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El presidente mártir del Barça

La Comisión por la Dignidad organizó ayer un homenaje al que fue presidente del FC Barcelona en el 70º aniversario de su fusilamiento. Josep Suñol i Garriga es un buen ejemplo de aquel tejido social que ha impulsado a Cataluña en sus mejores momentos y que la ha sostenido en los malos. Un historiador vasco me decía que los catalanes hemos tenido la suerte de contar con una burguesía fiel al país (aunque Anguita dijera que es la más reaccionaria de Europa), mientras que en Euskadi la burguesía, o al menos la alta burguesía (Altos Hornos, navieras y sobre todo banca), ha sido españolista y antinacionalista. Durante la dictadura de Primo de Rivera, el embajador en el Vaticano, el marqués de Magaz (nacido en Barcelona pero ferozmente anticatalán), escribía que la lengua catalana estaba prácticamente extinguida, porque la sostenían artificialmente el mecenazgo de algunos burgueses y el clero que la usaba en las iglesias, y por eso él exigía a la Santa Sede que reprimiera el catalanismo de curas y seminaristas.

Suñol había nacido en Barcelona en una familia acomodada, propietaria de una gran empresa azucarera. Era sobrino del político Ildefons Suñol i Casanovas. En 1930, a finales de la monarquía de Alfonso XIII, fundó la revista nacionalista La Rambla, más tarde diario. El subtítulo Setmanari d'esports i d'actualitat, cambiado después por Esport i ciutadania, especificaba bien su doble contenido. El director, Josep M. Massip, asumía también la sección de política. El responsable de deportes era Lluís Aymamí i Baudina. Uno de los principales redactores era Joaquim Ventalló i Vergés. Entre los colaboradores más o menos habituales encontramos a tres catalanes participantes en el Pacto de San Sebastián: Francesc Macià, Manuel Carrasco i Formiguera y Jaume Aiguader. También aparecen Carles Soldevila y Lluís Nicolau d'Olwer. Llegó a tirar 60.000 ejemplares. Por su firme nacionalismo, La Rambla fue objeto de repetidas suspensiones y multas.

Suñol pertenecía a Esquerra Republicana de Catalunya y salió elegido diputado a las Cortes españolas en todas las convocatorias de la Segunda República: junio de 1931, noviembre de 1933 y febrero de 1936.

En cuanto a los deportes, fue directivo de la Federación Catalana de Fútbol. Desde 1928 formaba parte de la junta directiva del FC Barcelona, del que desde 1935 fue presidente. Su gestión del club se caracterizó, en el breve tiempo que duró, por la reorganización de la entidad de modo profesional y, a la vez, por acentuar su simbolismo nacional, contra el que se había creado la Peña Ibérica, de orientación opuesta y vinculada al RCD Español.

Pocas semanas después de estallar la guerra civil fue a Madrid, tal como hacían otras personalidades catalanas, para solidarizarse con los combatientes republicanos que en aquel frente se defendían de los ataques de las columnas fascistas. Dos características de los combates de aquellos primeros días hay que tener en cuenta para entender cómo se produjo la tragedia de Suñol. La primera es que tardó en formarse un frente continuo. La sublevación había empezado en Marruecos el 17 de julio y se propagó por la Península el 18 y 19. Había triunfado en África, pero fracasó en la mayor parte de la Península, sin que ni los insurrectos pudieran imponerse ni los leales sofocar el golpe. Entonces empezó una guerra de columnas en todas direcciones, hasta que llegó a formarse un frente continuo que separaba a los dos bandos.

Por cierto que, como expliqué no hace mucho en este mismo periódico, la primera línea de los frentes formada el verano de 1936 coincidía de modo sorprendente con la divisoria que según el eminente prehistoriador Pere Bosch i Gimpera, en un estudio completamente independiente, separaba la Hispania ibérica (noreste, levante y sur hasta Mérida) de la celtibérica (noroeste y centro). En la Guerra de Sucesión había sido también la división entre la España austriacista y la borbónica, y en los años treinta separaba la zona de predominio del sindicato socialista UGT de la controlada por los anarquistas de la CNT-FAI. La segunda característica es que en aquellas primeras semanas ni unos ni otros solían hacer prisioneros, sino que generalmente mataban a todos los enemigos que capturaban. Sólo cuando vieron que la guerra iba para largo creyeron conveniente conservarlos vivos. El jesuita Fernando Huidobro, discípulo de Heidegger, entusiasta del alzamiento e incorporado como capellán a la Legión que desde Marruecos llegó hasta las puertas de Madrid sembrando el terror, elevó al Cuerpo Jurídico Militar, al general Varela y al mismísimo Franco un escrito en el que denunciaba las matanzas indiscriminadas: "Toda condenación en globo", decía, "sin discernir si hay inocentes o no en el montón de prisioneros, es hacer asesinatos, no actos de justicia. El rematar al que arroja las armas o se rinde, es siempre un acto criminal". Monseñor Pizzardo, alta personalidad de Secretaría de Estado, sugería delicadamente al marqués de Magaz (que ya hemos visto que fue embajador de Alfonso XIII ante el Vaticano y a quien Cabanellas había enviado de nuevo a Roma) que en vez de fusilar a todos los prisioneros podría ser más práctico guardarlos en unos campos de concentración hasta el fin de la contienda, tal como habían hecho ambos bandos en la guerra europea de 1914-1918.

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Josep Suñol i Garriga fue, pues, al frente madrileño del Guadarrama en un automóvil, con dos acompañantes, uno de ellos un periodista de La Rambla llamado Pere Virgili, y el chófer, pero inadvertidamente penetraron en una zona ocupada por los rebeldes. Fueron hechos prisioneros y los enviaron custodiados a Segovia. Pero en aquel sector acababan de producirse duros combates, en el curso de los cuales se habían producido muchas bajas. El sargento que mandaba la patrulla, furioso por los muertos que habían tenido, por el camino los hizo bajar del coche y los mandó fusilar, sin ningún tipo de formalidad procesal y sin tan siquiera saber quiénes eran.

Era el 6 de agosto de 1936 y Josep Suñol i Garriga tenía sólo 38 años. Si el Barça es más que un club, él es más que un presidente.

Hilari Raguer es historiador.

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