El origen del problema en Irán
Eduardo Mendoza pasa por alto en su columna del pasado lunes sobre Irán un hito fundamental de su historia; de hecho, el más relevante en su reciente pasado a la hora de explicar la situación actual. En 1953, Irán contaba con un Gobierno plenamente democrático, un primer ministro moderado, Mossadegh, admirador del sistema liberal de EE UU, el cual le hubiera gustado adoptar para su país y... ni rastro de integrismo islámico. Pero Mossadegh cometió un pecado imperdonable desde el punto de vista de las superpotencias occidentales: nacionalizó la producción petrolera iraní, harto de que la compañía británica Anglo-Iranian se llevara el 90% de los beneficios.
La llegada al poder de la Administración de Eisenhower en EE UU -pues Truman se negó siempre a ayudar a los británicos a dirigir el golpe de Estado- facilitó la mayor ignominia que ha sufrido Irán en este siglo XX: el Gobierno democrático fue derribado en un golpe orquestado por la CIA y los servicios secretos británicos, bajo la supervisión directa de Churchill -a quien parece que la defensa de la democracia sólo le interesaba en Europa-, y el corrupto y dictatorial régimen del sah Mohamed Reza se hizo con todo el poder, con el apoyo de ambas potencias. Su horrible régimen provocó la radicalización de las masas que empezaron a apoyar a los imanes exiliados más radicales, como Jomeini, ya que Occidente había frustrado la oportunidad de haber formado un sistema democrático, igual que el que nosotros disfrutamos, vaya. La historia de Irán en los últimos años es bien sabida, pero de aquellos polvos vienen estos lodos.
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