Una corte de alzada
De cómo en un pequeño bar de Oviedo, hace ya un cuarto de siglo, surgió la idea de unos premios universales. De cómo hubo que luchar contra los resquicios de la dictadura, que huía de las señales de progreso y modernidad. Estas páginas recogen un álbum con mucha memoria
Lo más difícil, después de todo, no fue convertir los premios de la Fundación Príncipe de Asturias en una competencia de los premios de la Fundación Nobel, sino reconvertir a la vieja corte de Oviedo en corte moderna e ilustrada. Recuerdo perfectamente cuando el periodista Graciano García, Chano, con el que había trabajado en la creación de la revista Asturias Semanal y después Asturias Diario, me contó hace más de 25 años su idea de inventar de la nada unos premios culturales prestigiosos y universales, vinculados al príncipe de Asturias a través del Principado. La idea parecía tan espléndidamente disparatada, tan típica de la contagiosa energía allerana de Chano, que inmediatamente me la tomé muy en serio y aquel mismo día empezamos a fantasear alrededor de la sidra de un chigre de Oviedo sobre lo que en un futuro podrían significar, y no sólo en Asturias, unos premios y unos premiados "a lo grande; tipo Nobel", fueron sus exactas palabras, en aquella España de la transición que acababa de superar una dictadura y empezaba a inventar una monarquía parlamentaria de tradición cero.
La idea del periodista Chano, tan pura como las ideas platónicas o kantianas, implicaba muchas cosas no mencionadas explícitamente y por este orden: que entonces la Monarquía necesitaba legitimarse ante una sociedad civil y democrática no precisamente monárquica y la cultura "moderna y universal" era el único atajo posible; que el reforzamiento mediático y cultural del heredero, de la vieja institución del príncipe de Asturias, garantizaba por definición la estabilidad de la neonata Monarquía parlamentaria, y, por último, que, como todas las coronas antiguas o modernas, la Monarquía no podía existir ni sobrevivir sin corte ni cortesanos, como en su día demostró Baltasar Gracián, y que ¿dónde coño estaba esa corte?
De aquellas tres premisas no mencionadas, que hubiera dicho el pragmatista William James, el hermano de Henry, el asunto de la inexistente corte española era el que más me preocupaba estéticamente en el momento de fantasear los premios porque era bien sabido entonces que la única corte realmente existente e importable era la de la monarquía sueca, el modelo tan poco mencionado, y los Nobel su mejor y único escaparate. Era absolutamente necesario, por tanto, inventar una corte virtual con su protocolo y toda la pesca para la nueva Monarquía española, y a ser posible, una corte con cierto prestigio histórico y lo más alejada de Madrid para evitar viejas contaminaciones borbónicas.
Y aquel día de hace más de un cuarto de siglo, al salir del chigre ovetense, inventamos el concepto de "corte de alzada", en honor de aquellos nómadas astures llamados los vaqueiros de alzada que trashumaban, que alzaban sus bártulos errantes del valle a la montaña, según las estaciones. Si los premios funcionaban, nos dijimos, Oviedo sería esa corte nómada de aquella nueva monarquía que garantizaba la vieja democracia y que por otro de esos despistes de los muy ocultos y transversales ingenieros de la transición nadie se había acordado de establecer ni de imaginar. "¡Ahí va, la corte!", debieron decirse dándose una palmada en la frente los diseñadores secretos de la transición de la misma manera que en el famoso spot televisivo el colegial que salía de casa exclamaba: "¡Ahí va, los donuts!".
Veinticinco años después está claro lo que sucedió al cabo de aquella idea de Chano en connivencia con el general Sabino Fernández Campo. Los Premios Príncipe de Asturias legitimaron cultural y civilmente la Monarquía española, integraron para la cultura moderna y cosmopolita a tanto republicano suelto, la Fundación alcanzó el nivel de la Fundación Nobel, se reforzó la institución del príncipe de Asturias y la entrega de premios en octubre se convirtió en ese espectáculo mediático que actualmente es y poco tiene que envidiar al sarao sueco. El único problema de aquella alianza entre un general y unos periodistas fue la muy antigua corte de Oviedo; la futura corte de alzada de la nueva Monarquía parlamentaria.
Este álbum fotográfico retrata y relata medio siglo de los premios, y basta echarle un vistazo para leer entre imágenes las premisas mencionadas y hasta las no mencionadas de aquel bosquejo cortesano entre el periodista y el general. Por lo pronto, la monarquía sueca vista desde la ceremonia de entrega de los Nobel queda como mucho más antigua y superacadémica que en la movida ovetense de octubre, cuando la entrega de los Príncipe de Asturias. Se lee mucho mejor aquí el espíritu del siglo, que dirían los ilustrados alemanes, que en las orlas de Estocolmo. Por el palco muy mediático del teatro Campoamor han desfilado la silla de ruedas de Stephen Hawking, las gafas de Woody Allen, las vertiginosas piernas de Steffi Graf, los chimpancés de Jane Goodall, la melena oscura de Susan Sontag, las magias simpáticas de Harry Poter o la guitarra profunda de Paco de Lucía, luego de haber traficado con las cuerdas de Rostropóvich y Menuhin, la batuta de Barenboim o las emociones químicas de Antonio Damasio. Y las fotografías todavía inéditas de este octubre en la corte de alzada de Oviedo, dentro de unos días, también serán un excelente resumen de esa modernidad o hipermodernidad en versión siglo XXI: Almodóvar, Bill Gates o Paul Auster.
No sé lo que pensará la monarquía sueca de esta vertiginosa subida por las bandas de los Príncipe de Asturias goleando al viejo Nobel en su propia casa, pero me consta que aquí, hoy por hoy, La Zarzuela y alrededores adosados no pueden concebir a estas alturas de la película un procedimiento mejor para legitimar y consolidar la Monarquía en un país tan republicano. Miren ustedes, las élites de este país, sean de derechas o izquierdas, de la gran burguesía o de la pequeña progresía, todavía son muy antiguas y locales, y como tal, no han querido enterarse de lo que verdaderamente implica y significa la globalización en el actual mundo de las industrias culturales. Y con mayores o menores errores, pero a veces con dianas muy certeras, por ahí van ahora mismo esos tiros globales de esa nueva y transversal cultura del mundo.
Por este lado no hubo mayores problemas, ya digo. La verdadera dificultad de estos premios que sincronizaron la Monarquía nacional con la modernidad global, estuvo en la reacción local ante los mismos, en aquella corte de alzada que Chano y yo nos habíamos sacado de la manga. A las clases medias antiguas (muy antiguas) de Oviedo no les gustaba nada la idea de esta corte ex novo y encima cultural y universal. Mi ciudad había sido corte medieval durante varios siglos, y después del paréntesis monárquico intentó recuperar con el franquismo aquella vieja condición cortesana a través de la primera dama de la dictadura, la muy ovetense doña Carmen Polo, en santa alianza local con doña Ramona de Alonso Vega. Sólo los que hemos nacido y vivido la juventud en esta ciudad que un día retrató Clarín desde su innovador realismo literario (más Flaubert que Zola, que conste) sabemos de la todopoderosa influencia local de aquellas peripuestas y enjoyadas cármenes y ramonas que lograron inculcar en la corte de El Pardo los valores de aquellas clases medias antiguas de Oviedo que las respectivas damas encarnaban a la perfección y que luego sirvieron de modelo único y obligatorio durante la dictadura, y a ver si se enteran de una vez los historiadores del franquismo.
Les voy a contar, para finalizar esta historia personal, el 23-F de la Fundación, cuando todo estuvo a punto de irse al carajo y darnos una patada en el culo. Fue después del 23-F y las fuerzas locales de la corte de las cármenes y las ramonas, apoyadas por los grises funcionarios locales del franquismo y un gobernador civil, dijeron basta porque habíamos premiado, entre otros, al poeta Pepe Hierro. Allí, en aquel octubre, se jugó en el Campoamor la batalla decisiva entre una corte monárquica moderna, global y encima de alzada, y los resistentes locales y opusdeístas de una corte franquista y medieval. El valiente discurso del 81 del poeta Pepe Hierro, con la calva congestionada y recibido con silencio helado por los militares del patio de butacas, como ocurrió con aquella otra reacción física del general Gutiérrez Mellado en el hemiciclo, señaló el principio de la normalización democrática de estos muy cortesanos premios.
Don Juan Carlos le dijo inmediatamente OK a Pepe, y el único problema local que tienen ahora mismo estos premios tan globales es que ciertas invitadas locales, las contumaces moscas cojoneras de las clases medias antiguas ovetenses, tengan o no tengan reserva en las peluquerías de señoras, que no dan abasto por estas fechas.
'Web' de la Fundación Príncipe de Asturias: www.fpa.es
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