_
_
_
_
Reportaje:NUESTRA ÉPOCA | CINCO AÑOS DEL 11-S

El terrorismo es una forma de teatro

Irak fue el regalo de Bush a Bin Laden

Joseph S. Nye

El 11 de septiembre de 2001 es una de esas fechas que señalan una transformación en la política mundial. Al igual que la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, significó el final de la guerra fría, el ataque de Al Qaeda contra Estados Unidos inauguró una nueva época. Ese día, un grupo no gubernamental asesinó a más estadounidenses que el Gobierno de Japón con su ataque por sorpresa en otra fecha transformadora: el 7 de diciembre de 1941. Aunque el movimiento terrorista de la yihad había estado creciendo durante una década, el 11-S supuso el punto de inflexión. Transcurridos cinco años de esta nueva era, ¿cómo deberíamos definirla?

Algunos creen que el 11-S fue el preludio de un "choque de civilizaciones" entre el islam y Occidente. De hecho, eso es probablemente lo que Osama Bin Laden se proponía. El terrorismo es una forma de teatro. Los extremistas asesinan a gente inocente para dramatizar su mensaje de modo que conmocione y horrorice al público al que va dirigido. También recurren a lo que Clark McCauley y otros han denominado política jujitsu, en la que un combatiente más pequeño utiliza la fuerza de un rival mayor para derrotar al otro. En este sentido, Bin Laden esperaba hacer caer a Estados Unidos en una guerra sangrienta en Afganistán, similar a la intervención soviética de dos décadas antes, que había creado un terreno de reclutamiento muy fértil para los yihadistas. Pero los estadounidenses emplearon una fuerza moderada para derrocar al Gobierno talibán, evitaron unas bajas civiles desproporcionadas y pudieron crear un marco político indígena.

Tras el 11-S, en todo el mundo había mucha simpatía y comprensión hacia la respuesta militar de EE UU contra los talibanes
En noviembre de 2003, la cifra oficial de insurrectos terroristas en Irak era de 5.000. Este año ascendían a 20.000

Un colosal error

Aunque lejos de ser perfecta, la primera ronda del combate fue para EE UU. Al Qaeda perdió los santuarios desde los que planificaba sus ataques, muchos de sus líderes murieron o fueron capturados, y sus comunicaciones centrales se vieron gravemente afectadas. Más tarde, la Administración de George W. Bush sucumbió al orgullo desmedido y cometió el colosal error de invadir Irak sin un apoyo internacional generalizado. Irak proporcionó los símbolos, las bajas civiles y el terreno de reclutamiento que los extremistas yihadistas habían buscado en Afganistán. Irak fue el regalo de George Bush a Osama Bin Laden. Al Qaeda perdió su capacidad organizativa central, pero se convirtió en un símbolo y un foco alrededor del cual podían congregarse imitadores afines. Con la ayuda de Internet, sus símbolos y materiales de entrenamiento eran fáciles de conseguir en todo el mundo. El hecho de si Al Qaeda desempeñó un papel directo en los atentados de Madrid y Londres o la reciente trama para hacer estallar aviones sobre el Atlántico no es tan importante como el modo en que se ha transformado en una poderosa "marca". La segunda ronda la ganaron los extremistas.

El resultado de futuras rondas en la lucha contra el terrorismo yihadista dependerá de nuestra capacidad para evitar la trampa de la política jujitsu. Ello exigirá un mayor uso del poder blando de atracción en lugar de depender tanto del poder militar duro, como ha hecho la Administración de George W. Bush. Y es que la lucha no es un choque entre el islam y Occidente, sino una guerra civil en el seno del islam entre una minoría de terroristas y una corriente dominante mayor de creyentes no violentos. No se puede derrotar al extremismo yihadista a menos que la mayoría venza. Debe utilizarse la fuerza militar, el espionaje y la cooperación policial contra los terroristas fanáticos afiliados a Al Qaeda o inspirados por ella, pero el poder blando es esencial para atraer a la corriente dominante y eliminar el apoyo a los extremistas.

El secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, dijo en una ocasión que el grado de éxito de esta guerra dependerá de si el número de terroristas que estamos matando y disuadiendo es mayor que el número de terroristas que están siendo reclutados. Según este baremo, lo estamos haciendo mal. En noviembre de 2003, la cifra oficial de insurrectos terroristas en Irak era de 5.000. Este año se ha dicho que ascendían a 20.000. Como afirmaba el general de brigada Robert Caslen, subdirector del Pentágono para la guerra contra el terrorismo, "no los estamos matando más rápido de lo que están siendo creados". También estamos fracasando en la aplicación del poder blando. Según Caslen, "los miembros del Pentágono vamos a la zaga de nuestros adversarios en el uso de la comunicación, ya sea para reclutar o para entrenar".

El modo en que utilizamos el poder militar también afecta a la proporción de Rumsfeld. En el periodo posterior al 11-S, en todo el mundo había mucha simpatía y comprensión hacia la respuesta militar de Estados Unidos contra los talibanes. La invasión estadounidense de Irak, un país que no estaba vinculado con los atentados del 11-S, desperdició esa buena voluntad, y el atractivo de EE UU en países musulmanes como Indonesia se desplomó, con una aprobación que pasó del 75% en 2000 a menos de la mitad en la actualidad. De hecho, el ocupar una nación dividida es complicado, y está abocado a que ocurran episodios como los de Abu Ghraib y Haditha, que minaron el atractivo de Estados Unidos no sólo en Irak, sino en todo el mundo.

El poder duro y el poder blando

La capacidad para combinar poder duro y blando es un poder inteligente. Cuando la Unión Soviética invadió Hungría y Checoslovaquia durante la guerra fría, socavó el poder blando del que había gozado Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Israel lanzó una prolongada campaña de bombardeos contra Líbano el mes pasado, provocó tantas bajas civiles que las primeras críticas a Hezbolá en Egipto, Jordania y Arabia Saudí se volvieron insostenibles en la política árabe. Cuando los excesos terroristas acabaron con la vida de civiles musulmanes inocentes, como hizo la yihad islámica egipcia en 1993 o Abu Musab al Zarqawi en Ammán en 2005, debilitaron su propio poder blando y perdieron apoyo.

La lección más importante cinco años después del 11-S es que el no combinar eficazmente poder duro y blando en la lucha contra el terrorismo yihadista nos hará caer en la trampa tendida por quienes desean un choque de civilizaciones. Los musulmanes, incluidos los islamistas, tienen diversos puntos de vista, así que debemos ser precavidos con las estrategias que ayuden a nuestros enemigos al unir fuerzas dispares bajo una misma bandera. Tenemos una causa justa y muchos posibles aliados, pero el no combinar poder duro y blando en una estrategia inteligente podría ser nefasto.

Joseph S. Nye es catedrático de Harvard y autor de Soft power: the means to success in world politics .

El secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld.
El secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld.AP

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_