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Columna
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¿Cuánto costó lo del Papa?

Hace apenas tres meses y ha adquirido el aspecto de una ensoñación, aunque quedó bien impresa en la memoria urbana. Me refiero a la imagen, entre fantasmal y surrealista, de miles de inodoros portátiles alineados por las calles en estricta formación de emergencia, a la espera de un aluvión de usuarios que nunca llegaría. El anuncio abrumador de la visita del Papa, día tras día, semana tras semana, que el vecindario de Valencia soportó con una congoja creciente, culminó en un fiasco de proporciones notables, no sólo por lo que atañe a las expectativas fallidas de asistentes, sino también a una combativa retórica oficial, tan airada como inconsecuente con el talante que, al fin y al cabo, vino a expresar el pontífice. Desde entonces, algunos periodistas han insistido ante el Consell en una pregunta: ¿Cuánto costó lo del Papa? Lo han hecho porque es su obligación y porque la pregunta encierra, en ella misma, un test sobre la calidad de nuestra democracia, la transparencia de la administración y la responsabilidad de los políticos a la hora de rendir cuentas. No han obtenido en respuesta más que excusas y gestos de aprensión.

Lo del Papa era ya un síntoma de la deriva que el Gobierno de Francisco Camps imprime a una gestión opaca y triunfalista, cada vez más descuidada con los modales de la política democrática, pero esta semana pasada el fenómeno se agudizó. Los medios de comunicación fueron convocados varios días al Palau de la Generalitat para asistir a unas sesiones de autoelogio sobre la ejecutoria del Consell en las que no se admitían preguntas. En una de ellas, el presidente, empujado por una obsesión electoral un tanto histérica, cayó en un lapsus al reclamar el voto para el PP sin la menor conciencia de faltar a las normas de educación pública que recomiendan, a quien se supone que nos representa a todos, deslindar las pulsiones de partido del discurso institucional. El hecho es grave. Me refiero tanto al uso de los periodistas en el papel de figurantes para la escenificación de spots publicitarios como a su corolario moral, que no es otro que el desliz alarmante de Camps.

Molesta cada vez más a nuestros gobernantes autonómicos que la prensa trate de hacerlos transparentes. Tendrán que acostumbrarse porque la incomodidad va en su sueldo. Como en el de cualquier periodista impedir que ellos puedan llegar a imaginarse impunes.

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