La perfección acabada y rigurosa
María Pagés abrió la II Cumbre Flamenca en el metro de Madrid, y lo hizo con un espectáculo impecable, el titulado Flamenco Republic, ya conocido de ella pero cuya revisión nunca viene mal.
Es un espectáculo de puro flamenco, que se va tejiendo en torno a los diversos palos que interpretan María y los suyos. Son palos, estilos de un flamenco concentrado, que de inmediato acaparan la atención del espectador y no la sueltan ya hasta el final con el público puesto en pie. Está justificada tal respuesta de la audiencia, pues se le ofrece un espectáculo de singulares atractivos, y por añadidura excelentemente interpretado.
María Pagés, una vez más, es la estrella absoluta, en una obra que le ofrece múltiples ocasiones para el lucimiento personal. Su baile es estatuario, de registros múltiples que llevan su sello. Cuando se recoge, o cuando se suelta, todo el quehacer de la bailaora es un prodigio de entrega absoluta. Mujer alta de estatura, sus brazos y sus piernas juegan importantísimos papeles en todo momento. Parece crecerse cuando eleva los brazos requerida por su baile, que siempre le exige una disciplina absoluta. Disciplina no reñida con el arte, que esta mujer lo tiene a manos llenas.
Flamenco Republic
Baile: María Pagés. Cuadro de baile: María Morales, Sonia Fernández, Mar Jurado, Isabel Rodríguez, Emilio Herrera, José Barrios, José Antonio Jurado, Alberto Ruiz. Cante: Ana Ramón, Ismael de la Rosa. Guitarras: Fity, Isaac Muñoz. Percusión: Chema Uriarte. Estación del metro de Nuevos Ministerios. Madrid, 11 de septiembre.
Siendo autora de las coreografías, su vía creacional se manifiesta en todo momento, bien en sus propios bailes o en los que hacen las chicas y chicos del conjunto. Todos ellos son espléndidos, bailando con maestría los temas que se les encomiendan, que no son pocos.
Las alegrías, por ejemplo, son una buena muestra de lo que es llevar este baile con energía pero con precisión de orfebres, ya que lo realizan sin un solo fallo. E igualmente podemos decir de todos los temas que interpretan. Son bailes en que cada partícipe juega su papel, huyendo de las simetrías como de la peste, de tal manera que cada uno hace su baile en correspondencia al baile de todos los demás, y lo hacen a la perfección, sin un yerro.
Hay un estilo que interpretan, ellos con María Pagés, el que cierra el espectáculo, que es por muchos conceptos ejemplar. Es un número sin música, sólo a base de percusiones: abanicos, bastones, castañuelas. Todo hecho con tal sentido del humor y del ritmo que causa asombro. Es, en realidad, un soberbio estudio de las percusiones en el flamenco, tan importantes siempre en un arte que sin las mismas no se entendería.
María Pagés está inmensa. Cuando desarrolla su baile nadie se puede parangonar con ella, pues tiene un raro instinto para saber en todo momento lo que conviene o no al espectáculo. Baile sola o acompañada, en todo momento destaca su personalidad sobre todos los demás, de tal manera que el público se queda fascinado por ella. Hace tiempo, hace mucho tiempo que yo no había visto bailar con esa perfección tan acabada y tan rigurosa. Ella es un ejemplo cabal de lo que el baile flamenco tiene de único, de exclusivo en sí mismo, ya que no hay normas a seguir ni cosas por el estilo. No las hay aparentemente, porque en realidad el baile flamenco es un arte sometido a una disciplina que no se ve, pero se siente.
De más está decir que todo el resto de colaboradores del espectáculo están a la altura del mismo. El toque de las guitarras, el gran cante de Ana Ramón, esa cantaora que parece pasar inadvertida pero a quien el público aplaude a rabiar al final de la representación. Todos, en fin, cumplieron como los mejores, de manera ejemplar.
Babelia
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