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Blair sale a poner orden en el laborismo

El primer ministro británico exige que cesen los ataques entre sus partidarios y los de Gordon Brown

El laborismo británico vive al borde de una guerra civil entre los partidarios del primer ministro, Tony Blair, y los del canciller del Exchequer (ministro del Tesoro), Gordon Brown. El anuncio de Blair el jueves de que dejará el poder antes de un año, y la posibilidad de que esa marcha se produzca antes, quizás en mayo, no ha acallado el intercambio de acusaciones entre ambos bandos, obligando ayer a Blair a lanzar un llamamiento para que cesen las hostilidades.

En una conferencia en Londres, el primer ministro recordó que las divisiones que aquejan al partido no son ideológicas y que el objetivo ha de ser ganar las elecciones de dentro de tres años. "Pero no podremos conseguirlo si no nos comportamos como lo hacíamos antes de 1997, cuando estábamos hambrientos de poder". Y pidió que se acabaran los ataques personales. El más relevante es el de uno de sus próximos, Charles Clarke, que atacó duramente a Brown el viernes y ayer otra vez, probablemente con el objetivo de advertirle de que sus partidarios dejen de acosar a Blair o podría tener dificultades para sucederle cuanto éste finalmente se retire.

Blair recuerda que las divisiones del partido no son ideológicas y que hay que ganar las elecciones

La crisis de estos días ha marcado un sesgo en la compleja relación que mantienen desde hace 23 años Blair y Brown, cuya alianza revolucionó el Partido Laborista y lo convirtió en una maquinaria de ganar elecciones. Pero las aspiraciones personales de ambos han salpicado de crisis y recelos todo el quehacer del Nuevo Laborismo desde que llegó al poder en mayo de 1997, y amenaza con acabar dividiendo al partido y sumergirlo en una guerra civil similar a la que vivieron los tories al final del largo mandato de Margareth Thatcher.

Cuando ambos llegaron por primera vez al Parlamento, Gordon Brown tenía 32 años y llevaba ya casi 20 comprometido con el Partido Laborista, con el que empezó a colaborar cuando aún era un niño. Con una cabeza privilegiada, lector voraz y trabajador infatigable, el joven Brown llegó a los Comunes con una larga serie de contactos parlamentarios y sindicales y una superioridad intelectual que Blair siempre le reconoció. Años después, siendo ya líder del partido, aún admitía: "Tiene una filosofía política más desarrollada que yo. Con todos sus defectos, Gordon es crucial para mí". Tony, algo más joven, había vivido una juventud más marcada por el ocio que la política. Disfrutaba representando a Marco Antonio en el teatro escolar y se divertía tocando la guitarra y persiguiendo chicas mientras estudiaba Derecho en Oxford.

Enseguida formaron una extraña pareja con personalidades dispares. Brown forjó desde niño una profunda conciencia social labrada a base de escuchar cada domingo los sermones de su padre, un pastor protestante escocés que veía la teología y la justicia social como algo inseparable. "Me enseñó a tratar a todos como iguales y eso es algo que no he olvidado", explicó en 1995.

Brown es sobre todo un igualitarista. Blair, en cambio, cree en la meritocracia: cada uno merece lo que se gana con el sudor de su frente y los individuos tienen obligaciones además de derechos.

La pareja siempre funcionó bien mientras Gordon fue el número uno. Pero Tony empezó pronto a cuestionarse interiormente la capacidad de liderazgo de su mentor. Primero, cuando Brown empezó a defender una política de exagerada prudencia fiscal cuando en 1988 se convirtió en portavoz laborista para asuntos financieros. Más tarde, en 1992, cuando, siendo ya un político con gran peso específico en el partido, Brown no se atrevió a optar al liderazgo y dio paso a John Smith, un hombre al que todos respetaban, pero que Blair juzgaba demasiado tibio para impulsar las reformas que la pareja tenía en mente.

Blair se había ido forjando un prestigio como portavoz de Interior y muchos veían con simpatía su tendencia a criticar el enorme peso de los sindicatos. Cuando Smith falleció repentinamente en 1994, el carismático Blair no tuvo problemas para desbordar a Brown y convertirse él en el líder del partido. En ese momento empezó de verdad la rivalidad entre ambos, las acusaciones entre bastidores, la guerra sorda y permanente de Brown por desbancar a Blair y las triquiñuelas del primer ministro para seguir siéndolo.

Juntos transformaron el partido y lo llevaron al poder. Luego, ya más revueltos, ganaron otras dos elecciones generales. Pero las tensiones entre ambos se han notado desde la primera legislatura. Brown, que se considera no sólo superior a Blair, sino el principal hacedor de su carrera política, ha intentado acaparar el máximo poder desde su atalaya de canciller del Exchequer con la intención de dominar a Blair y obligarle a irse. El primer ministro no ha dudado en presentar como suyos muchos éxitos de Brown y extender su poder sobre la Administración y el Gabinete, que ha manejado siempre de forma presidencialista.

Ambos han ido respondiendo una a una a las provocaciones del otro. Por ejemplo, en julio de 1998, Brown consiguió obligar a los ministerios a rendir cuentas al Tesoro sobre sus gastos. Blair le respondió con una remodelación del Gabinete fraguada a espaldas de su rival y descabezando a su gente.

Nunca han tenido escrúpulos a la hora de recurrir a los golpes bajos. Uno de los más célebres es el comentario que una alta fuente muy cercana a Blair le hizo al periodista Andrew Rawnsley: "Ya sabes cómo es Gordon, se siente tan vulnerable y tan inseguro. Tiene esas grietas psicológicas". Brown siempre ha pensado que el autor de ese comentario que le retrata como un obseso que roza la paranoia fue Alastair Campbell, a la sazón portavoz de Blair.

Las fricciones más o menos opacas de los primeros años (sobre prioridades de gasto, euro, tasas universitarias, la revuelta del transporte por el precio de la gasolina, etcétera) se despejaron durante la segunda legislatura, cuando Brown llegó a la convicción de que su rival no le cedería el cargo jamás. En abril del año siguiente, en plena crisis de la posguerra de Irak y agobiado por problemas familiares, Blair estuvo cerca de la dimisión. Pero, como tantas veces, remontó el vuelo. En otoño, Blair anunció que se presentaría a un tercer mandato, pero no a un cuarto. Brown, que antes del verano preparaba el traspaso de poderes, ya no ha confiado nunca más en la palabra de Blair. Por eso es tan importante para él que, esta semana, su rival se haya visto obligado a fijar un tope para su mandato: los próximos 12 meses.

El primer ministro británico, Tony Blair, en un momento de su conferencia ayer en Londres.
El primer ministro británico, Tony Blair, en un momento de su conferencia ayer en Londres.ASSOCIATED PRESS

El 50% de los votantes quiere la retirada este año

Una encuesta publicada ayer por el diario The Guardian pone de relieve el deterioro de la imagen de Tony Blair entre los electores británicos: la mitad de los votantes cree que el primer ministro debería retirarse antes de que acabe 2006 y el 38% estima que debería dimitir ahora mismo. Sólo uno de cada cinco entrevistados opina que el primer ministro debería seguir en el cargo e incluso presentarse como candidato en las próximas elecciones, algo que él mismo descartó hace casi dos años.

Pero tampoco su gran rival, Gordon Brown, sale muy bien librado. Sólo el 33% de los encuestados opina que sería el líder que necesita el partido para tener las máximas posibilidades de éxito en las próximas elecciones, frente a un 52% que se inclinan por "cualquier otro" y un 14% que no saben. Dos de cada cinco votantes laboristas creen que cualquier otro lo haría mejor.

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