrema derecha. La tendencia auna pura y dura descalificación de cuanto huele a crítica de los nacionalismos no ha de extrañar en publicistas como el profesor Culla, pero sorprende en otras plumas (Vidal-Folch, Gil Calvo). Ninguna mención a la importancia de poner sobre el tapete cuestiones que conciernen a la supervivencia del pluralismo en la democracia. "Ciutadans" sería nada menos que un "partido antisistema", pues tal cosa debe ser la defensa en Cataluña del orden constitucional. En suma, aviso a los navegantes, dirigido sobre todo a intelectuales del "resto del Estado": por enfrentarse a la fórmula oficial de progresismo, los ciutadans son apestados políticos y será apestado político quien a ellos se acerque.

Sobre la habilidad para la maniobra, con el hoy ministro Rubalcaba al lado, no es preciso insistir. Tal vez Zapatero confíe en ella para salir del laberinto vasco, del mismo modo que impidió la victoria del PNV en las últimas autonómicas o que se escurrió del abrazo del oso de Esquerra acudiendo al pacto con Artur Mas. Para luego fingir un deseo de alianza poselectoral frente al tripartito que con toda probabilidad nunca existió: ahí están las palabras del presidente en el último mitin, anunciando largos años de oposición para CiU. De cara a futuras elecciones, Zapatero necesitaba a toda costa conservar la presidencia de la Generalitat y lo ha logrado. El precio aquí es la posición dominante adquirida por Carod de cara al desarrollo legal del Estatut, pero al parecer que la lógica política de este político se oriente con decisión a la independencia, y no a consolidar la autonomía, resulta para los socialistas de la presidencia y de Cataluña una cuestión secundaria. Anuncio asimismo de la disposición a pagar un precio muy alto con tal de exhibir una escenificación del final de ETA. El órdago se jugará allí, y si la foto es buena, cueste lo que cueste, las elecciones anticipadas consagrarán el aplastamiento del villano de esta historia, el PP. Y a la larga, como advirtió Keynes, todos muertos.

Aunque a veces las enfermedades incurables se manifiesten muy pronto. Es el caso de la articulación confederal a que sobre la base de la bilateralidad con Cataluña apunta la reforma estatutaria en curso. La esperpéntica escena de las pugnas suscitadas por el blindaje de los ríos por autonomías, y las críticas dirigidas contra las juiciosas palabras de la vicepresidenta del Gobierno, anticipan ese futuro en que resultará prácticamente imposible hacer prevalecer los intereses generales sobre la aspiración de cada uno por maximizar el rendimiento de sus posiciones de poder. Entra aquí en juego esa en apariencia insuperable ligereza de entendimiento que permite a Zapatero reducir los grandes problemas políticos a un procedimiento simplificado en cuyo marco el contenido se disuelve, los obstáculos derivados de la complejidad de lo real son omitidos, en aras de lograr como sea una solución presidida de fachada por él.

La política exterior no es una excepción. Todo lo contrario, a partir del temprano viraje forzado a la comunidad europea respecto de la dictadura de Fidel Castro y a la persecución de los disidentes. El ambicioso proyecto de la Alianza de Civilizaciones constituye aquí el último ejemplo de ese modo peculiar de hacer política, donde el objetivo es de valor indiscutible, la pretensión de protagonismo formal pasa a ser la prioridad esencial, y el análisis de los contenidos, a la vista del Informe presentado por el Grupo de Alto Nivel en Estambul, de nula utilidad cuando no contraproducente. Cosa lógica, dada la composición del grupo de expertos y la asimetría reflejada ya en las copresidencias: un ministro islamista por parte turca y un personaje polivalente no especializado en islam por España. Un observador que cayera ahora de otro planeta pensaría al efectuar su lectura que la agudización de la crisis entre Occidente y el Islam tiene como punto de partida una agresión contra el mundo musulmán y no el 11-S. Lo importante es el malestar que pueden suscitar episodios como las caricaturas y no un terrorismo islamista que según el escrito carece de causas endógenas. Frenemos la libertad de expresión en nombre del "respeto", asumamos que la pobreza es la causa de todo -Bin Laden debe ser un bandido generoso-, y démonos cuenta de que las religiones, benditas ellas, no generan violencia. Tampoco hay que mirar a la historia anterior al siglo XX para entender cuanto ocurre.

Evitemos con cuidado toda crítica. Sería ofensiva y dirigida al credo musulmán, "islamófoba" (al parecer no hay odio a Occidente en la otra orilla). En cualquier caso, sirvámonos del eufemismo para salvar los principales escollos. Terrorismo islamista: "una minúscula proporción de grupos motivados religiosamente participan a nivel mundial en actos de violencia". Opresión femenina, que se remedia con más intensa enseñanza religiosa: restricción en el acceso de las mujeres a la vida pública, forzada por conservadores mal informados en su religión, lo mismo que sucede con la falta de derechos humanos o "castigos corporales". Los sabios musulmanes ya denuncian esto, consuela el informe. Y sobre todo yihad, para nada en primer término guerra contra el infiel, que según el GAN promueven como interpretación errónea los gobiernos y medios occidentales. Con toda probabilidad, nuestros expertos no se han asomado al Corán y a la Sunna. Conclusión: no busquemos en el Islam las raíces del terror. De la guerra antiterrorista de Bush hemos ido, llevados por Zapatero y sus acompañantes, al otro lado de la oscilación del péndulo. La ceguera voluntaria resulta siempre muy satisfactoria para quienes la practican.

Ante semejante estilo político, ¿qué hacer? Para Cataluña, Ciutadans dibujó el inicio de una alternativa que luego puede cuajar en el propio partido socialista. Pero con el cerco actual es difícil que supere su marco geográfico y que sea capaz de dar forma a un proyecto que aquí sí sería de ámbito "estatal".

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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