Cartaya, un laborioso bazar de culturas
Los vecinos extranjeros, el 30% marroquíes, apenas participan en la vida pública del pueblo onubense y se centran en el trabajo
Hablar con El Houcine en su bazar de Cartaya (Huelva) un sábado a mediodía es casi misión imposible. Tras su mostrador, este marroquí de 37 años que llegó al pueblo en 1991 responde a las demandas de los clientes que no dejan de entrar. Éstos esquivan todo lo imaginable: fundas de sofá, juegos de toallas, relojes de pared, ollas... Los clientes se sortean unos a otros y hacen cola para pagar. "¿Tienes linternas?" "¿Hay bombillas de colores?". La siguiente pregunta que El Houcine escucha trata sobre el derecho al voto de los inmigrantes en las elecciones locales. Levanta su vista del reloj de un cliente al que le está cambiando la pila. El tendero sonríe. "Sobre la una y media estaré más tranquilo", dice con amabilidad.
Cartaya tiene 17.500 habitantes, según el recuento que suministra el alcalde, Juan Antonio Millán (PSOE), y es el único gran municipio onubense que cuenta con más de un 10% de vecinos extranjeros, pese al trasiego de inmigrantes que se produce en la comarca fresera cada primavera. El pasaje peatonal y comercial donde está el bazar de El Houcine sirve de centro de reunión para los inmigrantes. El padrón refleja 64 nacionalidades, con marroquíes (898), rumanos (478), ecuatorianos (190) y argelinos (163) entre los más representados.
Junto al bazar, unos magrebíes salen de un puesto de loterías. Mohammed, un argelino de 32 años, empezó a trabajar en las fincas del pueblo hace 10 años, pero ahora es albañil, un oficio cada vez más demandado en esta zona pegada a la costa. "El voto sería algo muy bueno para ir arreglando nuestros intereses, votaría seguro". Su amigo y compatriota, Larossi, de 37 años y trabajador del campo, también está al tanto de los posibles cambios legales. "Al menos aquí, los partidos sí se han preocupado por nosotros". Una afirmación que abre una discusión con Mohammed, totalmente en desacuerdo.
El bazar de El Houcine sigue atestado. Justo al lado, Carlos Andrade, ecuatoriano de 35 años, con ocho de residencia en Cartaya, espera cola en una frutería. "Pago mis impuestos como cualquiera, así que debo tener los mismos derechos. Y todavía no se vela mucho por los de los inmigrantes, aunque reconozco que en este pueblo nunca ha habido ningún problema de racismo", explica. Andrade confiesa, eso sí, que echa de menos un mayor compromiso común por parte de los inmigrantes. "Hace unos años formamos una asociación, pero no duró ni dos meses por culpa de las divisiones entre nacionalidades".
La una y media. El bazar de El Houcine vive un respiro. "Yo no sé si aquí habría vecinos inmigrantes que se presentasen en las listas de los partidos", explica fuera de la tienda, "quizá en otros pueblos sea más probable". Desde el comercio, la voz de una clienta advierte: "¡A ver, me despachan o me voy!". El Houcine se despide y vuelve al trabajo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.