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Reportaje:

Los héroes de una globalización anticipada

Las Brigadas Internacionales vuelven a Morata de Tajuña 70 años después para recibir un homenaje

Daniel Verdú

"¿Por qué? Vengo de dos familias socialdemócratas. En 1934 los fascistas tomaron Austria, algo parecido había sucedido en Italia y estaba a punto de pasar en España", explica en un buen castellano, Hans Landauer, de 85 años. Así de sencillo. Él es uno de los 36 brigadistas internacionales que ayer participaron en el homenaje que les rindió el pueblo de Morata de Tajuña. Sobre el cerro de Casas Altas se reunieron más de 300 personas para inaugurar la escultura en homenaje a los que participaron en la batalla del Jarama; una obra del escultor Martín Chirino.

El sol no tuvo piedad ni respeto por héroes de la guerra. Pero ellos, como si nada, con una media de edad de 87 años, se emocionaban cada vez que se aludía a la república o a la libertad. Se dejaron mucho en aquel periplo. Hans vino con 16 años. Primero pasó por París. "Fui al café Grison, en la rue d'Alsace. Ahí te ayudaban a pasar a España. Cuando vieron mi edad me dijeron que estaba imbécil, que los niños no iban a la guerra", recuerda. Pero Hans insistió. "Les dije que si regresaba a Austria, donde estaban los fascistas, iba a ser peor para mí. Finalmente, me ayudaron a llegar hasta aquí".

"Cuando vieron mi edad, me dijeron que los niños no iban a la guerra", dice Hans
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Una escultura para reconciliarse

Dos semanas de instrucción y para el frente de Brunete y Quijorna. En el batallón austríaco 12 de febrero de 1934. Tres años más tarde, y con la derrota a cuestas, tuvo que marcharse de España y comenzar una andadura de seis años por distintos campos de concentración. El último en Dachau, cerca de Múnich. El fascismo fue derrotado en toda Europa, pero hasta la muerte de Franco no pudo volver a España. "Ahora este país tiene por fin su democracia y yo vengo cada año a visitarlo", cuenta con una sonrisa.

La celebración de ayer fue también momento para el reencuentro. "Aquel de allí es mi amigo Jack, tienes que hablar con él", explica Jack Edwards señalando a su amigo y tocayo Jack Jones, ambos brigadistas ingleses. Se conocieron en Liverpool cuando eran muy jóvenes. "Yo estaba muy vinculado a los movimientos sindicalistas de izquierda. Montamos una oficina de solidaridad con el pueblo español. Reclutamos a varios brigadistas y vinimos a España", explica Jones, que a sus 93 años es el presidente de la Asociación de Brigadistas de Reino Unido. "Es gracioso, porque yo recluté a Jacky", dice señalando a su amigo, de 92 años, que aguanta en su silla de ruedas y bajo una gorra el castigo solar.

Jacky -su amigo le llama así sólo porque tiene un año menos que él- luchó en la 5ª Brigada, Batallón 16. Su vida estuvo entonces pegada a la ametralladora de la que se encargaba. Recuerda perfectamente porque vino: "España tenía un Gobierno elegido democráticamente y Franco lo había atacado. Eso no me parecía justo". Tras la guerra no volvió a España hasta que murió el dictador. "Este país ha estado siempre en mi corazón y ahora, por fin, está también en el buen camino", dice emocionado.

El frente republicano se convirtió con la ayuda de los brigadistas en un pequeño ejercito globalizado. Y, a veces, la ideología y las ganas de luchar contra el enemigo no bastaban para entenderse. Por eso, brigadistas como Adelina, que entonces tenía 17 años, hacían de intérpretes. "Yo estaba en el Estado Mayor y era traductora de ruso", recuerda. Adelina es argentina, pero en 1932 se marchó a la Unión Soviética. De ahí se fue a España "a luchar contra el fascismo". Ayer seguía realizando la tarea que desempeñaba durante la guerra y tradujo a todos los compañeros rusos los parlamentos y las instrucciones que daba la organización.

De aquella mezcla de países y culturas había ayer sobre el cerro de Casas Altas brigadistas de Austria, Canadá, EE UU, Polonia, Israel, Rusia, Italia, Reino Unido y Luxemburgo. Todos soportaron los discursos, incluido el de la alcaldesa de Morata, Concepción Loriente (PSOE). Luego estuvieron charlando entre ellos y oteando el horizonte para recordar los escenarios de las batallas que les trajeron a España. Desde la colina se divisa el frente de Morata y los restos de la guerra: trincheras, fosas comunes o lo que queda de una "cocina" de una brigada británica. Y pensando en la cocina, la organización se los llevó a comer al mesón el Cid, en el pueblo de Morata.

Ahí siguieron charlando y los familiares que los acompañaban aprovechaban también para conocerse. Algunos, incluso, venían en representación de algún brigadista fallecido. Como los hijos de Fritz Mergen, un alemán de Heiligenwald que luchó en el batallón Edgar André. Emocionados, cantaron y charlaron con los compañeros de su padre para honrar su memoria.

Por la tarde visitaron el cementerio donde yacen algunos de los 5.000 brigadistas muertos en la zona y para terminar, se dieron una vuelta por el Museo de la Batalla del Jarama. "Ahora les toca continuar a nuestros hijos y a nuestros nietos", dijo uno de ellos.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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