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El espacio del objeto

El hecho de que todavía sea posible incorporar a una colección de pintura española como la del Prado 40 nuevas obras, y que entre ellas figuren varias piezas maestras, da pie para reflexionar sobre el estatus que tiene y ha tenido el género al que pertenece, y sobre lo mucho que influyen en las estimaciones histórico-artísticas circunstancias como los prejuicios teóricos, los vaivenes del coleccionismo, los intereses del arte contemporáneo o las modas expositivas y museográficas. Durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX se estimaban los "bodegones" con figuras de Velázquez, Murillo o Pereda, pero de la naturaleza muerta como tal apenas se conocían las obras de Meléndez, algún florero de Arellano, y, desde 1900, varios cuadros de Goya. Se conocían porque se exponían en el Museo del Prado; pues, por lo demás, se trataba de un género invisible, cuyas piezas estaban por lo general en manos privadas. El resultado es que hasta 1930 la naturaleza muerta apenas merecía una rápida mención en las historias de la pintura española.

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Saludable naturaleza muerta

El factor que dio un giro a esta situación fue una exposición que tuvo lugar en 1935 y a través de 176 obras demostraba que había habido una continuidad en la práctica del género desde principios del siglo XVII hasta la época contemporánea. Pero hubo otra circunstancia muy importante para "resucitar" ese tipo de obras y conseguir que formaran parte de la memoria artística española: el ingreso en el Prado, a partir de 1940, del Bodegón con cacharros, de Zurbarán. No es el único cuadro de esta naturaleza del pintor, y para muchos tampoco su obra maestra, pero su exposición en el Museo contribuyó decisivamente a que historiadores como Gaya Nuño, Orozco o Lafuente se fijaran en la naturaleza muerta como género a través del cual la pintura española había sabido mostrar lo mejor de sí misma. A partir de entonces, el Prado ha realizado una labor de enriquecimiento que incluye obras maestras de Sánchez Cotán o Zurbarán, y cuyo último episodio es la adquisición de la colección Naseiro.

El interés por la naturaleza muerta se ha intensificado en las últimas décadas, tanto por parte de los coleccionistas como de los historiadores y los museos, hasta el punto que es el género de nuestra pintura antigua que alcanza las cotizaciones más altas y que con mayor frecuencia nutre exposiciones monográficas. Las causas son múltiples, y entre ellas hay que considerar que se trata de un tipo de pintura sin apenas narración o "historia", y en la que el énfasis en los valores formales es mayor. No en vano -y ésta es causa también del interés actual de una parte del público- es el género que eligieron Cezanne o los cubistas para alumbrar el arte contemporáneo.

El carácter primordialmente imitativo de los bodegones antiguos es un tanto a favor de su aprecio por buena parte del público, al que le es fácil comprobar si lo pintado se parece a lo vivo. Pero la naturaleza muerta ofrece muchos otros valores. Si hubiera que juzgar el Bodegón con alcachofas, de Van der Hamen, exclusivamente en términos de ilusionismo, estaría al nivel de varias obras más de su autor; pero lo que lo convierte en una de las obras maestras del género son valores como el acierto en la elección y combinación de diferentes objetos y texturas, o la manera prodigiosamente refinada como los distribuye en el espacio.

Javier Portús es el comisario de la exposición Lo fingido verdadero que se exhibe en el museo del Prado.

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