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Al Qaeda y los extremistas ganan la primera mano

En los cinco años transcurridos desde el 11-S, las tácticas y la estrategia de los islamistas radicales que se enfrentan a las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN han mejorado de forma espectacular. Los extremistas están logrando plantar cara, en un grado inimaginable hace cinco años, al abrumador aparato tecnológico de los Ejércitos modernos. Están ganando la guerra porque no la pierden y porque abren constantemente nuevos frentes de batalla.

Imaginemos una guerrilla a la que los israelíes nunca vieran, que nunca celebrara sus victorias ni lamentara sus derrotas, y que se fundiera tanto con la población local que las cadenas de televisión occidentales no pudieran entrevistar ni a sus comandantes ni a sus combatientes. Así fue la exitosa guerra de 33 días que Hezbolá libró contra las tropas israelíes.

Los sofisticados sistemas de vigilancia y armamento de Israel no tenían punto de comparación con la rústica red de túneles subterráneos de Hezbolá. El éxito de este grupo, con su secretismo, constituye un ejemplo de lo que los extremistas están tratando de hacer en todas partes.

En el sur de Afganistán, los talibanes han aprendido a esquivar los satélites de vigilancia y aviones espía estadounidenses y de la OTAN, para reunir de golpe a un contingente de hasta 400 guerrilleros y atacar comisarías de policía o puestos militares. También han aprendido a dispersarse antes de que el poder aéreo de EE UU se desate sobre ellos, a esconder sus armas y mezclarse con la población local.

En el norte y el sur de Waziristán, las regiones tribales que jalonan la frontera entre Pakistán y Afganistán, una alianza de grupos extremistas en la que figuran Al Qaeda, talibanes paquistaníes y afganos, así como combatientes centroasiáticos y chechenos, ha logrado una importante victoria frente al Ejército de Pakistán. Éste, que ha perdido a unos 800 soldados en los últimos tres años, se ha retirado, ha desmantelado sus puestos de control, ha liberado a los prisioneros de Al Qaeda, y ahora está abonando grandes sumas a los extremistas en concepto de "indemnización".

Actualmente, esta región, considerada la "central terrorista" por los comandantes de EE UU en Afganistán, es una base completamente operativa de Al Qaeda, que ofrece una amplia gama de servicios, instalaciones y adiestramiento militar y en materia de explosivos para extremistas de todo el mundo que planean atentados. Waziristán es un imán. En los últimos seis meses, hasta 1.000 uzbekos, que huían de la ofensiva desatada en su país después de la masacre cometida por las fuerzas de seguridad gubernamentales el año pasado en Andiyán, han encontrado refugio junto a Al Qaeda en Afganistán.

En Irak, según un estudio del Pentágono, los ataques de los insurgentes se dispararon hasta llegar a 800 a la semana en el segundo trimestre de este año, duplicando la cifra del primer trimestre. El número de bajas iraquíes ha aumentado en un 50%. La organización de Al Qaeda en este país ha engendrado toda una gama de nuevas tácticas guerrilleras, armas y artefactos explosivos que está haciendo llegar a los talibanes y otros grupos.

Además, los esfuerzos que realizan los Ejércitos occidentales para ganarse el corazón y la mente de los ciudadanos locales y llevar a cabo proyectos de reconstrucción también están fracasando, ya que los extremistas atacan objetivos blandos como profesores, funcionarios y agentes de policía, descabezan la administración local y aterrorizan a la población. No cabe duda de que en todos estos campos de batalla los extremistas islámicos están sufriendo innumerables bajas (al menos 1.000 talibanes han muerto a manos de las tropas de la OTAN en los últimos seis meses). Sin embargo, en muchos frentes existe una fuente inagotable de voluntarios para la guerra suicida. Y los Ejércitos occidentales no están reduciendo el número potencial de extremistas cada vez que los matan, sino que en realidad animan a más a unirse a la lucha, porque carecen de una estrategia política.

Combatientes de todo el mundo, e incluso de Europa, están llegando a Irak para matar estadounidenses. Sin embargo, EE UU se niega a hablar con los vecinos Siria e Irán, que facilitan esas llegadas. Cientos de pastunes paquistaníes se están uniendo a la lucha de los talibanes contra la OTAN, que, sin embargo, ha optado por esconder la cabeza, haciendo como si Afganistán fuera un escenario de operaciones aislado y sin vecinos, y negándose a presionar a Pakistán para que cierre las bases de los talibanes en Baluchistán y Waziristán.

Si esta guerra, como afirma la Administración de Bush, va a ser realmente larga, es casi seguro que EE UU ha perdido su primera fase. Las guerrillas están aprendiendo con rapidez que Occidente y los Ejércitos occidentales cometen atroces errores estratégicos mientras los extremistas llevan a cabo brillantes acciones tácticas.

Al Qaeda y sus aliados se preparan para extender su yihad global por Asia Central, el Cáucaso y otras partes de Oriente Próximo. Llevarán consigo la experiencia y las lecciones acumuladas en los últimos cinco años. Occidente y sus aliados regionales no están preparados para estar a su altura.

Ahmed Rashid es periodista paquistaní, autor de Los talibán y yihad, el auge del islamismo en Asia Central. Traducción de News Clips.

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