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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Desde la niebla

Manuel Vicent

Camino de Galway y de las salvajes islas de Aran, en el norte de Irlanda, donde en medio de la niebla el oleaje desafía a los acantilados, me llega la noticia de que Tito Fernández ha muerto. Esta vez ha sido a traición, como una cuchillada por la espalda, pero al menos hay que agradecer a la muerte que se haya comportado como si el propio Tito la hubiera diseñado a su medida: durante una cena después de una tarde de toros en la plaza de Ronda, la más antigua y toda de piedra, para más antojo. Le gustaba la fiesta y por ella ha sido coronado. Como un lance más y de una sola cornada.

En esta España que políticamente se ha vuelto a dividir en tendidos de sol y sombra y ya se oye de nuevo el grito ibérico de ¡más caballos!, Tito Fernández ejercía el papel de superviviente, llegado de la anarquía, de las risas descarnadas, con todo el talento del mundo desperdiciado o regalado a los amigos en las mesas del café, especialista en hacer más ricos todavía a los productores a cambio de ponerse a sí mismo el listón muy bajo para hacer el testamento de aquella España rijosa, con sebo en las orejas, que tanto despreciaba.

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Lo vi este verano muy bronceado con su melena de violinista, riendo aún. La última imagen que conservo de Tito Fernández incluye una noche templada a orillas del mar y un césped con olor a hierba recién segada sobre el que había una mesa larga con un mantel blanco, con sillas de mimbre también blanco, llena de amigos y copas. Era una fiesta de despedida al final de las vacaciones, pero nadie podía sospechar que venía seguido de cerca por esa desdentada que siempre ríe la última.

Aunque se sabía La Eneida de memoria, su fuerte era el corazón de los flamencos y de los gitanos que le van a llorar, como haremos muchos amigos payos. No lo harán tal vez algunos pedantes porque Tito sabía lo que ellos ignoran, que el alma es una olla podrida y en lugar de ponerse la barba por dentro y llegar hasta el fondo él siempre se detenía en la tercera capa de la cebolla, donde reside la gracia, el disparate y la desventura. Así lo había aprendido en la universidad nocturna del Corral de la Morería donde era tenido como doctor.

Bueno, Tito, ya te has muerto, pero no lo hagas más. Tus amigos no te perdonaríamos que desaparecieras por el lado oscuro de la memoria y que formaras parte de la niebla que ahora me envuelve en estas tierras de Galway, la patria del poeta Yeats, cuyos versos también te sabías con las más profundas soleares. Realmente no habrás muerto mientras nadie nos arrebate el esplendor de la hierba donde nos dimos el último abrazo. Cuando llegue el otoño y la niebla invada la herrumbre de todas las cancelas, las cruces de piedras de todos los caminos y los abrojos del asfalto, siempre habrá un lugar en el Sol para ti en compañía de los amigos y cuando vuelvas a entrar en el Café Gijón todos nos miraremos sin sorpresa alguna, como si nada malo nos hubiera sucedido.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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