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Entrevista:Günter Grass | Escritor | Grass habla de su pasado en las SS

"Mi vergüenza creció al conocer los crímenes de las Waffen-SS"

Llegar a este lugar en la última curva de un camino de arena bajo un arco de hayas, abedules, fresnos y robles centenarios, en un bosque tupido ya casi otoñal en esta reserva natural del patrimonio nacional danés, en la isla de Mon, es imposible sin la complicidad de los anfitriones de la casita de tejado de junco y ventanas azules con vistas al mar Báltico, mirando hacia el este hanseático, hacia las costas de la antigua Alemania Oriental, en Greisfswald y Stralsund, y, más allá, la vieja Danzig, otrora prusiana y hoy polaca patria de Oskar Matzerath, aquel niño repelente y demoledor que tocaba El tambor de hojalata.

Günter Grass, Nobel de Literatura, Príncipe de Asturias, con cientos de premios internacionales, la mayor gloria viva de la literatura alemana, no ha venido a este rincón a esconderse de la conmoción mundial, de los ataques, reproches, de la indignación pero también solidaridad que ha generado con la revelación en su autobiografía Pelando la cebolla de que, en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, sirvió en la división Frundsberg de las Waffen-SS, organización que cometió crímenes atroces. Durante 60 años, ha explicado Grass, reprimió sus impulsos de sincerarse "por pudor y voluntad de dar forma a la explicación".

"Han sido días muy difíciles. Se ha querido liquidarme como persona y callarme para siempre"
"Entro capa a capa en la persona que crece encerrada en aquel sistema ideológico, en la era nazi"
"La memoria tiende a embellecer y simplificar cuestiones complejas para poder hacerlas narrables"
"Veía a las Waffen-SS como unas unidades de élite, mejor equipadas y que sufrían más bajas que el resto"
"Si hubiera nacido tres o cuatro años antes me habría visto envuelto con seguridad en estos crímenes"
"Nunca he querido ser una institución. Siempre he querido defender mi posición de ciudadano"
"Mi madre fue violada repetidas veces por soldados del Ejército Rojo. Me enteré después de su muerte"
"No podía hacerlo público en una confesión. Debía ser narrado en su contexto, y eso pasa en el libro"
"Joseph era un prisionero de mi edad en Bad Eilbling, bávaro, fanático de forma tímida, católica"
"Este libro me ha cambiado, porque a través de la escritura me ha acercado a mi padre y a mi madre"

Mientras, ascendía hacia la gloria literaria y se erigía en autoridad moral de la izquierda. Él sabe que la ocultación les parece imperdonable a sus enemigos, deseosos de liquidarle como polemista, pero también a amigos como el director de cine Volker Schlöndorff, que llevó al cine El tambor de hojalata, o al escritor Erich Loest. Se debaten entre admiración y afecto, por un lado, y decepción. Grass se refugia en esta isla desde hace tres décadas, cuando se la descubrió su mujer, Ute, que iba allí a observar las playas de la república comunista de la que había huido. "Ahora los veranos son más secos, es el cambio climático". Aquí escribe y dibuja, su otra gran pasión.

EL PAÍS le visita cuando acaba de regresar de las primeras lecturas públicas de su libro, en esa gran casa de las letras alemanas que es el Berliner Ensemble y en la Nueva Ópera de Francfort. Allí tuvo un público incondicional que acudía a escuchar la brillantísima prosa de Pelando la cebolla, leída con virtuosismo inigualable. Pero también a defenderle de cualquier ataque y a perdonarle todo.

En una larga conversación al aire libre con un periodista al que conoce desde hace muchos años, Grass deja traslucir que, acostumbrado a ser jaleado y querido, acusó el golpe de la crítica y la incomprensión en un principio, pero que ya vuelve a ser casi el mismo.

Pregunta. Todos sus libros son autobiográficos, pero en ésta su autobiografía de aquellos años habla de lo que nunca dijo. No acaba de estar claro si está usted sorprendido o no por el eco de sus revelaciones. ¿Qué reacción preveía?

Respuesta. Yo he tenido siempre grandes reservas a escribir algo autobiográfico porque era muy escéptico hacia la forma. El autor tiene que trabajar con sus recuerdos, con su memoria. Y sabemos que la memoria tiende a embellecer situaciones, a presentar cuestiones muy complejas de una forma lo suficientemente simple como para hacerlas narrables. De ahí la desconfianza hacia la propia capacidad de memoria y hacia mis recuerdos. Quería escribir a un tiempo, tenía que ser una narración rota. Y con el tiempo le fui cogiendo gusto a esta forma de narrar porque fui quitando estas pieles de la cebolla, fui despegando capas y leyendo cosas entre ellas. Pero además se hacía posible algo nada fácil, que era coger a aquel niño del año 1939, una persona tan lejana ya de mí, y entrar en conversación con ella. En principio, ella se niega a ser interrogada y tiene sus secretos, pero se va logrando y, poco a poco, voy entrando en ella, capa a capa, en la persona que crece encerrada en aquel sistema ideológico, en la era nacionalsocialista.

Ahí se ve ese ritmo: con 15 años ya estoy de uniforme en las juventudes hitlerianas; después, con el uniforme de los ayudantes antiaéreos con las baterías; después, en el Reichs-Arbeitsdienst (Frente Juvenil de Trabajo Nacionalsocialista); con 16, con 17, en mi estupidez, yo me había presentado voluntario a los submarinos, y éstos ya no aceptaban a nadie y, cuando llamaron a filas a mi quinta de 1927, me convocaron y, cuando llegué a Dresde, al campamento de instrucción de tropas, pude comprobar que estaba en un campo de entrenamiento de las Waffen-SS.

Yo entonces, por lo que sabía, consideraba a las Waffen-SS como unas unidades de élite, que estaban mejor equipadas que las demás, pero también que tenían siempre más bajas que las demás. Eso se sabía. Pero yo era joven, quería irme de casa. Y en el fondo estaba de acuerdo. Lo que después se puso en relación con las Waffen-SS, todos sus crímenes, de todo eso no fui consciente hasta después de la guerra. Eso tuvo mucha influencia en que este hecho único, este episodio de mi vida, me lo guardara para mí. Está relacionado con un sentimiento de vergüenza...

P. ¿Y aumentó con el tiempo?

R. Sí, este sentimiento de vergüenza fue creciendo según iba viendo y sabiendo todos los crímenes de los que eran responsables las Waffen-SS y lo que era la culpa general de todo aquel sistema alemán que recaía sobre nosotros. Al dar mis datos biográficos, también cuando me manifestaba públicamente y en mis conferencias o artículos, nunca he ocultado que hasta el final de la guerra yo creía en la victoria final [del nazismo]. Y en esta cautividad ideológica no me parecía aquello una ocultación de algo grave, sino de algo que yo tenía que solucionar conmigo mismo. Y ahora que esto está en el libro, tampoco creo que se acaba la vergüenza de haber estado en una unidad como ésta, aunque no me viera envuelto en ningún crimen de guerra, gracias a Dios.

Sólo estuve poco tiempo en el frente y la división en la que me encuadraba ya sólo existía en rudimentos, estaba ya fraccionada; estuve en diversos grupos de gentes unidas casi por azar, entre los que había Wehrmacht [Ejército], Waffen-SS, Volkssturm [Defensa Popular] y hasta miembros de las fuerzas aéreas.

P. Muchos se preguntan cómo es posible que, con lo que estaba sucediendo en esos meses en aquella zona en la que usted se hallaba, con ejecuciones de prisioneros soviéticos, con los soldados alemanes desertores o sospechosos de desertar colgados en las alamedas o en las farolas de los pueblos como usted describe en el libro.....

R. Sí, sí, eso lo cuento, allí estaban...

P. ¿Pero cómo, cómo es posible que estando dentro de la división nunca oyera a compañeros de las Waffen-SS hablando de hechos semejantes ni tuviera noticia directa sobre los mismos?

R. Para mí todo aquello, hasta aquellos momentos, no me era patente, no era consciente de ello. Soy crítico conmigo en mi propio entorno. Que es lo que es, en sí, el contenido del libro. Y esto ya comienza al principio de la guerra, con mi tío.

P. Cuando ejecutan a su tío.

R. Sí, a mi tío, que estaba en el servicio de correos polaco, lo matan, acusado de un acto de resistencia. Con la muerte de mi tío desaparece también de nuestra vida la totalidad de su familia. Los hijos de mi tío tenían mi edad y eran mis compañeros de juegos, y después de esto ya no se volvió a hablar de ninguno de ellos. Mis padres, de forma oportunista, impusieron el silencio sobre la suerte de todos ellos, y yo no hice preguntas. Éstos son los reproches que me tengo que hacer realmente. O cómo desapareció un compañero mío de colegio. Después de la guerra me lo encontré y supe que su padre había sido deportado a un campo de concentración, y conocí la suerte de su familia. Tampoco entonces me pregunté nada. Ni cuando detuvieron al profesor de Latín, un sacerdote católico que desapareció también durante un tiempo en el campo de concentración de Sutthof y volvió y no dijo nada. Y yo no pregunté. Eso siempre me ha perseguido. O con aquel que en el Arbeitsdienst se negaba a tocar un arma.

P. Eso lo cuenta en el libro, el chico que dice que no y resiste tanto a los mandos como a la presión y al desprecio de todos los camaradas hasta que también desaparece.

R. Sí, era un testigo de Jehová. Lo admiramos y odiamos al tiempo porque sufríamos las consecuencias de su resistencia. Ésas son las omisiones culpables que intento investigar en el libro. Y para mí resultan más graves que las pocas semanas en las SS, en las que me vi envuelto sin voluntariedad.

P. Dentro de la conmoción que han provocado sus revelaciones en Pelando la cebolla se pueden distinguir los ataques lógicos de sus adversarios políticos y enemigos de siempre, que ven llegada la ocasión ideal de zanjar cuentas, pero tambien se distinguen claramente voces de amigos, Schlöndorff o Loest por ejemplo, que se quejan con mayor o menor amargura de que usted no ha sido franco con ellos. Schlöndorff dice que sigue admirándole y queriéndole, pero que no le verá ya nunca más en el pedestal.

R. Se me puede criticar, y desde luego yo voy a aceptarlo. Pero también reclamo para mí el derecho de reservarme mis cuestiones hasta que encuentre fórmulas de expresarlas. Por ejemplo, he tardado mucho tiempo en escribir Krebsgang (A paso de cangrejo), en el que me ocupo de la suerte de los expulsados alemanes [de los territorios orientales]. Eso tenía mucho que ver con el destino de mis padres. Durante la ocupación soviética de la ciudad de Danzig [actual Gdansk, en Polonia], mi madre fue violada repetidas veces por soldados del Ejército Rojo. Para evitar que violaran a mi hermana, ella se ponía una y otra vez delante, y para que la niña de 14 años no fuera violada, ella lo fue de forma continua. Mi madre jamás habló sobre ello, y sólo lo supe después de su muerte. Únicamente pude hablar de ello al escribir ese libro. Ésa es la complejidad de este proceso literario que se hace así en el paso (hacia atrás) del cangrejo. Creo de verdad que es mi derecho.

No he dicho ninguna falsedad. Lo que he hecho ha sido guardarme un hecho para mí mismo a la espera de encontrar una forma de explicarlo, de articularlo literariamente. Esto no podía hacerlo público con una confesión, sino que tenía que ser narrado en el marco del entorno en el que crecí entonces.

Además, el Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) -el diario que publicó la primera información al respecto- ha presentado todo esto de forma errónea, porque no fue una confesión que yo les hice a ellos. Al contrario, el libro ya lo tenían, como todas las redacciones desde semanas antes, en ejemplares adelantados de prepublicación. La oleada de indignación llegó porque Schirrmacher (un editor de FAZ) publicó esa parte concreta. Acepto la crítica; también respeto las expectativas decepcionadas. Pero nadie puede impedirme que yo me guarde algo hasta articularlo como crea necesario.

P. Hay quien dice que usted ahora se bajará del pedestal y de dar porrazos morales a los demás.

R. Lo que pasa es que algunos han querido utilizar esta ocasión para intentar liquidarme como ciudadano político y dicen que me tengo que callar la boca. Eso, por supuesto, es una estupidez.

P. Dicen que usted se ha arrogado una autoridad, Schlöndorff lo dice, que le será difícil mantener.

R. Yo jamás me he entronizado. Ni lo he querido. Nunca he pedido esto. Ya se hizo esto con Heinrich Böll, lo de presentarle como la conciencia de la nación. Y ambos nos negamos a ello. ¿Qué conciencia voy a descargar yo y por qué?

P. Lo que pasa es que, como un texto que tengo aquí delante, en una intervención con Juan Goytisolo en Madrid, usted condena los silencios sobre el pasado nacionalsocialista alemán con vehemencia.

R. Y es que siempre he hecho lo contrario. En mis libros y en mis discursos políticos siempre se habla de ello. Y también he hablado siempre de mi implicación como hombre joven en el sistema. Nunca hice de ello un secreto. Y me he preguntado a mí mismo, porque si hubiera nacido tres o cuatro años antes me habría visto envuelto con toda seguridad en estos crímenes. Esto les pasó a muchos. Por eso, lo mío [no haberlo hecho] no es ningún mérito. Pero es mi derecho también el manifestarme en contra de que antiguos nacionalsocialistas de relieve llegaran a puestos dirigentes y que un nazi importante como Hans Georg Kissinger llegara a canciller federal. O que el Gabinete de Konrad Adenauer tuviera muchos miembros que habían sido del partido nazi y en puestos destacados. Es mi derecho, y lo mantengo hoy.

P. Ni Thomas Mann, ni Heinrich Böll, ambos Premio Nobel también, ni Gottfried Benn, tres montruos de la literatura alemana del siglo XX, han llegado a tener la repercusión, la presencia social que ha tenido usted. ¿La siente peligrar tras este libro y los ecos que ha tenido?

R. Yo no puedo valorarlo. Yo nunca he querido ser una institución, yo siempre he sido celoso de defender mi posición como ciudadano que ha entendido las lecciones del tiempo que le ha tocado vivir, que ha entendido que esta democracia nos ha sido regalada y que había que aprovecharla. Porque la democracia de Weimar se fue al traste por la lucha política, por las luchas del poder, y así se convirtió en botín de los nacionalsocialistas. Yo lo sé y lo digo en el libro, y perdone que vuelva al libro, pero está la escena del trabajo en la mina en la que se produce una pelea y los comunistas y los nazis forman una alianza contra los socialdemócratas. Y es ahí donde veo la escenificación del fin de la democracia de Weimar. Aquello eran lecciones, aunque tardara después en convertirme en hombre político.

P. Muchos miembros de su generación literaria, el Grupo 47, en la posguerra, por edad, venían del frente. Acabo de leer unas declaraciones de Marcel Reich-Ranicki en las que se plantea el antisemitismo de parte del grupo.

R. Eso es un perfecto disparate. En primer lugar, había en el grupo toda una serie de judíos. Gracias a Dios no había filosemitismo. Pero nos tratábamos como compañeros todos. Lo que pasa es que había muchos que habían sido soldados y tenían sus experiencias, y se estaba en un proceso de aprendizaje que había que hacer. Lo que en todo caso se rechazaba en el Grupo 47 eran textos ideológicos. Allí no habría tenido oportunidad alguna ningún neonazi ni tampoco un comunista dogmático.

P. El quiebro hacia la izquierda totalitaria, y en muchos casos después a la decepción con la misma, forma parte de su generación intelectual europea. Usted nunca tuvo veleidades comunistas. Su amigo Erich Loest, del que hablamos antes, pasó directamente a los comunistas desde la juventud nazi. Usted, sin embargo, siempre estuvo con Camus frente a Sartre.

R. Loest estuvo en la Werwolf [organización nazi formada para acciones de insurgencia terrorista contra los aliados tras la derrota en 1945], se hizo comunista y después pasó en Bautzen (cárcel de la RDA) más de siete años. Alemania tenía una singularidad, especialmente respecto a Francia, por la ocupación soviética de la RDA; los comunistas en el Oeste jamás tuvieron la mínima oportunidad. También en el contacto con los escritores del Este, aun con los simpatizantes con el régimen, se notaban las dificultades que tenían con la censura. Y lo que sufría [la poetisa] Christa Wolf, por ejemplo.

P. La tragedia está en que los archivos han demostrado que Christa Wolf fue informante de la Stasi [policía política de la RDA].

R. Sí que lo fue, pero sólo al principio y sin comprometer realmente a nadie. El trato con estas fichas de la Stasi de repente puso bajo sospecha a todo un pueblo. Fue un disparate. Yo siempre supe que fui espiado por la Stasi. Vivía en Berlín y pasaba mucho al Este.Me he negado a ver las fichas. No quiero saber quién lo hacía porque no me considero dañado. Los informantes no tenían nada que ver con la prohibición de mis libros.Ahora, periódicos del grupo Springer dicen que yo he revelado mi paso por las Waffen-SS por temor a que lo hicieran otros a partir de los archivos de la Stasi. Un auténtico disparate. Allí han salido ahora 500 páginas sobre mí que revelan que siempre me vigilaron.

P. Han surgido voces exigiendo que se le retiraran premios. Ni con el Nobel ni con el Príncipe de Asturias han tenido eco, y en Polonia ha recibido una gran satisfacción con el apoyo del alcalde de Gdansk y de muchas personalidades de la transición polaca, que recuerdan la labor a favor del entendimiento de quien nació en una ciudad alemana hoy polaca.

R. En efecto, el alcalde Abramowicz ha tenido un gesto que yo agradezco. En Polonia hay ahora un Gobierno populista de derechas que busca, como los comunistas antes, esa propaganda con la imagen del enemigo en Alemania.

P. El enemigo exterior y el enemigo interior. El pasado como instrumento político. En Polonia y en España se utiliza contra las transiciones a la democracia.

R. Hablar del pasado no puede suponer saldar cuentas presentes. Eso es el abuso del pasado sacado de contexto. Es una demagogia que también tuvimos aquí en Alemania. El canciller Adenauer difamaba a Willy Brandt llamándole "hijo de madre soltera", lo que entonces aún funcionaba. Y jugaba con la ignorancia de la gente aludiendo a contactos de Brandt con el POUM en la Guerra Civil para sugerir contactos con los comunistas soviéticos, cuando el POUM fue víctima de Stalin.

P. Joachim Fest, biógrafo de Hitler, publica también sus memorias. Dice que no se fía ya de usted.

R. Sí, dice Fest que no me compraría un coche usado. Yo jamás he hablado de él, pero creo que es el último que puede decir algo después de escribir un libro dando por bueno todo lo que le decía Albert Speer [ministro y arquitecto del nazismo], al que presenta como un nazi caballeroso. Ahora sabemos que Speer estaba informado de la Conferencia de Wannsee [donde en 1942 se decidió la solución final del Holocausto] y que estaba implicado en la expropiación de bienes judíos. Fest es el último que puede hablar críticamente de esto.

P. Ha dicho que los ataques le habían llegado a suponer una "amenaza existencial" y que lo ha superado gracias a los apoyos de los amigos. ¿Este libro le ha cambiado más que los otros?

R. Sí, los primeros días han sido muy difíciles. Se me ha querido liquidar como persona y callarme para siempre. Pero después me ha llegado comprensión y muestras de apoyo de escritores y de gente que ni conocía. Ahora, con el libro publicado, me llega el aliento de los lectores. Y es cierto que este libro me ha cambiado más porque a través de la escritura sí me he acercado más a mi padre y a mi madre. A mi padre siempre le tuve mucha distancia, y ahora me es más cercano, pero además he tenido que escuchar como no había hecho antes a ese egocentrismo del joven.

P. Para terminar, hablemos de otro joven que se topó en el campo de prisioneros. Está seguro de que ese Joseph era el actual papa Benedicto XVI.

R. Ha sido una cosa curiosa que me ha sucedido durante el proceso de escritura. Yo estaba recordando a un joven, también de 17 años, con el que en Bad Elbling, un campo con más de 100.000 prisioneros, había escarbado una covacha y habíamos tensado por encima una tela que él tenía y nos protegía de la lluvia. Ambos teníamos hambre, yo había conseguido unas migas y nos juntamos y pasábamos el tiempo hablando de todo. Él era rigurosamente católico, en sí un chico cariñoso, pero muy fanático, fanático de una forma tímida católica.

P. Pero si en aquella época el fanático era usted.

R. No, qué va, yo ya no creía. Aunque llegara de una educación católica.

P. Me refiero a la ideología.

R. No, es que no hablábamos de ideología, sino de cuestiones de fe, de la Inmaculada Concepción y esas cosas. En todo caso, cuando fue nombrado, viendo su biografía, que había estado en baterías antiaéreas y fue prisionero de guerra en Bad Eilbling como yo... Y me acordé de Joseph. Era bávaro. Por eso pudo salir en libertad, porque tenía un domicilio que dejar registrado. Yo no tenía porque mi casa quedaba allí lejos. En Gdansk.

Günter Grass y su esposa, Ute, en la casa que poseen en la isla de Mon, en Dinamarca.
Günter Grass y su esposa, Ute, en la casa que poseen en la isla de Mon, en Dinamarca.BERNARDO PÉREZ

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