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Crítica:DANZA | 'El corsario'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Brillos y naufragios

Al César lo que es del César. Las espléndidas funciones del ballet ruso en el Teatro Real no deben hacernos olvidar algunas cosas, desde el imperdonable olvido de la biografía del repositor Gusev en el programa de mano, hasta el hecho de que la pieza patrimonial de que disfrutamos hoy nos viene de un tronco muy claro: el italiano que nace en el Teatro alla Scala de Milán. Allí Giovanni Galzerani, epígono de Salvatore Vigano y para muchos su sucesor estético, pone en escena el 16 de agosto de 1826 su obra basada en el poema de Lord Byron y fue el primero. Sus personajes ya fueron entonces Medora, Corrado o Conrad, Gulnara, El Pachá, el esclavo fiel y los eunucos. Había dos eunucos principales que poco a poco el tiempo se los ha merendado; en la versión posterior de Mazilier de la Ópera de París de 1856 (no era otra cosa que una revisión de la milanesa en su argumento y desarrollo y que Petipa siguió a la letra) hubo nuevas músicas y más eunucos. Corsario preconiza el romanticismo y después se convirtió en una especie de cabalgata de la técnica de ballet que tiene mucho de lo que le puso Agripina Vaganova y todo esto lo conservó Gusev, de quien puede decirse que fue en su furiosa juventud un renegado. Se largó a Moscú y fue él también quien fundó el Ballet Clásico Chino (estuvo en Pekín entre 1956 y 1960 junto a Sulamif Messerer).

Ballet Kirov-Marinskii

El corsario. Coreografía: Piotr Gusev (basado en Marius Petipa); música: Adam, Pugni, Delibes, Drigo y Oldenburgski; escenografía: Teimuraz Murvanidze; trajes: Galina Solovieva; director musical: V. Ovsiannikov. Teatro Real. Madrid, 5 de septiembre.

Hay quien ve en Corsario un Sherezade de otros tiempos. Es verdad. Y esta versión de San Petersburgo, con estos decorados ostentosos que hacen escuela en la tradición del brochazo dorado de Virzaladze y ese vestuario abrillantado que recuerda la tradición de moros y cristianos, pueden tener una inspiración cercana a Leon Bakst. Pero fue el gran Alessandro Sanquirico, decorador del coliseo milanés, quien se inventó en su día lo de la tormenta y que pulimentó en París un técnico inventor: Antoine Sacré, que hoy llamaríamos "responsable de efectos especiales".

El barco en la versión rusa recuerda a la Balsa de la Medusa y da un fin de fiesta suntuoso a una plantilla que baila coordinada en el estilo académico, pero llevado al tecnicismo actual que mucho tiene de acrobático y que le resta belleza en lo medularmente artístico. La ensalada se completa con ese popurrí musical donde destaca, naturalmente, el agregado de Delibes, pues Adam compuso esta obra a regañadientes poco antes de morir y en realidad no la culminó.

Es para la realidad del ballet español una fiesta excepcional recibir a una compañía de primera línea con todos sus recursos técnicos y humanos; es una oportunidad excepcional de reencontrarse en el Real con el gran ballet de repertorio. El Corsario ya pasó por el Real en el siglo XIX, como era de rigor en todos los grandes teatros de la época. Ahora las nuevas generaciones de bailarines rusos le aportan pujanza y la brillantez que caracteriza su escuela. Hay que citar especialmente a Ekaterina Osmolkina en su Gulnara y al joven Leonid Sarafanov como Alí; ellos dan la medida de cómo el gran ballet ruso-soviético también ha evolucionado a tenor de los tiempos contemporáneos y probablemente, refugiándonos en el perfume de la historia, añoremos la delicadeza de las dos y heroicas generaciones precedentes.

La segunda función anoche estuvo encabezada por la gran Uliana Lopatkina, una figura excepcional que cubre siempre todas las expectativas y el espectro mítico de la gran diva de ballet.

Escena de <i>El corsario.</i>
Escena de El corsario.JAVIER DEL REAL
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