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NACIONAL
Columna
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Las elecciones catalanas y España

Josep Ramoneda

TERMINA un largo periodo electoral en Cataluña con la sensación de que sólo dos partidos han hecho realmente campaña: Convergència i Unió (CiU) e Iniciativa per Catalunya Verds (ICV). Se puede discutir el cambio en las maneras de CiU: del estilo directo y nada sofisticado de un Pujol que se presentaba como encarnación de la patria, a los gestos de tecnócrata agresivo impuestos por el asesor de cámara de Artur Mas. Pero ha habido un plan y una estrategia pensados y seguidos puntualmente. Lo mismo se puede decir del trabajo de Joan Saura: una tenaz pedagogía de la acción del tripartito que contrasta con la relación vergonzante que sus dos socios han mantenido con su pasado reciente.

Los otros tres, por razones distintas, han quedado en segundo plano. El Partido Popular (PP) siempre tiene dificultades para copar escena en Cataluña. Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) ha buscado disimular sus diferencias internas con una campaña de perfil bajo. Y el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), en la estela de la confusión generada por el tripartito y el cambio de liderazgo, se ha adaptado a un candidato que no cumple los criterios convencionales de la sociedad de la comunicación y ha apostado por la marca.

La campaña no deja ningún destello inolvidable; sí en cambio alguna señal negativa sobre la evolución de nuestra democracia. Las restricciones a la información en los medios públicos, el aplazamiento de la cumbre europea de la vivienda o la suspensión de una manifestación de estudiantes por parte de la Junta Electoral, instada por la Conselleria de Interior, son más propias de una democracia corporativa que de una verdadera democracia liberal. ¿Democracia o partitocracia? ¿Dónde está escrito que sólo los partidos políticos pueden expresarse en periodo electoral? ¿No debería ser la campaña la apoteosis de la libertad de expresión? Mientras en Europa hay gentes que se preocupan por hacer más participativa la democracia representativa, aquí la política cada día se restringe un poco más al ámbito estricto de los partidos. No estaría de más tener en cuenta una idea de Ségolène Royal: "La gente sólo se interesará por la política si la política se interesa por ella".

¿Estas elecciones catalanas son un simple reajuste en el reparto del poder en Cataluña o van a tener consecuencias importantes incluso para el conjunto de España? El retorno de CiU al poder sería inicialmente visto como un cierto regreso a la normalidad. Se certificaría la norma que dice que Cataluña es territorio del nacionalismo conservador y el tripartito habría sido una breve excepción. Normalidad en Cataluña, normalidad en España: todo volvería a los tradicionales cauces de las alianzas de gobernabilidad entre CiU y el partido gobernante en Madrid. Pero esto fue el pujolismo. Y Pujol ya no está y la generación que manda en CiU es otra. Los que creen en cierta fatalidad de los cargos y las funciones defienden que el cambio se notaría poco y Mas se vería obligado a pujolear indefectiblemente. Pero en CiU hay por primera vez una generación que contempla la independencia no como un ideal, sino como un objetivo posible. Casi como un compromiso generacional. ¿Cómo se articulará la tendencia a pactar con Madrid, de la que Artur Mas ha dado prueba con estas pulsiones centrífugas? El gusto por el poder hace milagros.

Que Montilla alcanzara la presidencia de la Generalitat a lomos del tripartito sería un acontecimiento muy relevante: en cierto modo, se podría decir que por fin la nación catalana alcanzaría su plenitud. Dejaría de ser patrimonio de una parte. Montilla, como cualquier presidente catalán, sería forzosamente incómodo para Madrid, porque siempre hay intereses que chocan. Es cierto que las relaciones Cataluña-España serían, más que nunca, en función de quien gobernara en Madrid.

Es indudable que la fantasía de un Gobierno CiU-PSC colma las ilusiones de Zapatero. Apartaría de su vista el cáliz de Esquerra Republicana y blindaría definitivamente a Cataluña con vistas a próximas elecciones españolas. Pero sería difícil de entender por el electorado catalán. La política catalana ha estado montada sobre la rivalidad entre estos dos partidos. Si ya es de por sí poco competitiva, sólo faltaría que las dos piezas de la alternancia subieran al mismo barco. Probablemente, los mayores problemas para el Gobierno español vinieran de un hipotético CiU-Esquerra. La pugna por demostrar quién es más nacionalista podría ser un factor de inestabilidad interna y de incomodidad externa permanente.

La noria seguirá girando. Pase lo que pase en Cataluña, a corto plazo no cambiará mucho la relación con España. Pero para Cataluña no es lo mismo el retorno a la normalidad nacionalista que los tabúes que se romperían si Montilla alcanzara la presidencia de la Generalitat.

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