La corrupción
La marea de cemento que ha arrasado y continúa arrasando las costas españolas, así como las condiciones en las que se producen esos desafueros, ha logrado familiarizarnos con una de las formas más visibles del fenómeno de corrupción. Más visibles y de efectos de corrección más problemática, pero no únicas. Al contrario, su definición tropieza con la dificultad de encontrar parámetros comunes que respondan a la multiplicidad de formas que puede asumir. Para el Grupo del Consejo de Europa encargado de combatirla, la corrupción es todo comportamiento de las personas a las que su condición de agente público confiere la facultad de poder otorgar ventajas indebidas con las que beneficiarse ellas mismas o favorecer a terceras personas.
Esta aproximación, sin embargo, la considera sólo como una práctica individual de naturaleza política y deja la corrupción privada y sobre todo la generalización social de su ejercicio. Lo que reduce el ámbito de su acción e ignora que cuando alcanza niveles de difusión como los actuales deja de ser un ejercicio particular para convertirse en un estado de la sociedad. No es que haya individuos corrompidos, es que la sociedad, sus élites y sus instituciones están corrompidas. El descubrimiento no es de ahora. Maquiavelo primero y Montesquieu después ya lo habían escrito. El gobierno se corrompe por la corrupción y cuando hay corrupción en la República, la corrompida es la República. Hoy diríamos la democracia.
Las consecuencias son dramáticas porque ya no basta con aceptar que la corrupción es un mal endémico de la vida pública, sino que hay que admitir que es un componente esencial del funcionamiento democrático. Los especialistas del tema con voluntad de alguna manera exculpatoria, Yves Meny, Democracia y corrupción en Europa (Fayard, 1995), o J. Girling, Corruption, capitalism and democracy (Routledge, 1997), nos explican que el corrompido, el agente publico -ministro, diputado, alcalde y de ahí para abajo- en bastantes casos no se enriquece personalmente sino que contribuye al funcionamiento de la instancia política -partido, administración pública, municipio- desde el que opera. El argumento sostiene que la financiación legal de los partidos es insuficiente, tanto por su coste ordinario de funcionamiento como por los presupuestos de las campañas electorales, lo que obliga a encontrar otras fuentes financieras si se quiere que la democracia parlamentaria siga existiendo. En apoyo de esta tesis, de la naturalización política de la corrupción, aducen el hecho del éxito popular de los políticos procesados y condenados por corrupción, que cumplida su condena y pasado su tiempo de inhabilitación vuelven a la actividad política y tienen mayor éxito electoral que antes de su condena.
Entre los muchos ejemplos disponibles, dos, sacados de mi campo de observación, de la política francesa. Un político de izquierda, el diputado Henri Emmanuelli, durante muchos años miembro de la cúpula del Partido Socialista francés, del que fue todopoderoso tesorero general así como organizador de la sociedad Urba, principal instrumento de recaudación ilegal del Partido Socialista francés, que el PSOE tomó como ejemplo para el montaje de Filesa, que es hoy uno de los líderes más considerados de su ala izquierda. Después de cumplida su condena volvió a presentarse a diputado en su circunscripción, donde fue reelegido en loor de multitudes con casi el 20% más de votos que en su ultima elección antes de la condena. Y un político de la derecha, Alain Juppé, colaborador privilegiado de Jacques Chirac primero en el Ayuntamiento de París y luego en el Gobierno, donde fue ministro y finalmente primer ministro.
Juppé, procesado también y condenado, tuvo que dejar su escaño de diputado y la alcaldía de Burdeos y después de un año de vacación política en la Universidad de Quebec, para ocupar su periodo de inhabilitación, ha vuelto a conquistar su puesto de alcalde en una elección calificada de memorable. Claro que en ninguno de los dos casos ha habido enriquecimiento personal aunque sí delitos, lo que no ha sido óbice para que su partido y su clientela política más directa hayan considerado sus conductas como peripecias que los han engrandecido. En una perspectiva distinta, la corrupción en las filas del PT apenas ha mellado el prestigio y la atracción electoral de Lula.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.