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EP[S] HOMBRE

De la elegancia y su utilidad

La imagen se puede comprar con dinero. Otra cosa es estar a la ALTURA de la prenda que se lleva. Hablamos de algo innato y consustancial. Como el vinagre de los boquerones. El autor brinda las pautas para dominar el arte de saber estar y desterrar al gañán que lleva dentro

¿Despreciamos el modelo estético que nos plantean los medios de comunicación por inaccesible? ¿Estamos ante la fábula de La zorra y las uvas? Sí. Sin embargo, el valor y la eficacia de la imagen son indiscutibles y vamos a explayarnos con ello.

Decían los clásicos que Dios está en los matices. Y si no, lo digo yo.

La elegancia es una cuestión de detalles, de metáforas invisibles que configuran una planta, un chasis armónico. La gente fina prefiere hablar de estilo, que comporta, además de armonía en la imagen, una actitud. ¿Por qué esta distinción? Muy sencillo. La imagen se puede comprar, es una cuestión de presupuesto, pero la coreografía que conlleva estar a la altura de la prenda que se calza no se aprende, es algo innato, consustancial, como el vinagre a los boquerones. Del mismo modo que hay caballeros que miran el culo de las señoras en un acto reflejo, el giro que debe aplicarse a un cuerpo para que un vestido con vuelo flote en el aire de la manera en que la soñó el diseñador no puede enseñarse.

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No debemos olvidar que el vestir, salvo en el caso de las modelos y señoritas de compañía, no es un fin. Por tanto, una vez vestidos no podemos ser rehenes de la prenda que llevamos, no podemos tener un listado de parámetros de comportamiento que nos hagan estar a la altura de lo vestido. Lo fundamental, se esté vestido o no, es estar, en el sentido de ser. Los ingleses sólo tienen una palabra para los dos verbos, porque a sus ojos ambos significan lo mismo, se es como se está, y se está como se es. ¿Podríamos deducir entonces que somos lo que vestimos? Más o menos. En realidad, vestimos como quisiéramos ser. Con nuestra imagen lanzamos un mensaje a los que nos contemplan: "Así estamos, porque así somos". Claro está que lo que queremos ser y lo que somos no siempre coincide. Cuanto más lejos esté un modelo del otro, más lejos estaremos de la realización personal y más cerca de la crisis existencial. Un pequeño problema viene a complicar este proceso de realización personal a través de la imagen: uno sólo puede comprar las prendas que están en el mercado; por tanto, tiene que escoger un idioma para relacionarse, acomodarse al lenguaje que más se aproxime a su modelo, y es ahí donde entramos en el mundo de las tribus, de las clases, de los grupos, de las etnias o las masas indiferenciadas, y donde la imagen puede utilizarse como estrategia jugando con los signos de poder: "Bienvenido al mundo de las marcas".

La elegancia o el estilo no son imprescindibles, ni siquiera importantes, pero nos diferencian a unos de otros. Por eso, cuando alguien lo reúne todo se dice de él que es distinguido, término que tiene un sentido segregador, selectivo y positivo.

¿Por qué el estilo es exclusivo de otros?, se preguntarán algunos que creen tenerlo y que renuncian a que sea patrimonio ajeno. Por varias razones sencillas de entender, aunque no de aceptar.

En primer lugar, determinadas actitudes y hábitos se adquieren de forma más sencilla cuando forman parte del ecosistema. Es más fácil para Tarzán matar cocodrilos a cuchillo bajo el agua que para un niño del colegio de San Ildefonso, que, a cambio, podría dar una lección magistral de leer números en bolitas al torneado y, paradójicamente rubio, hombre mono. Por tanto, si uno se cría entre fiestas familiares de postín, cócteles, presentaciones, estrenos y demás…, acaba haciendo de la etiqueta un traje de faena, pero además, por vivir en un ambiente proclive a la ingesta etílica, aprende a poner cara de póquer cuando la concentración de whisky en sangre comienza a provocar desórdenes neurológicos, mientras que en las gentes sencillas lleva a la entonación de cánticos regionales, relación de chistes escatológicos con risotadas estridentes, exaltación absurda de la amistad con personas a las que se acaba de conocer, profundo desconsuelo acompañado de llanto histriónico, pérdida de verticalidad y vómito en escopeta.

En segundo lugar, uno tiende a ponderar sus cualidades innatas, ya que, no nos engañemos, vivimos en un mundo mercantil donde todo se intercambia y se cotiza. Así, el que tiene algo distintivo, por ejemplo, estilo, intentará rentabilizarlo, por una dinámica social inevitable. Estos seres distinguidos dan importancia a detalles que a los demás les resultan invisibles, porque ellos conviven con situaciones que son extraordinarias para el vulgo, que sólo se topa con ellas de forma ocasional. El encuentro fortuito con una situación especial, como puede ser una fiesta de gala, genera inseguridad, miedo, temor al ridículo; en definitivas cuentas, falta de naturalidad y torpeza subsiguiente. Eso, en el mejor de los casos, en el de la persona cauta y educada, pues sabido es que la ignorancia es muy atrevida, y no faltará quien, a pesar de no saber dónde se encuentra, se sienta por encima de la circunstancia, o, lo que es más frecuente, intente llevar la circunstancia a su terreno, convirtiéndose en protagonista involuntario del evento con su carácter socarrón, campechano y desinhibido, pretendiendo que el vino de pitarra de su pueblo es mejor que el que están sirviendo, y dando lecciones a los estupefactos comensales que le rodean sobre cómo escapar del fraude de la publicidad, del mamoneo y del timo de las marcas de ropa. Este comportamiento que delata al gañán es muy frecuente en nuestros días gracias al boom de la construcción y los innumerables pelotazos financiero-empresariales, que por producir beneficios multimillonarios desclasan a los tradicionales chorizos para convertirlos en "fuentes de riqueza", que es un eufemismo con el que se define a los receptores del dinero ajeno. La clase judicial también queda profundamente impresionada por los hombres hechos a sí mismos con espectaculares patrimonios y definen el hurto, choro, sirla, o trinca, que perpetran estos personajes, como ingeniería financiera. Envalentonados por la impunidad que les confiere su fortuna, y basándose en el axioma "tanto tienes, tanto vales", estos gañanes de pro, conscientes de su poder adquisitivo, se consideran a la altura o, mejor dicho, por encima de los pringaos que les rodean, y al suprimir el propósito de la enmienda, anulan cualquier posibilidad de reciclaje o adquisición de conocimientos elementales.

Así, desde la ignorancia se desprecia el estilo, haciendo a los distinguidos más distintos todavía al convertirlos en modelo alternativo, exótico y obsoleto.

El lector inteligente ya se habrá percatado de la trascendencia del texto y de que le urge revisar su criterio estético en profundidad, desde la goma de los gayumbos hasta la longitud de sus patillas. En definitivas cuentas, hay que estar a lo que se está, porque si no, es mejor no ir. Y ya que vamos, somos, y en ese ser surge la diferencia por culpa de los matices: ¿cómo estamos?, ¿cómo somos? To be or not to be.

¿Y qué importancia tiene ser o no ser? Exactamente la misma que tener una tía en el Paraguay o no ser chino: ninguna. Pero si tienes una tía en el Paraguay, la tienes, y ya está. Del mismo modo que carece de importancia tener una cuenta corriente infinita, porque el dinero no hace la felicidad, y es la felicidad, a fin de cuentas, corrientes o no, la principal meta que persigue el alma humana, en este mundo o en el venidero. Los no creyentes la buscan en éste. Los creyentes en el otro, en éste se limitan a perseguir la riqueza material con ahínco, con la idea de procurarse una aproximación a lo que les espera en la vida eterna. En este punto vamos a abrir un pequeño apartado para ilustrar con un didáctico ejemplo la importancia de la imagen en la historia de la humanidad.

Si analizamos con frialdad el negocio de las religiones, concluiremos que es el más difícil de todos, puesto que venden un seguro cuyo único beneficiario es el que ya ha palmado y, en tanto fiambre, tiene menguada su capacidad de reclamación, en caso de que las prestaciones no se ajusten con rigor a lo pactado en la póliza. Sin embargo, ha funcionado maravillosamente bien a lo largo de los siglos gracias a la capacidad de convicción de sus agentes de ventas, y la puesta en escena, a la imagen, a lo que llaman ornamentos litúrgicos. Por eso, las religiones que castigan el boato o la idolatría caminan en recesión, son minoritarias. Claro que no todo el mérito es de la imagen. Existen otros factores, entre ellos el hecho de trabajar con un producto fácil de colocar, al haber gran demanda de alimento espiritual. El personal tiene esperanza en que exista una vida mejor en algún sitio, en que alguien viva mejor en algún lugar, sea en este mundo o en otros. De ahí el éxito de las revistas en las que la aristocracia enseña sus propiedades, revistas que son consumidas con deleite por el pueblo llano en un afán, sin duda, de comprobar que existe un mundo mejor más allá de aquel en el que habitan, aunque sea inaccesible.

Decíamos que trabajan con mercado sencillo, y la prueba está en la aceptación que tuvo la respuesta que recibió Moisés cuando preguntó a la zarza: "¿Quién eres?". Y ésta le respondió: "Yo soy el que soy". Sin duda se trataba de un sondeo, del mismo modo que en los zocos sueltan cualquier barbaridad cuando se pregunta por el precio de un artículo, sólo para estudiar la cara del comprador y deducir a través de la reacción frente a la respuesta disparatada su capacidad adquisitiva. La respuesta de la zarza coló, y eso fue lo importante. Ahí se manifestó una prueba concluyente de que la cosa podía funcionar. En psiquiatría, este tipo de respuestas son frecuentes en determinadas patologías. "¿Cómo está?". "Sentado". O: "¿Dónde vive?". "En mi casa". Es la bata blanca, o el hábito, la que define una misma respuesta como deterioro mental o revelación divina. De donde constatamos la importancia de la imagen en cualquier ámbito, tal y como venimos afirmando.

Artistas, deportistas, magnates, líderes, torneros fresadores y matriceros, gentes de toda condición, emperadores, fauna tropical, militares, profesionales del sexo… todos a lo largo de la historia han sido conscientes del poder de la imagen como arma sometedora. A fin de cuentas, el culto a la imagen no es sólo un acto de narcisismo, sino también un gesto de adulación al receptor sensible, que se nutre de la admiración de la belleza en la más evidente de sus formas. Y ya está.

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