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Reportaje:

La muerte en una caja de cerillas

El director británico Dan Jemmet estrena en el Festival de Otoño el oscuro cuento musical 'The little match girl'

Elsa Fernández-Santos

Dan Jemmet habla sonriente de sus recuerdos más tristes. Y también se ríe cuando reconoce que "odia" casi todo el teatro que ve. El director británico, de 40 años, estrenó anoche en el Festival de Otoño de Madrid The little match girl, un oscuro musical basado en La cerillera, de Hans Christian Andersen.

"No existe un cuento más terrible que La cerillera, es insoportablemente triste. No ocurre nada, excepto que una niña muere congelada de frío en la calle. ¿Cómo se lleva algo así al teatro? ¿Qué imágenes se pueden crear con un cuento así? Ésas fueron mis preguntas. Así que dejé de llorar, me olvidé de la parte emocional, y pensé en la carga social del cuento y en el hecho de representarlo dentro de un teatro. Quería hacer una obra callejera, en la que una niña representa su propio sufrimiento, un juego de marionetas... una obra oscura en la que ni se ríe ni se llora".

Jemmet aceptó un proyecto que partía de las 12 canciones creadas por The Tiger Lillies, una banda londinense amante de los burdeles del Soho y de los ecos berlineses de Kurt Weill. "Para este espectáculo han creado una música más melancólica y suave, están más cerca del vodevil londinense que del cabaré berlinés". Jemmet cita entonces a Dickens para desviarse al instante a una película fundacional: Lirios rotos, de D. W. Griffith. "Es la gran inspiradora de esta obra de teatro, la imagen de Lilian Gish sola por las calles, los encuadres claustrofóbicos, el padre boxeador, el enamorado chino con su caja en las manos...".

"Mis padres eran actores", recuerda el director. "No eran grandes actores, sólo eran cómicos. Durante muchos años se dedicaron al teatro popular, a las comedias que prácticamente desaparecieron con la televisión. Tengo una extraña nostalgia por aquel teatro, me invade cierta tristeza al recordarlo y también cierta inseguridad". El telón rojo es una pieza fundamental en el montaje de The little match girl: "Los telones se abren y se cierran y ese es el último recuerdo que tengo de mi padre", cuenta Jemmet. "Murió hace unos años y, cuando lo incineramos, el ataúd se perdió detrás de un telón que también se cerró. ¡El teatro dentro del teatro! Ese aire puramente funerario".

Jemmet estudió en Londres y con casi veinte años montó su primera puesta en escena, un espectáculo callejero de marionetas. Luego fundó la compañía de teatro experimental Primitive Sciencie, en la que adaptó textos de Kafka y Borges. Pero su nombre se empezó a conocer gracias a su versión con un solo actor de Hamlet (Presque Hamlet) y un Dr. Faustus de Marlowe con marionetas. "Ahora odio las marionetas, sobre todo si intentan representar a un humano, sólo me gustan las marionetas que son muy malas", dice. "Es como el teatro callejero, que generalmente me parece muy malo, pero del que me sigue interesando su vida... no sé, supongo que el tiempo me ha ido cambiando, aunque sigo teniendo debilidad por esos charlatanes de calle. Pero sobre todo me aburre el teatro que sólo es gente hablando sobre un escenario. Me gusta la idea de que una obra con 14 personajes se quede reducida a cinco, hacer las cosas de forma más transparente. Me interesa el sentimiento de estupidez frente a los grandes textos... Para mí el teatro es un regalo y la importancia no está en lo que regalas sino en cómo lo regalas. Uno nunca sabe el valor de lo que da hasta que no lo entrega y no lo aceptan".

Jemmet vive en París desde hace 10 años y asegura que la experiencia con el público es muy diferente de una ciudad a otra. "En París sigo teniendo la sensación de que el teatro es un acto cultural, mientras que en ciudades como Madrid, donde ahora estreno por tercera vez, me resulta una relación más vital. Aquí la gente se divierte con naturalidad". "Es curioso, en el cine soy capaz de tragarme cualquier porquería, lo peor, pero con el teatro no puedo. ¿Qué por qué? Porque el cine no tiene que ser generoso y el buen teatro está obligado a serlo".

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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