Pánico fidedigno
Los mamíferos de la foto son, de izquierda a derecha, la oveja Dolly y su creador, el doctor Ian Wilmut. La cabeza de Dolly está disecada; la del doctor, no (todavía). Si ustedes se acuerdan, cuando Dolly fue presentada en público, todo el mundo se asombraba de que no tuviera dos cabezas sin caer en la cuenta de que el pánico verdadero lo producen las personas normales: ese chico que mató a su mamá con un cuchillo oxidado y del que todos los vecinos aseguraron luego que pedía las cosas por favor; o ese hombre que guardaba el cadáver de su novia en la nevera, debidamente troceado y envuelto en papel de aluminio, y del que hasta sus suegros aseguraban que era un tipo normal. La gente que para asustar recurre a los monstruos de dos cabezas carece de imaginación. Tales deformidades, típicas de las ferias de pueblo, sólo producen sustos de usar y tirar, miedo basura, pan para hoy y hambre para mañana.
Observen cómo la barba del investigador adquiere poco a poco la textura de la lana de la oveja
No obstante, si ustedes continúan prefiriendo un monstruo de dos cabezas, ahí lo tienen. Y una de ellas, para mayor aberración, disecada. Imagínese usted lo que es caminar por la vida, como este doctor, con dos cabezas sobre el hombro, una de ellas rellena de paja, o de lo que utilicen los embalsamadores para sustituir a la masa encefálica. Imagínese que cada día, al levantarse de la cama, ha de hacerse usted cargo, además de las extremidades habituales de su cuerpo, de la cabeza de un cordero situada junto a la cabeza estándar de usted (con lo rara que es ya una cabeza normal). No es infrecuente que llevemos otra cabeza al lado de la propia, lo que ocurre es que la segunda, en la mayoría de los casos, es invisible. Un amigo mío lleva la de su madre que pese a estar muerta le dice lo que debe y no debe hacer y los sitios a los que debe o no debe entrar. Hace años que no pisa un prostíbulo porque la cabeza invisible de su madre se pone hecha una furia.
El doctor Wilmut se ha querido retratar junto a Dolly de tal manera que parezca que entre uno y otro se está produciendo un intercambio biológico. Observen cómo la barba del investigador adquiere poco a poco la textura de la lana de la oveja. Y no sólo la textura, sino la extensión territorial, pues le sale el pelo de debajo de la camisa. Quizá tenga el torso forrado ya de lana virgen. En cuanto a la oveja, y pese a la cesación de sus funciones vitales, no se pierdan esa mirada humana, cargada de sentido, y mucho menos mansa que la de su creador. El silencio de Dolly no es, como el del doctor, el silencio de los corderos. Ahí tienen ustedes, en fin, dos cabezas unidas para siempre por la biotecnología, que es una ciencia mixta, situada entre la mecánica y la química (como construir una torre Eiffel con cartílagos).
Les propongo, para finalizar, un sencillo experimento. Tomen una cartulina del tamaño de una tarjeta postal y colóquenla verticalmente entre los rostros de los dos mamíferos. Luego acerquen la nariz hasta el borde superior de la tarjeta y observen desde esa posición al doctor y a su criatura. En seguida verán que sus rostros se aproximan hasta darse un beso en la boca primero y fundirse después en una cabeza única, una cabeza que no es de hombre ni de oveja, sino de hombreja. ¿Da o no da miedo?
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