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Mitos y proezas

Rocío García

En 1952, cuando Eva Perón agonizaba en Buenos Aires, hubo miles de argentinos que realizaron verdaderas proezas -ayunos interminables, maratones de baile, caminatas marcha atrás...- con el objetivo de lograr la salvación o la eternidad y grandeza de Evita. Pasados 52 años, en marzo de 2004, lo mismo sucedió con el ingreso hospitalario en la capital argentina de Diego Armando Maradona. Fue entonces cuando el realizador Carlos Sorín (Buenos Aires, 1944) sacó del cajón un guión medio escrito hace años para plasmar en El camino de San Diego su obsesión por los mitos y lo que él llama "el pensamiento mágico" que crece en los tiempos de pobreza.

"En Argentina, a mitad de la década de los noventa, con las políticas económicas que arruinaron a miles de ciudadanos, aumentó la pobreza, al mismo tiempo que los mitos, las seudoiglesias, las loterías, los santuarios, todo lo que la gente necesita para encontrar algo de consuelo", explicó ayer Sorín.

De ahí nace El camino de San Diego, la historia de Tati (interpretado por Ignacio Benítez), un motosierrista en paro, padre de tres hijos, que emprende un largo viaje por regiones empobrecidas hasta Buenos Aires con el único objetivo de llevar a su ídolo Maradona -Tati lleva tatuado en la espalda el número 10- una talla de madera encontrada en el bosque, que semeja el rostro del futbolista.

Sorín ha optado de nuevo en El camino de San Diego por rodar con actores no profesionales -como sus anteriores filmes Historias mínimas y El perro-. "El objetivo es siempre el mismo, lograr algún momento, más allá de la simulación que implica la ficción, en el que la historia esté próxima a lo verdadero", explicó el realizador, quien va modificando el guión y adaptándolo a los personajes encontrados como si de un traje a medida se tratara. "El ajuste entre la persona y el personaje es para mí clave". También el azar. Por eso, dice que sus rodajes son caóticos. "Necesito estar abierto a los accidentes, a la irrupción de las cosas reales". Como Maradona.

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