Lecciones afganas
A finales de mes la OTAN celebrará su cumbre bienal al más alto nivel en Riga (Letonia), la capital de uno de los tres países bálticos que ingresaron en la última ampliación de la organización, con Afganistán como tema prioritario de la agenda. Las dificultades para la estabilización interna y la fuerza de los talibanes, tanto en el sur de la mísera nación centroasiática como en sus santuarios del noroeste de Pakistán, han llevado a los jefes político y militar de la Alianza Atlántica a pedir a los socios, con poco éxito por el momento, más tropas, helicópteros y aviones de transporte para consolidar la presencia aliada en la zona oriental y parte del sur, donde se halla el contingente estadounidense.
Las probabilidades de que sean atendidas las peticiones no son grandes. Los líderes de los 26 países de la Alianza Atlántica deberían asumir las responsabilidades contraídas en su día y reconocer la importancia de que la misión de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), liderada por la OTAN, no fracase. España, Francia, Italia y Alemania -los alemanes se resisten a abandonar su cómoda posición en el norte, donde no hay problemas- no parecen dispuestos a acceder a las solicitudes del secretario general, Jaap de Hoop Scheffer, del comandante en jefe, general James Jones, ni a las presiones de EE UU. Y menos aún a desplazar parte de sus efectivos al sureste en apoyo de EE UU, Reino Unido, Canadá y Holanda. El ministro español de Defensa, José Antonio Alonso, aseguró durante su visita la semana pasada a Washington que no se ha recibido una petición expresa de su homólogo, Donald Rumsfeld, para incrementar el contingente de más de 700 soldados que tiene España en la zona occidental de Herat. Polonia planea enviar un millar de soldados al centro del país.
Cinco años han pasado desde la invasión de EE UU y el despliegue de la ISAF. La ayuda militar y financiera para la reconstrucción del país está siendo escasa y lenta. Abundan los fracasos. El éxito se limita a la euforia inicial que supuso la elección de Karzai. Sin embargo, el débil presidente afgano no ha atajado la corrupción, ni a los señores de la guerra y el narcotráfico. Todo ello ha contribuido al resurgir talibán en el sur, gracias también a los santuarios que los fanáticos islamistas y los jefes de Al Qaeda disponen en Pakistán. El ataque, presuntamente del Ejército paquistaní, aunque se sospecha que ha podido ser dirigido por los americanos, a una escuela coránica en la frontera afgana el pasado lunes, con más de 80 muertos, podría ser una señal de que el presidente Musharraf va a colaborar con más vigor que hasta ahora con EE UU y la OTAN para eliminar los refugios de los fundamentalistas.
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