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Elecciones legislativas en EE UU

Bush, en busca de su tercer mandato

El presidente se ha volcado en la campaña convencido de que su prestigio está en juego

Antonio Caño

Las elecciones de hoy en Estados Unidos son, como se temía desde un principio el Partido Republicano y como soñaba el Partido Demócrata, un referéndum sobre George W. Bush. En algunos Estados más que en otros, en algunos sectores del electorado más que en otros, pero finalmente, aunque su nombre no esté hoy en las papeletas, Bush será el principal ganador o perdedor de esta jornada.

Después de un comienzo de campaña algo titubeante, en el que el presidente intentó mantenerse discretamente al margen para no perjudicar a sus compañeros de partido, Bush ha acabado convenciéndose de que su prestigio está en juego en las urnas y ha terminado echando toda la carne en el asador, con discursos constantes y desplazamientos a los lugares con los escaños más disputados.

El 31% de los electores dice que votará contra Bush. Un 17% lo hará para respaldarle
Mientras el Senado siga siendo republicano, Bush podría aplicar la misma política
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Gracias a ese esfuerzo, el presidente ha conseguido mejorar ligeramente las expectativas republicanas en los sondeos, recordando a sus rivales que todavía existe un cierto territorio Bush y una sólida base electoral conservadora que, aún discrepando de la política de la Administración, se resiste a traicionar al partido del elefante.

Pero con su intervención, el presidente también ha movilizado aún más en su contra a los votantes y al establishment demócrata. Un 31% de los electores ha confesado, según una encuesta del diario The Washington Post y la cadena ABC, que su principal pensamiento hoy será el de votar en contra de Bush, mientras que sólo el 17% lo hará para respaldarle.

El diario The New York Times, que, como casi todos los periódicos norteamericanos, tiene la tradición de sugerir a los electores en sus editoriales los nombres de los candidatos recomendados, no incluirá mañana, por primera vez en su historia, a ningún candidato del Partido Republicano. El diario ha explicado este domingo que "estas elecciones son sobre Bush y sobre la insistencia de la mayoría en el Congreso en protegerle de las consecuencias de sus errores y fechorías" y que, por esa razón, hay que poner el Congreso en manos de la oposición.

Si tan excepcionales resultan estas elecciones para The New York Times y para muchos analistas y votantes es, efectivamente, por Bush. Ha sido su última campaña electoral y la última oportunidad -después de perder el voto electoral en 2000 y de ganar por un 3% en 2004- para medirse en las urnas. Reconocido eso, ¿cómo se puede interpretar el resultado de ese referéndum?, ¿tiene todavía Bush alguna posibilidad de ganarlo?, ¿qué quedará de Bush si lo pierde?

Así como sería muy difícil negarle el triunfo al presidente en el que caso de que el Partido Republicano mantuviese el control de las dos cámaras legislativas, sólo la reconquista de ambas por parte del Partido Demócrata podría ser considerada como una rotunda derrota de Bush. Esa misión es relativamente más fácil en la Cámara de Representantes, donde se elige el total de los 435 escaños y la diferencia actual a favor del Partido Republicano (30) está al alcance de la oposición, incluso en la interpretación más prudente de las encuestas. Es mucho más difícil en el Senado, donde sólo sale a elección una tercera parte de los 100 asientos y los demócratas necesitan salir victoriosos en los seis casos en los que la pelea ha sido apretada hasta el final.

Una victoria demócrata en la Cámara y el mantenimiento del control del Senado por parte de los republicanos, ¿sería, pues, un empate? La Cámara tiene un papel muy importante en la promoción de las leyes y en la agitación de la vida política en general, pero el Senado tiene la última y decisiva palabra. Con un Senado republicano, Bush no tendría técnicamente muchas dificultades para aplicar las mismas políticas del pasado.

A partir de aquí, la suerte de Bush y de su recuerdo en la historia -que es el fin último de un segundo mandato presidencial- es un libro que todavía no está acabado de escribir. Bill Clinton comenzó su mejor etapa después de que el Partido Republicano ganase ambas cámaras del Congreso en las elecciones legislativas de 1994. Un Congreso de mayoría demócrata podría situar ahora a Bush (a él, independientemente de su partido) en una posición de mayor cercanía y mayor simpatía con los ciudadanos, que podrían repartir las culpas entre la Casa Blanca y el Capitolio. No parece acorde con la personalidad de Bush, pero un presidente asediado por el Congreso puede fácilmente jugar la carta victimista ante la opinión pública.

Tampoco un triunfo de Bush garantiza -aunque lo permita- dos años de la misma política. Ni la alianza neo-con/religiosa/republicana que aupó a Bush al poder sigue siendo hoy tan firme ni el Partido Republicano estará ya tan pendiente de salvar a Bush como de salvar la Casa Blanca en 2008.

Se abre, por tanto, y en todo caso, un nuevo tiempo político en Washington.

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