Columnas de Urgencias
Alguien olvidó en la antesala de Urgencias una revista ¡Hola!, y otras gentes, angustiadas e incapaces de fijarse en lo que leen, pasan las páginas manoseadas, familiares y deslucidas. Los reportajes de ¡Hola! son más fantásticos e irreales en Urgencias, donde malamente pueden cumplir su función evasiva. En este ejemplar, por ejemplo, se publica un reportaje sobre un sujeto de media edad, robusto, saludable, de calva patricia, que posa en el césped de su ostentosa mansión marbellí. En algunas fotos aparece solo, en otras con su mujer, echados en las tumbonas de mimbre, y al fondo, la casa blanca, con cortinajes, toldos y columnas. Lo curioso es que en ese ambiente soleado y lujoso el sujeto en cuestión vista una bata blanca, una bata de médico, con las pinzas de tres bolígrafos asomando del bolsillo superior. ¡Es el doctor De Benito! ¡Eminente cirujano plástico-estético!, que manifiesta lo siguiente:
-Recuerdo que un día Rosina me dijo: "Me encantaría vivir en una casa de tipo colonial que tuviese columnas, como la que tiene Óscar de la Renta". Y le contesté que a mí también me agradaba la idea.
¿A quién no le agrada? ¿A quién podría extrañarle? ¿A quién no le agradan las columnas del Templo de Augusto que se conservan en el patio del Centro Excursionista de Barcelona, en la calle del Paradís, y las de la catedral, cuyo fuste es tan ancho como alto (y quien sepa cómo es esto posible, escríbame y participará en un sorteo), y las columnas titánicas de la Ronda de Dalt, y la misma idea de las columnas, que sugieren ligereza, que crean espacios abiertos, que proclaman la superioridad de lo etéreo y lo esbelto sobre lo macizo, lo pesado, lo opaco, superioridad de lo que se eleva sobre lo que se tumba, y, si me apuran, del espíritu sobre la materia? Y las columnas del Clínico. El sábado por la noche, en una antesala de Urgencias del Clínico, hay tres borrachos autóctonos sentados en sillas de ruedas, cada uno inclinado sobre una bolsa de basura bien abierta, y un cuarto, marroquí, con zapatos y calcetines blancos, con la cabeza metida directamente en la bolsa; hay dos mossos d'esquadra con su preso esposado y bien alicaído; una muchacha más bien gordita, en tutú y con leotardos amarillos, sin duda una novia a la que se le ha torcido la despedida de soltera, y alrededor sus amigas, vestidas de negro, se abrazan y palmean y proclaman su mutuo afecto, como han visto que se hace en la tele. Una doctora aparece por estos, sus penosos dominios, se inclina sobre el marroquí y mientras le toma la presión interroga a su amigo: ¿Qué ha bebido? Seis carajillos de ron. ¿Y nada más? No, no, de drogas, nada. ¿Seguro? ¿No ha mezclado? Nada, nada. ¿Pastillas no? Sólo un porrito. ¿Sólo uno? Bueno, dos...
Todos los canales de televisión emiten seriales sobre hospitales, que resultan fascinantes porque cada dos minutos irrumpen los camilleros en el vestíbulo de Urgencias: "¡Varón, 40 años! ¡Para operar de inmediato! ¡Es cuestión de vida o muerte!", por suerte que un doctor más listo que el hambre proveerá remedio en menos que nace un chino. En la vida real las cosas suceden de manera quizá igualmente heroica, pero bajo formas grotescas. Lo que decían los enfermeros al entrar empujando la camilla en cierto hospital de las afueras era, por ejemplo: "Portem un Riviera"; o sea, que en la camilla iba, intoxicado hasta el tuétano, un ejecutivo de Amsterdam o Francfort, que venía por negocios a Barcelona y antes quiso conocer a fondo el Riviera, burdel de reputación paneuropea. (Recuerdo que a ese hospital llevaron una noche a una chica joven, una Jenny, completamente desnuda, encontrada en un pinar y cerca de un after de Castelldefels, ciega de alcohol y drogas, violada, llena de hematomas, y amnésica, y lo pavoroso era saber que horas antes había salido de fiesta con los amigos, pero en algún momento fatal se había quedado sola. ¿Cómo serían tales amigos?...) La noche en que te ves empujando la camilla de un accidentado en carretera, y a tu lado un colega guasón se ofrece a ayudarte diciendo "¿Te echo una manita?", y en efecto te tiende la mano amputada del herido, decides buscarte otro empleo, lejos de Urgencias.
Dicho sea todo esto sin demérito de las acreditadas, ejemplares abnegación y competencia del personal hospitalario en general. A las siete de la destemplada mañana del domingo, la novia en tutú y sus amigas de la despedida de soltera aguardan en la esquina de Villarroel, y al pie de la escalinata también espera el marroquí de los zapatos blancos, recuperado, como ellas, de la colosal embriaguez de anoche -aunque a él le va a costar más que le recoja un taxi-, bajo la mirada del camillero y el segurata, que han salido a fumar y luego aplastan las colillas, se dan la vuelta y vuelven adentro, pasando junto al edificio Helios, donde se están modernizando algunas dependencias y el estado de obras da al recóndito peristilo, tras el tabique encalado, un reconfortante aspecto ruinoso, con sus escombros, sus cristales rotos, sus sombras y oquedades y columnas, como en los yacimientos de Éfeso o Mileto, o como en los paisajes desolados y "metafísicos" de De Chirico, con su sugestión de airosa dignidad y de decoro, todavía verticales.
museosecreto@hotmail.com
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