¡Agua va!
En Guipúzcoa cumplimos, aunque relativamente, porque el 25% del agua se nos va por las cañerías. O sea que se pierde. Debemos de tener el subsuelo como para plantar arroz. Claro que sería negro, digo, por la oscuridad. Pues sí, somos tan chulitos que permitimos que se nos vaya agua a raudales. Los expertos dicen que con sólo que se nos fuera el 20% cumpliríamos. Bueno, un poco por debajo del 20%, pero aún así parece mucha agua perdida. Y entonces es cuando dicen que nos la van a cobrar más cara, porque mantener el sistema cuesta mucho. Pero yo creo que hoy cuesta más el agua que un metro de tubo con la mano de obra -inmigrante- incluida.
Así que parece que hay una disputa. Para unos, el agua se debería cobrar más desde ya, porque, viviendo como vivimos en un país firme candidato a la desertización, estamos pagando el agua a mitad de precio de lo que la pagan sitios donde hay más, por ejemplo Alemania. Para otros, habría que empezar a cobrarla más si se supera cierto umbral, que es como un columnista, pero sin melena ni bufanda. Y ahí es donde las cosas se complican. Según nuestros propios expertos de aquí, en Guipúzcoa tenemos un gasto razonable de 135 litros por persona y día. Gasto, digo yo, en el que irá comprendida el agua que consumen las mascotas, pero que como no son personas no aparecen registradas como unidades de gasto, y digo yo que se podía ahorrar bastante si la gente dejara de tener en casa hipopótamos y acuarios con delfines.
Pero nunca llueve a gusto de todos, que es un chiste que me ha quedado redondo. Quiero decir que, por ejemplo, la ministra Narbona aboga por un gasto de 60 litros diarios, que es lo que gastaría simplemente un despilfarrador de esos que se lavan los dientes dejando el grifo abierto -se cepilla 20 litros cada vez- o lo que se va en una lavadora -calculemos que se pone cada dos días- y un tírame aquí la cadena del inodoro -6 litros por tiro-, lo que no nos deja agua ni para beber, cocinar, fregar y lavarnos. Pero a lo mejor es verdad que vamos demasiado limpios y nos bastaría con una ducha al mes complementada con ingentes cantidades de desodorante, que, al paso que va la burra, costará más barato que el agua. Porque no nos damos cuenta de eso, vivimos encima de un volcán. Ésta es la manera como se podría describir el cambio climático, que no es como algunos exagerados dicen lo que está ocurriendo con el llamado proceso de paz. Nos ciega el oro y, sobre todo, el oro conseguido rápidamente, por eso queremos construir y construir viviendas allí donde no hay agua ni para las que existen ahora. Observen que no me quiero meter con los campos de golf, pues hacen agujeros por todas partes. Y, claro, a ver cómo se mantienen todos esos guiris atraídos por el sol y, nunca mejor dicho, por el sol en ausencia total de agua, y cómo se mantienen esos jardincetes que los guiris quieren tener porque vienen a vivir a un país soleado que gana mucho con la sombra de los arbolillos y el frescor de los céspedes.
Me temo que todo va a ser una cuestión de gases. Como no nos acabamos de convencer de que hay que poner coto a los gases de efecto invernadero, igual tenemos que recurrir a los gases de efecto agua. Todo el mundo sabe, o debería saber, que el agua es Hache-Dos-O, o sea que con vender bombonas de hidrógeno y oxígeno en la proporción de dos a una se acababa el problema. Los usuarios instalaríamos un pequeño laboratorio de química recreativa y produciríamos nuestra propia agua. Si a ello le añadimos las técnicas de reciclado que se usan en los vuelos espaciales, podríamos reutilizar el agua del WC, el baño y la fregadera. O sea, que podemos dar luz verde a todas y cada una de las urbanizaciones bestiales que quieren construir todos y cada uno de nuestros municipios, no para lucrarse, como se dice, ni siquiera para fomentar la corrupción, como sucede, sino para hacer de cada ciudadano un químico y, por qué no, un Noé que construya su arca autárquica donde recoger al mismo tiempo las especies en peligro de extinción. ¡Viva el agua, viva la imaginación!
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